Desde la ribera

Luis J. Pérez-Bustamante

Rosa, PCE, Córdoba

EL viernes por la noche me senté plácidamente a ver Vicky, Cristina, Barcelona, la película por la que muchos dicen que Penélope Cruz va a recibir su primer Oscar gracias a su interpretación de la histriónica María Elena. La película me pareció una de las obras de menor valía de ese maestro neoyorquino que es Woody Allen, aunque debo reconocer que la fotografía y las imágenes de la Ciudad Condal y de Oviedo son de una belleza impagable -claro que siempre he creído que cuando alguien habla de la fotografía de un filme es que éste es un verdadero coñazo-. Dejando a un lado que el doblaje es realmente lamentable y que la historia no termina de fraguar por ninguna parte, sí que reconozco que la relación de amor-dependencia-odio que entabla la citada María Elena con el personaje de Javier Bardem (Juan Antonio) me pareció atractiva y me recordó muchísimo a una que vivimos muy de cerca en esta Córdoba nuestra. Básicamente trata de una pareja que se ha amado con locura, que en su entrega ha llegado al paroxismo y que, transcurrido un tiempo, se da cuenta de que le es imposible seguir viviendo unida. De fondo, el lugar de sus amores, Barcelona. Los dos protagonistas de la historia viven con el recuerdo permanente de lo bien que estuvieron el uno con el otro, de un pasado que les impide romper lazos pero que tampoco les deja revivirlos. ¿Les suena?

Colóquense ahora en el Puente Romano y sitúen a cada lado al PCE y a Rosa Aguilar. Una pareja que fue modélica, que se quiso como pocas lo hicieron, pero que, de un tiempo a esta parte, es incapaz de manifestarse amor sin destruirse. Ella, Rosa, ha logrado al fin lo que quiere y tiene dinero para hacer todas las obras que durante nueve años ha sido incapaz de afrontar; y él, el PCE, ya está con una mujer que le desea, IU, controla todos sus resortes y la tiene enamorada. De fondo Córdoba, la mujer perfecta, une de nuevo sus corazones. Durante unos meses aparentan llevarse bien, escenifican incluso en público amoríos veraniegos casi olvidados e incluso salen a cenar con Córdoba de fondo para rememorar aquellos tiempos en los que su amor no conocía límites. Sin embargo, un día todo se rompe, las peleas vuelven a hacerse cotidianas, los enfrentamientos suben de tono y la una y el otro se dicen de todo a la cara. Como dos amantes despechados se dicen a la cara todo lo que saben que les duele al uno y a la otra, se hacen daño en los lugares del alma que nunca dejan de supurar. Luego se separan a la espera de tiempos mejores en los que su pasión vuelva a encenderse, pues ambos son conscientes de que ni el uno ni la otra pueden ir a ningún lado solos. Ironías del amor y de la vida.

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