La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Andalucía, de cine

SEGUÍ la última ceremonia de los premios Oscars en estado alejandrosanz, con el corazón partío, para entendernos, ya que dos de las películas que acaparaban más nominaciones me han gustado por igual, y eso que me han gustado por motivos completamente diferentes. Dicen que en la variedad está el gusto. Por eso me entristeció, para depresión no fue la cosa, no, que Boyhood no brillara con más premios, a pesar del reivindicativo y necesario discurso de Patricia Arquette -con el 22 de febrero en la nuca-, aunque tengo la impresión de que me habría sucedido lo mismo si Birdman se hubiera marchado de vacío. Birdman es una metáfora carvesiana y Boyhood es la vida tal cual, sin maquillar y casi en tiempo real. Tengo la impresión de que Boyhood ha creado un nuevo término, un verbo que conjugaremos en el futuro, me voy a hacer un boijud, diremos -a lo Félix Ruiz Cardador-, así a lo selfie o algo parecido, inglés de folomi. Si trasladáramos la técnica empleada por la película a una visión panorámica, un flashbacks extenso y profundo, pongamos que unos 50 años, no me cabe duda de que nos sorprendería comprobar cómo ha cambiado Andalucía y cómo hemos cambiado también nosotros, los andaluces. Y ya que hemos comenzado con cine, sigamos con cine. Y es que no me cabe duda de que las películas que se han rodado aquí, en Andalucía, así como la dimensión que han alcanzado nuestros directores, actores y actrices, de Banderas a Antonio de la Torre, de María Barranco a María León, de Josefina Molina a Alberto Rodríguez, ha propiciado que la imagen de nuestra tierra en el exterior sea otra, la verdadera. Universal, contemporánea, sensible, emotiva y con mucho talento. Y podríamos apoyarnos en los escritores, deportistas, científicos, artistas o cocineros que aquí han nacido, y es que le damos a todos los palos, y les damos bien, en esta tierra.

La Andalucía que hemos visto en la gran triunfadora de los últimos premios Goya, La isla mínima, fue la Andalucía real durante muchos, muchísimos largos años. Dura, seca, cruda, inflexible, inmutable. Alberto Rodríguez nos relata con asombrosa maestría el punto de inflexión, el momento concreto en el que la puerta hacia este presente que hoy conocemos comienza a abrirse. Atrás quedaron esos años oscuros, tristes, grises. Un lugar arrinconado, abandonado, propiedad de unos cuantos que lo disfrutaban y aprovechaban a su manera. La Andalucía de los tópicos, y de todo ese decorado que ya solo existe en la cabeza de los ignorantes. Esa Andalucía ya no es la que se asoma a mis ojos cada nuevo día. En Ocho apellidos vascos puede contemplarse una parte de aquella herencia de pandereta y gracieta, y nos hemos reído a carcajadas contemplándola desde la distancia, porque ya no nos sentimos identificados. Como también nos reímos con las Carminas de Paco León, que ha sabido transformar en parodia, en esperpento, lo cotidiano, en lo que no deja de ser un homenaje a todas esas miles de mujeres andaluzas que se echan a sus espaldas a su familia y a lo que haga falta con tal de sacarlas adelante. Esas mujeres, silenciadas y olvidadas, que retrató con nitidez y precisión Benito Zambrano en Solas. Mujeres fuertes.

En El Niño contemplamos el lado más oscuro de la frontera, la fatalidad del dinero fácil, la ambición de la ignorancia. Años antes, Gerardo Olivares en 14 kilómetros nos mostró la utopía que es para muchos la frontera, el acceso a un mundo mejor, pero que sigue siendo terriblemente injusto con los que tienen menos. Pero no hagamos un Birdman, que para eso ya tenemos a Rajoy y su país de las maravillas, que evadirnos de la realidad puede tener su parte positiva, pero por eso lo real no deja de estar ahí, a nuestro alrededor. Nos queda mucho camino por recorrer, muchas películas por filmar, y cada 28 de febrero volvemos a ser conscientes de esa evidencia. No somos conformistas los andaluces, y queremos seguir siendo protagonistas de esta película, tan hermosa como difícil, en la que estamos embarcados. Dentro de diez o veinte años tendremos la oportunidad de volver a hacernos un boijud y comprobar si seguimos el camino adecuado. Yo ya estoy seguro de que acertamos.

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