Desde la ribera

Luis J. Pérez-Bustamante

Teoría de la destrucción

NO vino nadie y los que vinieron no se gastaron un duro. Además eran todos unos meapilas capillitas de extrema derecha que prefieren organizar fervorosos festivales católicos antes que hacer nada por los demás. Lo que se hizo no sirvió para nada, no se ha enterado nadie de fuera de Córdoba ni ha generado ningún beneficio para la ciudad, sus hosteleros y hoteleros. Todo ello unido a que es una sinvergonzonería permitir que se corten al paso las calles por las que transita el espectáculo porque nos impide a los demás caminar a nuestras anchas por la ciudad. En resumen, y con perdón, una porquería de acontecimiento del que no queremos saber más.

Así podríamos analizar el Vía Crucis Magno organizado la semana pasada en Córdoba por la Agrupación de Cofradías si hiciéramos caso de lo dicho por algunos y otros públicamente en los papeles y en las redes sociales. Si hacemos caso de los portavoces oficiales de hoteleros y hosteleros, las más de 150.000 personas que se concentraron en la ciudad no hicieron uso de ni una sola cama de más y se trajeron toda la comida de sus casas. Decir que la ocupación ha crecido un 3% con respecto a un fin de semana normal es una majadería de tal calibre que por sí sola se descalifica. Casi tanto como afirmar que el gasto de los turistas no ha sido el esperado sin apostillar a continuación que hay quien aún no se ha enterado de que el bolsillo ciudadano no está para pagar platos a 20 euros ni cervezas a 3. Criticar que se corte el paso de la Ribera al tránsito peatonal porque pasan "unos muñecos" es proceder a un reduccionismo ciudadano según el cual hoy la marcha del día de la bicicleta (en la que espero ver a todos esos críticos) debería transitar por el Arenal, igual que la media maratón de Almodóvar, el rally Sierra Morena o las cabalgatas de Reyes y procesiones de Semana Santa.

Esta Córdoba nuestra peca en no pocas ocasiones de un masoquismo extremo que roza el sadismo y la autodestrucción. Porque, a qué negarlo, el Vía Crucis Magno fue un éxito en todos sus extremos. Desde el fervoroso, pues se realizó en silencio católico, hasta el turístico -dejó pingües beneficios que sólo algunos se atreven a admitir- pasando por el de imagen, pues mostró nuestra oferta allende nuestras fronteras. Todo lo demás es farfolla, con todos los respetos. Son discursos que sólo buscan descalificar los gustos del otro en una ciudad que luego se llena la boca hablando de su pasado de convivencia de tres culturas. Uno puede ser católico, musulmán, judío, mediopensionista o adicto al parchís, pero lo que no se debe ser es ciego. Con la crisis que tenemos encima, el paro galopante y las malas perspectivas, no estaría de más que de vez en cuando nos pusiéramos la camiseta de Córdoba para hacer patria y fuéramos capaces de aplaudir los éxitos ajenos aunque no comulguemos con quien los obtiene. Porque sólo así se crece. La alternativa es quedarnos como estamos, parados o hablando de proyectos tan insustanciales como el C4, el centro de convenciones y el aeropuerto. Que, hasta donde yo sé, aún no dan de comer a miles de cordobeses.

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