Desde la ribera

Luis J. Pérez-Bustamante

Los límites del caso bretón

HABLAR del caso Bretón cuando uno está inmerso en el día a día de la información sobre su juicio no se antoja fácil. Tampoco lo es cuando aquel fatídico 8 de octubre en el que desaparecieron Ruth y José, uno también tenía dos hijos con los mismos 6 y 2 años de los pequeños Bretón Ortiz. Mantener un discurso informativo serio, mesurado y lo más aséptico posible se hace bastante cuesta arriba cuando se observan actitudes, miradas y comportamientos que no mueven precisamente a la duda y la compasión. Pero hay que hacerlo. Una cosa es el sentimiento personal, la duda más que razonable sobre lo que ocurrió aquel fatídico día, y otra muy distinta es la responsabilidad de trasladar al lector lo que ocurre en cada jornada de interrogatorio y desfile de testigos.

En este mismo lugar, hace justo una semana, dije que muy probablemente sentiría vergüenza algún día al ver el trabajo de algunos (supuestos) periodistas. Puede sonar prepotente o sencillamente chulesco, pero visto lo visto lamento haber tenido razón. En estos cinco días de juicio que llevamos, hemos asistido a un espectáculo pseudopornográficotelevisivo en el que varias cadenas, sobre todo dos, se han dedicado a lanzar todo tipo de basura a la opinión pública sin ningún tipo de rubor. He asistido estupefacto a programas en los que no es que se acusase, es que se condenaba directamente. He visto a tertulianos y todólogos sentar cátedra sobre ,los mayores desvaríos como si fuesen expertos grafólogos, psicólogos y todos los logos que se les ocurran. Me ha llamado poderosamente la atención ver al comisario encargado de la investigación ser parte de tertulias días antes de acudir a declarar a los juzgados. (Y vaya aquí mi reconocimiento más sincero a Serafín Castro, sin cuya persistencia y convicción no habríamos llegado hasta aquí). En definitiva, me ha estomagado lo que he visto, el periodismo menos formal, el del todo vale, aquel del que hablábamos hace una semana sobre su amor a la carroña y la sangre fácil.

Casos como el de Ruth y José, igual que el de Marta del Castillo, Mari Luz Cortés, Sandra Palo o las niñas de Alcásser son los que ponen a esta profesión ante el espejo. Nieves Herrero aún se arrepiente del espectáculo que montó en Alcásser hace ya unos cuantos años, igual que el ya desaparecido de las pantallas Pepe Navarro. Los sucesos, la información de tribunales son quizás la mejor cantera de periodistas que existe. Es el lugar de las fuentes, de los contactos, de vivir el pulso informativo al momento, de marcarle un gol al contrario. Yo he visto eso en las redacciones y lo he disfrutado como el que más.

Sin embargo, lo que hoy vemos es, en muchos casos, bazofia. Ver a una redactora acosar a la puerta de su casa a unos octogenarios abuelos que, muertos en vida, no pueden salir a la calle porque les ha tocado un hijo que nadie desearía es estomagante. El periodismo no es eso. Se puede contar igual lo que todos pensamos. Se puede decir igual lo que todos creemos. Si Bretón hizo lo que hizo -y cada vez lo dudamos menos- que se pudra en prisión. Pero no traspasemos los límites. Luego nos quejamos de cómo nos va.

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