El hijo de la luz

antonio Manuel

Historias de luz

OCURRIÓ el 2 de diciembre en el cross de Burlada (Navarra). El atleta keniano Abel Mutai, oro olímpico de los 3.000 obstáculos en Londres, saludaba relajadamente al público creyéndose vencedor a cien metros de meta. La equivocación se incrustó en los ojos y la conciencia del siguiente corredor, Iván Fernández. No lo dudó un instante. Como Caín, pudo acabar con Abel adelantándole sin esfuerzo. Apenas le habrían pesado las piernas, pero no habría podido soportar el peso de la culpa. Decía Edmund Burke que la ambición vuela tanto como se arrastra. La ambición de Iván es como la de esos ángeles humanos que llevan las alas prendidas del alma. Se mantuvo a la espalda del africano, empujándole incluso, todo con tal de no beneficiarse de un error ajeno. Al terminar la prueba, su entrenador cuestionó la actitud de Iván por haber preferido ser mejor persona que atleta. Esta fue la respuesta de su pupilo: "Aunque me hubieran dicho que ganando tenía plaza para el Europeo, no me habría aprovechado. Creo que es mejor lo que he hecho (…) porque hoy en día, tal como están las cosas en todos los ambientes, en la sociedad o en la política donde parece que todo vale, un gesto de honradez va muy bien".

Al día siguiente, todos los diarios abrían con la citación judicial al hermano del organizador de la amarga fiesta en el Madrid-Arena. Como siempre, noticias sobre corrupción, guerras, escándalos bancarios… Casualidad o no, hasta el interés del Gobierno en acometer un nuevo censo de lobos. Ningún medio dedicó un espacio digno a la honestidad del atleta. Este oscuro panorama no ha cambiado desde entonces. El paro, la corrupción, la economía sumergida o los desahucios, continúan en expansión como un inmenso agujero negro. A medida que una estrella languidece, aumenta su gravedad hasta convertirse en un especie de imán que todo lo engulle. Ni la luz puede escapar. Como en la peor de las depresiones. Por eso los agujeros negros son los hijos bastardos de la luz que terminan devorando a su madre. Durante la dictadura, los destellos irreales del NODO eran incapaces de ocultar la crudeza de lo evidente. En esta democracia totalitaria, el agujero negro de la opinión pública todo lo confunde y no deja resquicio a la luz que distingue la mierda de la esperanza. Es verdad que no todos los políticos son iguales. Tampoco los pingüinos. Pero lo parecen. Por eso necesitamos historias de luz que nos ayuden a no perder la fe en el ser humano. Aunque no podamos evitar las sombras.

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