Cordobeses en la historia

Matilde Cabello

El sindicalista cristiano que abrazó las premisas de Marx y Juan XXIII

Antonio Hens Porras fue el regalo de Reyes de sus padres, niño de una familia laica que recibió clase en el colegio de los Maristas, criado en el barrio de San Andrés y fundador del Senda

EN la Navidad de 1928 el diario La Voz daba una noticia que Córdoba convertiría en leyenda urbana o chascarrillo: la orden de exhumación del cadáver de Francisco Vidal a instancia de su viuda, por haber sido enterrado con un décimo de lotería en el bolsillo de la americana agraciado con el tercer premio. Hubo un clima benigno, con cinco grados y un cielo casi azul. Las temperaturas, más templadas que en la lejana Andújar (Jaén), aconsejaron el traslado de María de la Cabeza a La Ventilla (Fuente Palmera), en donde nacería el 6 de enero su primer hijo, al que impusieron el nombre de su padre, Antonio. Apenas restablecida ella volvieron a Andújar, y tres años después, un trabajo en La Campana los condujo a la calle Torre de San Andrés, en Córdoba.

La calleja, cercana a la del Duende, a Orive y sus misterios, fue el escenario de los primeros juegos y cuentos de Antonio Hens Porras y sus hermanos: Juan, Concepción, Laura y María Teresa. El niño alcanzó los siete años entre San Andrés y Diego Méndez. De la miga pasó a la escuela de San Pablo, sin abandonar el barrio donde las caídas y chichones corrían a cargo de Nicolás del Rey, el médico que curaba con monedas de diez céntimos bajo vendas, invertidos luego en el puesto de chucherías de la plaza de San Andrés. Son las memorias de Antonio Hens, La sombra iluminada, y saben dulces hasta 1936 y sus ocho años en que escuchó "un chasquido, como de botellas rotas, que parecían venir de la taberna de la esquina". Eran los primeros disparos del 18 de julio, las carreras de las madres arrastrando a los hijos, los susurros de los vecinos, las sacas, las campanas de San Andrés bajo los aviones republicanos, el hueco de la escalera como refugio y el despido del padre de la ferretería: "lo echaron y lo señalaron". Las cédulas de identificación, los desaparecidos y el miedo, los llevaron a la aldea hasta 1939.

Antonio Hens vuelve a su escuela por poco tiempo. El padre, que nunca mostró un atisbo de religiosidad, lo matriculó en un colegio católico. La enseñanza marista, en el que luego sería el palacete de los Cruz-Conde, lo abrazó para siempre al cristianismo y a la lectura. Allí alcanzó la nota más relevante y quedó impactado por el método pedagógico; luego, el de los Salesianos le pareció caótico, aunque sólo dos compañeros superaron sus notas. Trabajando en una notaría aprobó las oposiciones para un banco de Lucena, preámbulo de su destino al Central de Córdoba. Aquí estudió por libre y obtuvo el título de profesor mercantil.

La perplejidad inocente de sus primeros años de vida laboral, fue derivando en lenta comprensión a través de las lecturas de Carlos Marx y las encíclicas de Juan XXIII, muy especialmente la Mater et Magistra, la premonición de aquel Papa que criticaba "el manejo de los hombres y su trabajo como si fueran cosas y sólo contaran como cifras". Así, en 1957, se unió a los escasos escritores y pensadores críticos de Córdoba, convirtiéndose en fundador y director del cine club Senda, metáfora del "camino angosto y áspero" que iniciaban. Se inauguró el 26 de enero del 57 con Otelo y continuó con películas como Ladrón de Bicicletas, ¡Viva Zapata! o Bienvenido Mr. Marshall. Atesoraba ya una larga lucha como enlace sindical y vislumbraba la división de la clase obrera, al no reconocerse como trabajadores quienes vivían del intelecto.

En 1963, en una reunión en el despacho de Rafael Sarazá con Aumente, Povedano y Bjorkman, entre otros, es nombrado secretario de la directiva provisional encargada de la legalización del Círculo Juan XXIII en torno a la encíclica Pacem in Terris. En la primera conferencia, a cargo de Balbino Povedano en ese mismo año, recuerda en memoria de la desmemoria la presencia de Ricardo Anaya en la puerta de la sede de Acción Católica en la calle Juan de Mena. El delator de Enrique Moreno El Fenómeno, era ya policía y delegado gubernativo.

Viajero incansable desde su juventud, el conocimiento de otros mundos de Antonio Hens agudizó su deseo por cambiar el suyo que ya compartía con la madre de sus dos hijos: Marian y Antonio. Amante de la literatura comprometida de posguerra y de la Generación del 50, fue el único que criticó en voz alta la poesía de aquella Córdoba, in situ y en su faceta de ensayista y poeta, con títulos como Día a día, Cántico a La Habana, Manuel Altolaguirre en La Habana 1929-1943 o La sombra iluminada.

Ateneísta y activista, trabajó con Filomeno Aparicio o Juan Muñoz Saro y recuerda que, mientras un letrado animaba a los policías a sumarse a la lucha obrera, el otro susurraba a los detenidos su estrategia de defensa. Cuando quisieron prejubilarlo, como en La Forja de la trilogía de Arturo Barea, se encaró y exigió que la dirección le aguantara como él había hecho durante 40 años. Al final, rechazó el regalo de oro y diamantes de despedida laboral. Corría el año 1993. Dos años antes había conocido a Manjavacas, se unió al Movimiento de Solidaridad con el Pueblo de Cuba y ese año viaja hasta allí. Volvería luego, ya jubilado, para dedicarse de lleno a aquel compromiso durante casi una década. En La Habana se casó, un 3 de octubre de 1997, con la médica cubana Marta Dalmau y Rossel, con la que regresó al entorno de San Andrés, en donde escribe sus recuerdos y cura a Córdoba de tanta desmemoria.

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