Cordobeses en la historia

Matilde Cabello

El pionero en los paseos en blanco y negro por los pueblos de los 60

Arturo Luna Briceño nació en una casa-escuela de los cuarenta, lo acunaron las palabras de Machado y Quijano y volcó su creatividad en los primeros audiovisuales culturales de España

AL Norte de Córdoba dos jóvenes aspiraban a "ser maestros" en los años 20. Él en Pozoblanco y ella en Espiel. Manuel Luna conoció a Petra Briceño Molero preparando ambos las oposiciones de Magisterio en Sevilla y pronto quedó impactado por aquella niña de 18 años. Ella era la más pequeña de un terrateniente viudo y su segunda mujer, Valeria, de ascendencia italiana, que tomando las riendas del patrimonio familiar creó un auténtico emporio entre Obejo y Espiel.

Valeria Molero estaba próxima a cumplir los 50 años cuando nació Petra, un regalo para el matrimonio, casi anciano para aquellos años. Y se empeñó en "darle carrera". Una vez ganada su plaza, la joven se casó e instaló en Pozoblanco con Manuel, en donde nacieron sus ocho hijos. El más pequeño de todos, Arturo Luna Briceño, vino al mundo un 4 de junio de 1944. Fue el "juguete" de su hermana Petrita, 10 años mayor, heredera del positivismo de la abuela Valeria y de las dotes para el arte y la literatura de los Briceños, entroncados directamente con el insigne pensador Manuel Ruiz-Maya Briceño, e indirectamente con la saga de los Baroja.

Arturo Luna nunca fue a la escuela, pues -como le gusta decir- "vivía en la escuela", en la casa familiar donde se leía a Antonio Machado, donde "el salón rompía su silencio con el soniquete de una cantinela" proveniente de un grupo de escolares. "Nos turnábamos leyendo El Quijote, haciendo un cerco en torno a la mesa que presidía mi padre, académico por Córdoba. Otras veces, Petrita cantaba, recitaba, bailaba y ensayaba su teatro, con Arturito como único espectador, sentado en el alféizar de la ventana del colegio, en brazos o al cuadril", recuerda ahora.

El niño comenzó a imitarla representando teatrillos que él mismo escribía desde los cinco años, empezando a publicar a los 13 y distrayéndose, más de lo que los padres deseaban, de sus tareas. De ese modo acabó en el Seminario a los 11 años, siguiendo tal vez los pasos de su hermano Luis, a la postre misionero y párroco de La Inmaculada de Ciudad Jardín. Llevaba el bagaje humanístico de la escuela de su madre, partidaria de conjugar Ciencias, Letras y "labores de hogar" mixtas. "Aprendí a hacer cadenetas, bodoques, vainicas, puntos de cruz, calceta, croche", como aprendieron las niñas, así como papiroflexia, marquetería o taracea, porque Petra Briceño repetía que quien mueve las manos aprende a pensar con claridad. Así, se entusiasmó con el oficio de carpintero y la artesanía que cristalizó en uno de sus primeros éxitos televisivos: Oficios para el recuerdo. Pero antes, vendría un año en el Seminario. Mucho latín, algo de filosofía y "una cosa que sólo saben enseñar los jesuitas: a distinguir las voces de los ecos". Volvió a la artesanía por poco tiempo, ya que el padre le obligó a preparar el Bachiller. Aquel matrimonio, profundamente religioso, buscó un maestro "represaliado por comunista" del que aprendió "a ser honesto y tolerante con los que no pensaban o rezaban como yo". De ahí pasó al Bachiller Superior en los Salesianos, al reencuentro con los antiguos compañeros de farándula, al guión y a la dirección, ninguneando a la censura y a los curas "que no ganaban para sustos".

A los 17 años escribió el primero de su veintena de libros, Viaje a la Beturia de los Túrdulos, un ensayo sobre las costumbres de su tierra, que sería la base de su primera serie para TVE. Pero su dedicación al audiovisual debió retrasarse por los estudios de Magisterio y la marcha a la Academia Auxiliar Militar de Madrid, en donde un encuentro con Joaquín Ortiz, hijo del censor de la única cadena de televisión, lo acercó al Paseo de La Habana. Aquí en Córdoba recopilaba, junto a Ana María Vicent, los fondos para el Museo Etnográfico de la capital con algunos telares del siglo XVII, una fragua de fuelle o un herramental de albéitar traído de Obejo, entre otros, de los que poco o nada se sabe.

Entre 1964 y 1965 Arturo Luna empezó a colaborar como figurante, regidor, ayudante de producción o intérprete en TVE e ingresó en el Centro de Formación del ente público, en donde estudió electrónica, cámara y guión. En 1967 se convirtió en guionista de Ventana abierta y No estamos solos de Tele Club, iniciando una carrera imparable como dramaturgo en programas y series infantiles. En 1969, tras Revista de Televisión, dirige documentales dedicados al mundo rural y sus costumbres y supera el examen de ingreso en la Sociedad de Autores.

Con 28 años ya era uno de los guionistas más jóvenes de TVE, y a los 30 fue cofundador de Informe Semanal hasta 1974, en que se incorpora a los informativos de la segunda cadena, a Toros 2 en el 76, Fantástico o Entre dos luces en 1982. Desde esa fecha hasta el 2002, su carrera está jalonada de títulos célebres como Quién sabe dónde, de nuevo Informe Semanal, Así son las cosas, o los 50 episodios de aquel mítico Dossier del que fue director y guionista.

Secretario General de la Asociación de Autores de Televisión y miembro de la Academia de las Artes y Ciencias, es el encargado de los Derechos de Autor, volcando semanalmente en Los Pedroches Información el fruto de sus investigaciones históricas y enriqueciendo su impresionante archivo, para el que busca un digno receptor.

Casado desde 1972 con María del Carmen Luna, las tres hijas, Luna Luna Luna, Beatriz y Azahara, cumplen con creces los sueños y las inquietudes de la bisabuela Valeria.

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