Cultura

Gloria al maestro Moreno

  • El torero de Dos Torres se impone con una técnica sin límites en su encerrona a una buena corrida de Victorino Martín y consigue abrir la Puerta del Gallo de la plaza de Pozoblanco tras cortar seis orejas

GANADERÍA: Seis toros de la ganadería de Victorino Martín, desiguales de presencia pero con trapío en líneas generales. Destacó por noble y bravo el segundo. El quinto, encastado y con peligro, fue otro de los toros de la corrida y el sexto, con ciertas dosis de nobleza, también consintió. Primero y cuarto enrazados aunque acortaron el viaje y desarrollaron peligro. El peor fue el tercero, que llegó más apagado al tramo final de la faena. TOREROS: José Luis Moreno, que actuó como único espada; pinchazo y estocada caída (oreja); media estocada tendida y dos descabellos (oreja); pinchazo, pinchazo hondo y tres descabellos (ovación tras aviso); pinchazo y estocada (dos orejas); estocada casi entera (dos orejas; y pinchazo hondo y dos descabellos (ovación tras aviso). Incidencias: Plaza de Toros de Pozoblanco. Casi lleno en tarde agradable. Al comienzo del festejo se guardó un minuto de silencio en recuerdo de la muerte de Paquirri ocurrida en esta plaza hace 25 años. José Luis Moreno salió a hombros con el mayoral de la ganadería.

El maestro José Luis Moreno se paseó ayer por la gloria en Pozoblanco. El maestro, sí, José Luis Moreno. Natural de Dos Torres y avecindado en Córdoba. El maestro José Luis Moreno mató ayer seis toros de Victorino Martín sin apenas manchar el vestido grana y oro porque anduvo con la solvencia de un catedrático del toreo. Después de lo de ayer, muchos deberían plantearse dónde queda su magisterio, porque la lección que impartió Moreno Ruiz, el maestro, insisto, tardará tiempo en borrarse de las casi centenarias piedras de la plaza de toros de Pozoblanco. Es como si la hubieran grabado con un cincel de acero. Porque el diestro consiguió lo que sólo los más grandes logran, que es hacer que el aficionado de verdad, el que sabe lo que es el toreo sin cuento, la fiesta sin trampa, la lidia sin cartón, se vuelva a ilusionar. El de Dos Torres cortó seis orejas, pero eso da igual. Lo que importa realmente de la sólida actuación de Moreno de ayer es el concepto. Su forma de impartir la lección. Su forma y su modo. Porque ofrecer esa dimensión antes seis perlas de Victorino no es lo mismo que dictar clases frente al borrego tonto que hoy sale en la mayoría de las plazas cuando aparecen las figuras. La grandeza de lo que ocurrió ayer en Pozoblanco reside en que un tipo que no ha toreado ni diez corridas de toros este año se plante ante la papeleta de los cárdenos del de Galapagar y consiga poner a todo el mundo de acuerdo.

Porque la corrida de Victorino Martín tuvo de todo. Tuvo el toro listo y peligroso, el bravo, el noble y la sabandija, y todos se encontraron con el tremendo poder de la muleta de quien está llamado a ocupar un destacado puesto en la historia taurina. Había toros por los que nadie daba un duro por su guasa y peligro y acababan tomando la muleta poderosa de Moreno, que los llevó en tandas largas, ajustadas y de excelente temple. Quizá el lunar, si puede considerarse como tal, del maestro Moreno ayer fue que no terminó de andar todo lo bien que merecían sus faenas con la espada, pero al final las estocadas llegaron y las seis orejas que cortó son aval más que suficiente para hablar de triunfo en toda regla. Pero insisto, lo de ayer con el maestro no fue cuestión de orejas, sino de concepto.

Y es que al que hizo segundo lo toreó Moreno con un sentido del temple, de la ligazón y del ritmo que más de uno pensaba que el torero se paseaba por la gloria. Comenzó el torero con un aperitivo de tres verónicas y media ajustadas y vibrantes. Qué emoción. El toro era codicioso y repetía. Tan a gusto estaba el torero que llevó al toro al caballo con chicuelitas al paso, una de las cuales resultó ajustadísima. Al toro le pegaron dos puyazos, como a todos sus hermanos de camada, que aunque se picó muy mal durante toda la tarde, los de Victorino, milagro, aguantaron más de una vara y seguían con la boca cerrada, aunque perdieran las manos de vez en cuando de tanto que se empleaban. Tras la suerte de banderillas, Moreno salió a la palestra y como un profesor que dicta la lección, miró al toro y le planchó la muleta en la cara. Tiró del Victorino y surgió una primera serie por la derecha con tres muletazos enormes abrochados con el de pecho. Cuánta verdad había en ese inicio de faena. Luego vinieron otros cuatro por el mismo pitón de igual cadencia y resultado. Aquello crujía. Aquello vibraba. Qué grande es el toreo cuando es de verdad. Hasta el profano salta de su escaño cuando cuando ve una tanda como la tercera, en la que los pases salían absolutamente limpios, con la mano baja y el estaquillador a la altura de la testuz del toro, que era bravo, noble y repetidor.

Y al natural, al natural más de lo mismo. Temple y ritmo. Arte y elegancia. El toro era un dije. Hubo otra tanda por el izquierdo y llegó el toreo a dos manos, sensacional también. Molinetes, pase de las flores y el tendido feliz. La espada cayó de mala manera y aunque hubo oreja quedó la sensación de que en ese toro ya se podía haber reventado la tarde. Y eso que sólo era el segundo. Claro que Moreno ya había dejado claro quién y las causas de su magisterio.

Si la faena al segundo fue la de mejor y mayor metraje por las condiciones del toro, la que realizó al quinto quizá fue la de mayor mérito. El saludo de capa a este toro fue vibrante. A la verónica. Luego el picador de turno pegó un petardo de época y eso contrarió al diestro. El quinto de Victorino tenía raza y genio. Buscaba permanentemente al torero. La única forma de buscarle las vueltas era llevarlo muy tapado porque cada vez que desparramaba la vista el corazón del tendido se encogía. Y lo tapó Moreno y le consintió Moreno. Tragó, pero tuvo su premio. La faena era para paladares selectos.

Tuvo decenas de matices porque el torero corregía constantemente los vicios del toro intentando alargarle el viaje y enseñándolo a embestir. Hubo una tanda de una lentitud y un mérito que se corrió el riesgo de parón en los relojes. Luego llegaron dos pases por la derecha enormes y aunque se palpaba el riesgo, había emoción a raudales y cada muletazo era una clase, un teorema del toreo de verdad, del parar, templar y mandar, pero mandar de verdad, como si Moreno se hubiera convertido de pronto en un general del Imperio Taurino. Los remates, torerísimos, se sucedieron y Moreno le pudo al quinto, un toro que tuvo lo suyo. Y es que Moreno logró encandilar al tendido porque toros como el tercero, por el que nadie daba un duro, acabaron sucumbiendo al poder del maestro. El toro, el único negro, se salía un poco del tipo general de la corrida. Más alto y de peores hechuras cantó pronto que iba a dar peor juego. Sin embargo, Moreno también le sacó muletazos mandones de pura técnica. De técnica sí, pero también de empaque, elegancia y torería. Un secreto de esta faena quizá residió en que el diestro dio tiempos muertos al animal. El tramo final de la faena fue incluso vibrante porque a los muletazos de calidad sacados uno a uno se le unió un martinete y emocionantes alardes. Torería pura porque el efectismo llegó después de exprimir el toreo fundamental.

Al primer toro que le cortó dos orejas Moreno ayer fue al cuarto. El toro derribó en varas de forma espectacular. Con peligro. Uno de los monosabios se la jugó coleando al animal en una imagen propia de los tiempos de Curro Cúchares. Cobró mucho este victorino y llegó a la muleta perdiendo las manos. Pero se fue recuperando. Las tandas fueron brotando aseadas por el pitón derecho, pero el toro rebañaba que era un gusto. Andaba ya pendiente del torero. Moreno realizo un gran esfuerzo para sacarle partido y aunque ésta no fue faena de dos orejas, el doble premio le vino muy bien al torero que andaba un punto afligido porque venía que con la espada no acababa de rematar la tarde. Y es que tras un pinchazo le recetó una estocada al cuarto que le dio confianza.

A esas alturas de la tarde, entre el cuarto y el quinto, pocos se acordaban de que con el primero anduvo Moreno con un gran oficio, que fue capaz de sacarle muletazos inverosímiles en la corta distancia, al ralentí. Fue sólo el principio de una tarde que ilusión desde el principio, desde que en un natural el toro le puso al diestro los pitones en la barriga tras rematar una serie. El riesgo estuvo toda la tarde en la plaza y con él la emoción que produce el buen toreo.

Cuando salió el sexto, Moreno paseaba ya por la gloria, como decíamos al principio, porque la gloria era para él junto a las casi 5.000 almas que vieron la corrida. Pero la gente quería más y el sexto, que no era grande de volumen, tenías dos agujas en la cabeza y una lámina preciosa. Cárdeno, fino de cabos y con hechuras de humillar. TransmitíaN el toro y el torero que quería poner broche de oro a la tarde. Surgieron hasta tres tandas de calidad, muy meritorias. Por el izquierdo hubo dos naturales enormes y citando de frente cuajó al menos otro de mucha intensidad y calado.

Así la tarde fue cayendo y el grande de Moreno conseguía salir triunfante de su encerrona en Pozoblanco junto al mayoral de la ganadería. Esto, por justicia debe tener repercusión y, sobre todo, le mete en vena una tremenda inyección de moral para el compromiso del próximo domingo en Madrid. Los toros de Victorino, el torero José Luis Moreno, qué más se puede pedir. Un maestro y un toro bravo en la arena. Viva la fiesta. Sigan toreando por las calles.

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