Cultura

"Cuarenta y ocho horas sin música representarían una catástrofe mundial"

  • Leo Brouwer, que afronta los homenajes como oportunidades para hacer recuento de su trayectoria, se muestra satisfecho de haber aportado a la música de vanguardia un concepto de reposo del que carecía.

Le ha llegado el tiempo de los homenajes y lo asume con naturalidad y gratitud. Regresar a Córdoba es siempre para él una experiencia gozosa. Mucho más que ir a Madrid, donde los periodistas le preguntan por temas políticos más que por los musicales. Leo Brouwer (La Habana, 1939) pasea estos días por calles que lo conocen y lo respetan, entre amigos y recuerdos, envuelto en el fragor de un homenaje que supone una revisión ilustrativa de su incomparable trayectoria musical.

-Este homenaje se suma a otros que le han realizado en diversas ciudades. ¿Cómo recibe usted estas muestras de afecto y reconocimiento?

-Con mucha alegría. No lo veo como un reconocimiento porque sigo escribiendo música y seguiré incorporado vivamente a la música. Lo veo como un recuento. Todo esto supone una oportunidad para, a mis setenta años, parar y decir: ¿qué hice? ¿Sirvió para algo? No son mis amigos los que van a responder porque la amistad y el amor son ciegos y quizá sordos. La Historia será la que dicte sentencia. De momento, me ha servido mucho reconsiderar los cincuenta y tantos años que llevo de trabajo y revitalizar viejas cosas que había dejado pendientes.

-¿Qué certezas ha encontrado usted en la música?

-La más importante y fascinante es que la música, como todo, está relacionada directamente con la famosa ley de contrarios que rige la vida física: día/noche, hombre/mujer/, sol/luna, actividad/reposo... Esto es común a toda la naturaleza. Y creo que sigue estando pendiente de un análisis más profundo, más allá de estudios estilísticos, de modas y éxitos. Si nos fijamos, por ejemplo, en la música de vanguardia de los años sesenta, mi querida vanguardia, vemos que adolecía de un gran problema: no reposaba. Se movía con tensiones agresivas. Yo quise reposar en ella. Y una parte de mi gran alegría interna es haber encontrado algo de ese equilibrio.

-En la época y el mundo actuales, ¿qué papel puede representar la música? ¿Para qué puede ser útil?

-El concepto de utilidad es interesante, aunque quizá no podemos hablar de utilidad económica. El hombre no se da cuenta de que cuarenta y ocho horas sin música representarían una catástrofe mundial. Porque el hombre no considera que ese sonido que viene integralmente le está ayudando a vivir en la cotidianidad. Hablo de todas las músicas, y particularmente de la música de concierto, la música clásica o culta. Ésta es una música que va a la idea, al cerebro, a la evocación. No va solamente a la parte activa de bailar o silbar una melodía.

-De sus múltiples facetas en la música, ¿cuál le ha proporcionado un mayor grado de satisfacción o de libertad?

-En realidad, la libertad es una utopía. Tocar para los públicos significa un reto, una pulsión entre el análisis crítico que pudiese existir, el análisis sensorial que también hay y la proposición del artista. Cuando yo toco o dirijo, me comunico con el público. Es importantísima para un artista la comunicación directa. Y cuando compongo estoy satisfaciendo una necesidad intelectual sin la cual no existiría.

-Usted va por las calles de Córdoba y es un elemento reconocible del paisaje. ¿Qué hay de Córdoba dentro de usted? ¿Encuentra muchas diferencias entre la ciudad que conoció hace 20 años y la actual?

-Hay dos Córdobas. La primera tiene que ver con el paisaje, que es casi siempre invariable en todas partes. Sólo registra cambios microscópicos. La otra tiene que ver con el hombre que habita ese paisaje, que sí cambia, sobre todo en función de la estructura socioeconómica. La juventud se vuelca cada vez más en la calle. Pero Córdoba es más que la calle. Está la Córdoba silenciosa, nocturna, la Córdoba interior de los patios y las plantas y las fiestas: las cruces de mayo, los toros... Son dos mundos paralelos y uno sin el otro no podrían vivir. Lo que pasa es que el hombre de hoy, cuanto más inmaduro o más joven, menos piensa en el tesoro que le rodea cuando lo rodea tan comúnmente. No está mal que el joven se percate de que vive dentro de un tesoro que tiene que amar y cuidar. No estoy de acuerdo con el lema de que quien oye consejo no llega a viejo. Sí llega. El que oye consejos no cree en ellos: tiene que vivir. Yo no doy consejos, sólo ideas.

-¿Cómo definiría usted la sensibilidad cordobesa?

-El cordobés es un ser interior. En el ámbito andaluz es como el hombre de Florencia comparado con el de Roma. El romano es abierto como el sevillano; el florentino es más intramuros como el cordobés. Pero son características cuyo origen no me atrevo a investigar porque no lo encontraría.

-¿Cuál es la labor de la Oficina Leo Brouwer?

-Yo soy solamente un miembro honorario. La musicóloga Isabel Hernández es la directora. La oficina ha hecho dos cosas extraordinarias. Una, recuperar mi patrimonio, mis obras, buscarlas cuando estaban perdidas y reunirlas. La otra, editarlas gradualmente, dar a conocer cosas que si no hubiera sido de esta manera nunca se habrían conocido. También estamos implantando becas para jóvenes que no tienen medios.

-¿Qué le falta por encontrar a Leo Brouwer en la música?

-No podría dejar de componer. Si dejara la composición tendría que hacer otra cosa, transcripciones u orquestaciones. Pero no puedo estar sin hacer nada. Es imposible dejar de hacer lo que uno ama.

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