Cultura

Pilar Sarasola, viuda y alma nutricia de Luque

  • La labor de la esposa de Rogelio Luque, nacida en Gijón, resulta fundamental en la historia de la Librería Luque, establecimiento que ayer cerró definitivamente sus puertas después de casi un siglo

El nacimiento de Rogelio Luque Díaz es casi paralelo al 1898, el de la innovación en el concepto de cultura que llevaría a la apertura de la Generación del 27. Imbuido por esta filosofía, el librero y editor importó a Córdoba aires vanguardistas, abriendo las puertas y las posibilidades a un concepto de cultura que le sobrevivió a él y a sus censores-verdugos gracias a la labor, constante y discreta, de su esposa y compañera.

En la primera mitad del siglo XX, ante el anuncio de apertura de Cruz Conde, algunos articulistas temían por la pérdida de la calle de la Plata, conocida desde hacía ya tres siglos por el trasiego y el ambiente que le proporcionaban sus negocios de todo tipo y tamaño, prolongación de la concurrida plaza de Las Tendillas. Amplios establecimientos de calzados, colmados, bancos, pastelerías, platerías, tiendas de disfraces y tabernas que "entre antiguas y modernas" lindaban con "una sola librería", abierta en 1919 en un portalillo, tan diminuto como los que albergaban la hojalatería, las especieras y los puestos de carne o pan. Allí lució por vez primera el cartel de Librería Luque. Rogelio Luque Díaz, su promotor, era entonces un joven emprendedor de 22 años, editor, amigo de artistas, escritores y poetas de su tiempo.

Pronto, el portal-papelería en la calle de la Plata quedó aún más pequeño. Los artículos del incipiente negocio luchaban contra los escasos metros cuadrados y, en 1920, Librería Luque se trasladó a la acera de enfrente, en Diego de León número 8, con el teléfono 614.

Una diplomada de comercio en la Córdoba de 1923

A 800 kilómetros al norte, junto a las costas rocosas que baña el Cantábrico y las arenas de la playa de San Lorenzo, vivían Ramón Sarasola Iribarri y Victoria Llamas Aguilañedo. El vasco y la aragonesa habían matriculado a su hija Pilar en la Escuela de Comercio de Gijón, donde la familia tenía casa y negocio. Ese pudo ser el vínculo por el cual el empresario cordobés y la estudiante asturiana, ocho años más joven que él, iniciaron una relación epistolar.

El librero cruzó media España para conocer a Pilar físicamente. Aquel muchacho, tertuliano de La Perla, futuro creador de la revista literaria La Pluma (1929) y colaborador de Biblis o El Quijote, había quedado encandilado por las cartas que, durante un tiempo, se intercambiaron. Así, cuando ella cumplió los 18 años, la familia consintió en la boda.

Pilar Sarasola Llamas llegó a Córdoba un 25 de julio de 1923. Las altas temperaturas del Sur fueron el primer choque de la joven estudiante con una ciudad tremendamente conservadora respecto al papel de la mujer y esposa. Esa circunstancia no le impidió incorporarse al mundo laboral para ejercer, en el negocio familiar, la profesión acreditada en la Escuela de su Gijón natal. A partir de entonces, la prensa local y las revistas comerciales del primer tercio de siglo resultan ser interesantes testimonios de la visión y la expansión de un negocio fresco e innovador que apuesta firmemente por la publicidad, la actualidad y la exportación de sus productos, generosamente acopiados, como denuncian las fotos de los primeros reportajes en prensa, todavía en la calle Diego de León.

En 1924 la revista ilustrada Andalucía Comercial, de la que fue administrador, muestra al matrimonio Luque-Sarasola en su amplia y bien provista librería, junto a una plantilla de ocho trabajadores, incluidos la dependienta y dos pequeños aprendices. La página anuncia algunas obras de "gran utilidad para comerciantes e industriales" que la "Librería Luque de Córdoba servía libre de gastos, previo envío de su importe, a cualquier punto de España o América".

El traslado a Gondomar en 1933

La pareja tuvo su primer hogar junto a los Padres de Gracia, antes de trasladarse a la avenida de Medina Azahara, entonces de Los Cuarteles Nuevos. Allí nacieron sus hijos Rogelio (1929-2000) y Antonio, en diciembre de 1933, coincidiendo con el traslado del negocio a la calle Gondomar números 9 y 11, ocupando el edificio que fuera del Banco Hispano Americano.

La librería decana y referente de este sector en Córdoba comenzó a lucir su fachada de mármol negro con el nombre de Rogelio Luque en letras doradas, junto a la puerta de la vivienda familiar que construyeron en el mismo edificio. En Diego de León quedó la redacción de La Pluma, publicación bimensual que se repartía gratuitamente a los clientes de la librería. De allí había salido también la primera guía turística de Córdoba, en 1923.

En mayo del 36 la librería, imprenta y papelería Rogelio Luque solicitaba a los maestros que hicieran "sus pedidos a través de los impresos que, para tal fin, enviamos con frecuencia, pues cuando vienen en papel diferente, no pueden despacharse con la debida rapidez".

Una dolencia respiratoria del librero aconsejó los aires de la sierra cordobesa y la familia se trasladó a un chalet próximo a la Huerta de los Arcos, desde donde bajaban diariamente.

Pilar atendía de igual modo la administración, al público y el cuidado de su familia, en tanto Rogelio se dedicaba, con la misma pasión, a su labor de librero y editor, convirtiéndose en mecenas de la intensa actividad cultural que Córdoba vivía en aquella Segunda República, donde Alvariño escribía sus Versos lorquianos, Enrique Moreno El Fenómeno esculpía figuras vanguardistas, López Obrero destacaba ya por sus formas peculiares y Ruiz-Maya se convalecía de su corazón tan grande como su lucidez. A unos pasos de la Librería Luque, La Perla era el sitio de reunión, y la puerta de la plaza de los Tejares el lugar del primer anuncio de sangre que se los llevaría a todos, incluido Rogelio.

De los años del hambre a 'Cántico'

A Pilar Sarasola le quedaron algunas fotos en sepia de aquel hombre atractivo y sonriente, un retrato esculpido en piedra con el sello inconfundible de El Fenómeno y unas dosis tan enormes de valentía y discreción que nada recuerda su hijo Antonio de la tragedia.

La imagen de su madre es la de una mujer de 31 años que, en contra de la opinión de la sociedad cordobesa, e incluso de su familia política, decidió mantener el sueño de su marido a solas, no sin antes colocar con letras grandes en la fachada de su librería su condición de Vda. de Luque. Dentro del establecimiento, presidía la memoria y el recuerdo de Rogelio la réplica en negro del retrato hecho por su amigo y escultor Enrique Moreno. Y aunque los pocos años de Antonio Luque no puedan precisarlo con certeza, es posible que fuera la mujer del artista y maestra de La Maternal -Amalia Ladrón de Guevara- aquella señora "elegante, bastante guapa, muy culta y educada" quien subiera a dar clases a su hermano Rogelio y a él, como hiciera con otros niños del Brillante, en busca del sustento de aquellos años de hambre y represión.

Los niños pasaron su primera infancia en la casa de campo, relativamente felices y ajenos a la tragedia de Pilar, que, cubierta con el luto que nunca abandonó, bajaba desde el campo hasta la calle Gondomar, portando el almuerzo que consumía en el mismo establecimiento, donde se trataba con igual respeto y discreción, a los lectores-compradores y a quienes sólo podían hojear, pasando horas ante un mismo libro. Viajaba a Sevilla, a solas con los trenes de posguerra, en busca de mercancía, escasa en los años 40, donde apenas había catálogos ni aparecían viajantes. Así fue potenciando y actualizando la librería y los expositores de artes plásticas, cultivando sinceras amistades con editores como Manuel Aguilar y la permisividad de la que siempre hizo gala la librería-biblioteca, donde clientes y poetas, como los del mítico Cántico, podían pasar horas leyendo sin ser molestados ni conminados a comprar. Sus únicos días de ocio eran las excursiones dominicales a pie hasta las Ermitas y el regreso estival a la casa de Gijón, sola entre los modernos edificios hasta la década de los 90, en que Antonio la vio por última vez.

Del relevo generacional al nuevo milenio

Pilar Sarasola anduvo siempre atenta a la formación de sus hijos y a su trabajo, sin que cupiera ni en su pensamiento ni en su vida otro objetivo. Los hermanos fueron pasando del colegio Cervantes a Cultura Española y a la Universidad, ayudando en la librería durante los periodos de vacaciones. Rogelio se incorporó a ella en 1947 y Antonio, en 1960; tras licenciarse en Derecho en Madrid, pasó por Granada, trabajó como pasante y letrado en un despacho de Córdoba y dejó su profesión por su vocación de librero.

La nueva distribución de responsabilidades relajó en algo la vida cotidiana de la madre, aunque imperturbable en la disciplina y constancia que habían consolidado a Vda. de Luque como referente de lectores y profesionales del sector. Pero en 1961, un año después de la llegada del hijo menor, Pilar sufrió un derrame cerebral que afrontó con el mismo coraje que el resto de las circunstancias adversas de su vida.

La huella más terrible de la enfermedad fue el olvido absoluto del ejercicio de escribir. Echó mano a las cartillas de párvulos de su librería y reinició sus pasos sobre las plantillas de palotes, dibujos y letras de los cuadernos, hasta recuperar totalmente su caligrafía.

En la década de los 70, la historia de la Librería Luque entra a formar parte de la memoria actual de todos los cordobeses, como cita obligada con los libros de texto y el material escolar, en septiembre, y catálogo de los más delicados caprichos de escribanía y novedades editoriales. Fue marco de los primeros encuentros con los autores de éxito y el lugar de charla improvisada entre poetas, artistas, escritores e investigadores de Córdoba, bajo la mirada atenta de Manolo Reyes, que se nos murió "como del rayo" con los últimos clásicos salpicados por la planta sótano; de Lola, Andrés, Juan, Antonio y Rafa Osuna, el aprendiz de librero, de 14 años, que se doctoró en Gondomar y ha ejercido brillantemente su magisterio en Cruz Conde. Allí, en 1972, recogieron el legado del antiguo establecimiento de Vda. de Luque, que cerró definitivamente sus puertas en el año 2000. Pilar Sarasola Llamas descansaba desde 1981 en el panteón familiar de San Rafael, junto al librero que, a principios del siglo XX creó una pequeña librería cordobesa, convertida hoy en institución por mor de una asturiana casi anónima.

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