Cultura

"He sentado al filósofo en el banquillo y le he dado al poeta mar abierto para soñar"

  • 'La vida nueva' sigue dando satisfacciones al escritor, que acaba de obtener el Premio Nacional de la Crítica en la modalidad de poesía · Afirma que ha encontrado una voz nueva y que la mantendrá

Sus alumnos le recibieron en la clase con una ovación. Son días especiales para Eduardo García (São Paulo, 1965), que el pasado sábado ganó con su último poemario, La vida nueva (con el que ya había obtenido el VI Premio de Poesía Fray Luis de León), el Premio Nacional de la Crítica.

-Ahora sí que comienza para usted una vida nueva...

-El libro nació de una experiencia de transformación interior, de ingreso en una nueva etapa de la vida, con esperanza, ilusión y ganas de apertura a nuevos caminos, y parece que esa actitud me ha dado suerte porque a esa transformación le va a seguir otra, ya que es probable que muchas cosas cambien a mi alrededor. Aunque es pronto para calibrarlo. Todavía estoy en estado de perplejidad.

-Usted sabía que era finalista. ¿Cómo administró las emociones hasta el fallo del premio?

-Supe que era candidato un día y medio antes. Un amigo me informó de que había un teletipo rodando por internet en el que figuraban cuatro o cinco candidatos. Pero las noticias eran confusas. Yo en aquel momento consideraba un premio ser candidato y competir con poetas a los que admiro. En la lista estaban Ángel González, Tomás Segovia, Manuel Vilas... Eran rivales de primera categoría. Intenté por todos los medios no dejarme llevar por la emoción. Estaba preparado para no ganarlo, no para ganarlo. De ahí la perplejidad.

-Y ahora los correos, las llamadas, las felicitaciones, los abrazos...

-Tengo una gran acumulación de correos y estoy intentado responder a todos. Yo tengo una vida muy retirada. La vida del poeta es la de la soledad creadora. Y de pronto estoy recibiendo el cariño de mis colegas poetas, los críticos, editores que confiaron en mí, mis compañeros del instituto Averroes...

-Recién publicada La vida nueva, usted afirmó que se había propuesto no pactar nunca más con los gustos de la crítica. Resulta paradójico que haya ganado el Premio de la Crítica con este libro.

-Es una de las razones por las que creía que no iba a ganar el premio. Uno cree que al cabo de los años ya va conociendo este mundo, un mundo globalizado en el que tiende a valorarse lo normalizado. Prevalece la norma, libros que no aportan cosa muy nueva, que están correctamente escritos y siguen una línea que el lector y la crítica conocen y saben valorar. Una apuesta novedosa, en general, es más difícil que se valore. Yo había decidido hacer un libro basado exclusivamente en mi deseo y mi sueño, el libro que deseaba escribir desde joven. Me sentía fuerte para afrontar una empresa más ambiciosa que las anteriores. Y me he encontrado con el Premio de la Crítica. Es una paradoja en toda regla.

-Un libro que, según ha afirmado, se aparta del gusto de la época. ¿Cómo es ese gusto? ¿Por qué ese y no otro?

-Se aparta quizá del gusto de la época que nos precede, porque la época está cambiando y este libro puede ser un síntoma de ello. Hemos tenido un reinado del realismo de casi veinte años, que es mucho tiempo. Ninguna promoción poética en España había tenido un periodo tan largo de presencia pública dominante. Yo llevo tres libros alejándome y buscando una voz personal. Ahora hay síntomas claros de diversidad, que es lo mejor que le puede pasar a un arte: muchos escritores siguiendo líneas distintas y enriqueciéndose mutuamente.

-¿Está ahora escribiendo la poesía que quería escribir hace 20 años?

-Sí y no. Hace 20 años no podía imaginarme esta poesía que estoy escribiendo ahora. Sí estoy recuperando los sueños originales del joven que fui. Un escritor se pasa los primeros años intentando demostrar que es bueno. Esto le obliga a trabajar mucho y a aprender, pero también lo normaliza, lo asimila a lo que en el momento se valora. Yo me sentía con la madurez suficiente para decir: ahora tengo que escribir en solitario, atreverme, inventarme algo que sea yo, independientemente de los gustos de época. Ya pasé los años de aprendizaje y me tocaba apostar fuerte. Este libro ha sido una aventura: escribir en solitario, buscando algo nuevo, diferente, mío, muy mío, muy personal. Esto me provocaba una inseguridad respecto al mercado. Me preguntaba si sabrían valorarlo.

-La buena vida ha obtenido un doble reconocimiento en forma de premios: el Fray Luis de León y el de la Crítica. ¿Espera un mayor reconocimiento comercial a partir de ahora?

-Por ese cambio de gusto del que hablaba, quizá ahora hasta llegue a tener lectores. Hay un cierto agotamiento de algunas fórmulas. Todas las fórmulas, al cabo de los años y los sucesivos imitadores, tiende a convertirse en retórica. Y yo no soy el único lector que empezaba a advertirlo.

-¿Su línea poética va a seguir por este cauce?

-Es pronto para decirlo. No planifico previamente un libro. Los libros me nacen del contacto continuo con la vida. Este libro obedece a un momento muy determinado, a una explosión vital personal. No creo que los libros que sigan puedan estar en este nivel de entusiasmo continuo, aunque de vez en cuando me sigue brotando. Este libro es una página en el diario de mi vida. Lo que sí es cierto es que la voz ha cambiado y ese cambio va a permanecer en mí.

-Un cambio que en gran medida se basa en darle un mayor peso al componente emocional frente al reflexivo.

-Sí. He sentado al filósofo en el banquillo y le he dado al poeta mar abierto para soñar y navegar. Mi idea era entrar más a fondo en el inconsciente. Ya lo había intentado en los libros anteriores, pero en este la indagación llega más a fondo. Y, sin embargo, no es un libro surrealista, o sólo lo es en parte. Hay una fusión de lo simbólico, lo surreal y lo onírico, pero también muchos referentes a lo más próximo, a las cosas cotidianas.

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