Crítica de Cine cine

Elogio del 'origami' animado

Kubo y las dos cuerdas mágicas

Animación, EEUU, 2016, 101 min. Dirección: Travis Knight. Guión: M. Haimes, C. Butler. Guadalquivir, El Tablero, Artesiete Lucena.

Hay vida y esplendor en la animación contemporánea más allá del pensamiento único en torno a Pixar y su, por lo visto, incontestable (¿?) modelo de perfección. La factoría Laika lleva proponiendo desde hace años un estimulante camino de personalidad y heterodoxia respecto a ese formato digital tridimensional dominante a través de títulos como Los mundos de Coraline, Paranorman, Los Boxtrolls o esta Kubo y las dos cuerdas mágicas que deslumbra desde sus primeras imágenes de un océano felliniano surcado por una barca, una delicada figura femenina de origami animado y una poderosa voz fabuladora que nos anuncia las historias más maravillosas. En efecto, la promesa de ese arranque lírico y fantasmal se cumple a cada nueva secuencia, a cada nueva escena, a cada nuevo trazado artesanal de un universo original y orgánico que hace de esta cinta todo un prodigio de diseño lejos de toda convención animada y de todo molde prefabricado.

Aventura iniciática y mágica, la de Kubo es, qué duda cabe, una historia de aprendizaje, maduración y búsqueda de identidad a través de un denso espacio mítico y simbólico que bebe de las fuentes narrativas e icónicas del Japón tradicional de los jidai geki, las películas de samuráis o los relatos kwaidan, un territorio mutante y desdoblado entre las apariencias y lo mágico, entre lo humano y lo animal, entre la fabulación y el sueño (o la pesadilla), que Travis Knight despliega ante nuestros ojos de la misma manera que las hojas de papel de arroz se convierten en maravillosas figuritas de guerreros, insectos, espadas o yelmos con poderes sobrenaturales.

Lejos de toda condición paródica, o lo que es lo mismo, sin necesidad de que el humor (que también está presente, cómo no) sea la única vía de acceso al (re)conocimiento, Kubo pulsa las dos cuerdas mágicas de su shamisén para embaucarnos en un viaje deslumbrante en el que cada nuevo paisaje, cada nuevo escenario, cada nuevo sueño, cada nuevo duelo y cada desenmascaramiento se convierten en un estallido de belleza y placer para los sentidos. Y a eso, sin necesidad de catarsis, violines, ni redenciones, también podemos llamarlo emoción.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios