Cultura

Un antídoto contra el pensamiento único

  • La Fundación Helga de Alvear, con sede en Cáceres, acoge hasta la próxima primavera una heterogénea exposición que supone un atractivo paseo por la colección del centro

La exposición es una sucesión de encuentros. Afortunados pero dispares. Un atractivo paseo por lo heterogéneo. Así, la propia sala dedicada a Jorge Galindo, con los muros totalmente cubiertos de suelo a techo por los 100 dibujos verdes. Al principio se antoja una instalación: el color rodea y casi acoge. Pero aparece enseguida el ritmo de estos papeles con medidas de cartel (100x70 cm.) y es inevitable seguir su pintura que conserva en sus trazos el gesto del autor. Recorrerla equivale a sumergirse en lo diverso: imágenes que rozan lo pornográfico, otras tomadas de la publicidad o la política, un fragmento del pícaro columpio de Fragonard y una reproducción de la Virgen del Greco que algunos llaman "de la buena leche" colgada en un marco sobre una aureola pintada que parece tomada en préstamo de la patrona de un pueblo. En suma, un urgente panorama de nuestra cultura, sea alta o baja.

La sala contigua es bien distinta: todo en ella parece serenarse. Pero el Hombre hueco sentado (Atelier Van Lieshout) conjuga la limpieza de formas con lo abyecto, y la superficie parda que se extiende a su lado ¿es pintura o excremento? Tal sarcasmo no coincide con el humor más inmediato de Jiri Dokoupil (El beso) ni con la sutil ironía que dedican a la pintura los portugueses Gusmaô y Paiva en su Ensalada de luz. Esta sostenida reflexión sobre la pintura, a veces maliciosa, contrasta con el apasionado expresivismo del breve óleo de Asger Jorn que pronto, sin embargo, se enfría con la gran mancha de luz sobre el muro que generan, rosa y amarillo, los fluorescentes de Dan Flavin, verdadera pintura sin pincel. Pero basta un breve giro para encontrar cuatro joyas, las obras de Etel Adnan -veterana poeta y escritora, ella misma encrucijada de culturas- que oscilan, con vibrante sencillez, entre la abstracción geométrica y el paisaje.

Esta convivencia de lo diferente no se da sólo en esta sala. En la adyacente, un vídeo de Willie Doherty, Acceso restringido, invita a un solitario paseo por un enclave natural que sólo poco a poco se manifiesta; pero a su lado, la Montaña de Alberto Peral, una gran pirámide formada con esferas de cerámica esmaltada en vivos colores, despierta el sentido de ese componente esencial del arte: el juego. Lo mismo cabe decir del enfrentamiento, en otro recinto, de una silenciosa obra de Dominique González-Foerster con el descaro de Jota Castro. La autora nacida en Estrasburgo rinde homenaje a Bioy Casares con un breve montículo de arena en el que hay un dibujo junto a un libro abierto. El peruano despliega retratos fotográficos de famosos del arte, el pensamiento la política y la cultura (Marx y Wittgenstein, Freud y Octavio Paz, Vargas Llosa y Fidel Castro), todos con un golpe (¿martillo o piedra?) que rompe el cristal y señala la imagen: saludable práctica artística que el autor etiqueta como Rompiendo iconos.

En Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, Goethe introduce un largo excurso: un libro, el sexto, con un único y extenso capítulo titulado Confesiones de un alma bella. En primera persona, una mujer cuenta cómo fue construyendo un mundo que pudiera llamar suyo. Lo consigue con un continuo acercamiento y comprensión de lo diferente. El lector, a veces, cree advertir una sutil diferencia entre la intención del autor y la de su personaje, porque aquél subraya el esfuerzo mientras que la mujer parece proceder, con tranquila osadía, a instancias de su sensibilidad. Al recorrer las salas, pensé, sin pretenderlo, en el alma bella, porque la muestra es una incitación a reconocer el valor de lo diferente.

El arte, por ser enigmático, es maleable. Los románticos, al sentirse desamparados por el racionalismo ilustrado, convirtieron el arte en religión. Cien años después, los entusiastas de las vanguardias históricas confiaron al arte el impulso utópico que debía superar una sociedad regida por el beneficio económico y la desigualdad. No faltan hoy quienes, desde el arte, pretenden hacer la política que apenas permiten la rigidez del Estado y los caprichos del mercado. De modo aún más sutil muchas exposiciones buscan articularse ante todo con la coherencia de un discurso: lineal, dialéctico o con afán deconstructor, el discurso corre siempre el riesgo de enhebrar de tal modo las obras que al final el hilo es más importante que las perlas. En esta muestra ocurre justamente lo contrario. La comisaria, Chus Martínez, directora del Instituto de Arte de la Academy of Art and Design de Basilea, ha enfatizado la singularidad de cada obra y propiciado que el espectador se encuentre con ella, desde la torre de persianas de Haegue Yang hasta la gran pintura al alpechín de Federico Guzmán. Así se comprueba que el arte es un buen ejercicio contra el pensamiento único. Es de agradecer.

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