Cultura

La unción del deseo

  • Alianza Editorial obsequia al lector con una nueva notable novela de Yukio Mishima, 'La escuela de la carne', otra incursión en el mundo de las pasiones

Taeko Asano, la protagonista de La escuela de la carne (Alianza), es una mujer divorciada e independiente, propietaria de una boutique muy reputada entre las clases pudientes de Tokio. Su posición, en cambio, no es ni envidiable ni envidiada. Estamos a principios de la década de 1960 y en la sociedad japonesa resisten, retorciéndose como gusanos en la gusanera, prejuicios de diversa índole: el divorcio no está bien visto y menos en una mujer que, como Taeko, ha estado casado con un barón y a quien algún esnob todavía llama "baronesa". La actividad profesional es asimismo una condición reprobable para quienes disfrutan de regalías, rentas millonarias o prebendas varias. Sin embargo, Taeko ha decidido vivir su vida y la felicidad pasa necesariamente por mandar al carajo el qué dirán. Ella suele verse cada mes con otras dos mujeres en sus mismas circunstancias: Suzuko Kawamoto, que regenta un restaurante, y Nobuko Matsui, que escribe sobre cine y moda para diversas revistas. Estas tres alegres divorciadas forman el Club de las Bellezas Toshima en un juego de palabras intraducible al castellano: Toshima, un nombre geográfico, significa asimismo "mujer madura".

Taeko y sus amigas llevan una intensa vida sexual, que no dudan en revelarse, con pelos y señales, en estos encuentros mensuales. Durante una velada, Suzuko habla de cierto bar gay, el Bar Jacinto, y en concreto del barman de dicho local, un joven de cuerpo vigoroso y mirada dulce, que responde al ideal de belleza tenebrosa tan grato a Yukio Mishima. Las tres amigas visitan el bar y Taeko queda prendada de Senkitchi, que así se llama él; la mujer lo corteja y lo convierte en su amante; un logro escasamente meritorio pues, al parecer, el chico se deja seducir a conveniencia por unos y otros. Mishima narra con minuciosidad, en un registro sutilmente poético, la caída de Taeko en la trampa de esa belleza imprevisible, infantil a veces, ingenua incluso, perversa otras, inquietante, peligrosa incluso. La historia no es nueva: el ser deseante acaba sometido por el ser deseado. Taeko paga las deudas que Senkitchi tiene contraídas con el dueño del Bar Jacinto, lo insta a reemprender sus estudios universitarios, lo instala en su propio apartamento, procura que nada le falte, siempre con el temor de no darle cuanto necesita y la abandone.

El deseo es engañoso: nos ciega, nos impide ver la vulgaridad del otro, su fealdad, su mediocridad. Y es cualquier cosa menos consolador: Senkitchi deviene una criatura escurridiza, misteriosa por imprevisible, que emprende de buen grado los estudios y la vida en común con Taeko, si bien mantiene un férreo secretismo en torno a ciertas parcelas de su existencia. Todo apunta a que está utilizándola para escalar socialmente, como seguramente ha hecho con otras mujeres y otros hombres antes que con ella, pero Taeko no le da importancia; tenerlo a su lado es una bendición… literalmente. En Mishima, el deseo es unción. En un pasaje extraordinario, una de sus amigas le pregunta a la protagonista si Senkitchi está siendo tierna con ella y ella no sabe qué responder. Taeko no va en busca de ternura, sino de algo más elevado. En La escuela de la carne, como en otras novelas de Yukio Mishima, la pasión se reviste de una cualidad cuasi sagrada; el deseo nos permite tocar con la punta de los dedos lo absoluto.

En Últimas palabras de Yukio Mishima (Alianza), el escritor le revelaba a Takashi Furubayashi esa dimensión trascendente del impulso sexual: "Si no existieran los dioses, habría que hacerlos renacer. […] sin Dios no hay erotismo". Y luego añadía con una punta de irreverencia: "El absoluto no se consigue de ningún modo sin la presencia de prohibiciones y mandamientos. Por eso, el catolicismo es estupendo. Es la religión que tiene más erotismo". Lo cual es sustancialmente verdad, pese a quien pese. Aunque no llegue a mayores, la ecuación "belleza-erotismo-muerte" también deja su semilla en el surco: El anhelo de comunión con el otro lleva a Taeko a fantasear con un doble suicidio por amor de matriz romántica, muy Mishima: "Por un instante ante sus ojos flotó la foto vívida […] que emplearía el juez de instrucción encargado del caso: un hombre y una mujer muertos con la cara contra el suelo y con las yukutas todas desordenadas. Una escena sórdida a más no poder pero, al mismo tiempo, espléndida". La pasión será convulsa o no será. En un pasaje anterior habíamos leído: "se quitaron la ropa apuñalándose con la mirada".

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