Cultura

El enigma y las actitudes

  • Desde Heráclito hasta Wittgenstein, este erudito ensayo del filósofo Pierre Hadot recorre 25 siglos de pensamiento en torno a la Naturaleza

Además de como un libro erudito, que también lo es, El velo de Isis del filósofo Pierre Hadot (1922-2010) se comporta como una gran obra de referencia que invita a profundizar en las muchas regiones que cartografía y en otras que sólo atisba, donde su proverbial humildad habita con el deseo de plantar semillas en la curiosidad del lector. Son 25 siglos los que aquí se trazan, desde Heráclito hasta Nietzsche, Wittgenstein, Heidegger o Sartre, un viaje que comprueba (y se regodea en) la apasionante longevidad de las fórmulas e imágenes de la Antigüedad clásica, un provechoso legado que el tiempo y los periodos históricos van transformando quizás sólo para demostrar, una vez realizado el recuento de variaciones y oposiciones, que todo estaba dicho antes de que el cronómetro empezara a medir el devenir.

En El velo de Isis Hadot se propone recontar todo lo que ha dado de sí uno de los aforismos más trascendentales de la historia del pensamiento, ése que, atribuido a Heráclito el Oscuro, decía que "la naturaleza ama esconderse". A este puñado de palabras recortadas del denso trasfondo del Origen, Hadot aplica su bisturí filológico, arqueológico, histórico y filosófico para, desde un profundo conocimiento del pensamiento antiguo y sus evoluciones, revelar cómo su sentido primigenio ("todo lo que nace tiende a morir") irá transformándose a medida que el concepto de physis varía de la noción de la vida como acontecimiento al poder invisible que lo orquesta. Comienza esta historia, entonces, con el nacimiento de las religiones y la compleja convivencia de paganismo y cristianismo; también con la prehistoria de una ciencia natural que en el siglo IV antes de nuestra era daría a luz a una Naturaleza personificada, metáfora densa e inagotable que se reconcentraba alrededor de una diosa celosa que oculta sus secretos y virtualidades a los mortales.

El grueso de este libro que va y viene, que se clausura en apariencia sólo para recomenzar con mayor brío, y donde los conceptos establecen un apasionante baile en el que sus límites y juegos quedan patentes (Hadot también fue un grandísimo conocedor de la filosofía del lenguaje), se dedica así a constatar la vigencia de esta metafórica de la naturaleza velada y, sobre todo, a describir y clasificar en cada contexto humano los distintos esfuerzos por descorrer el velo y aproximarse al secreto. Así, Hadot conceptualiza este multiforme deseo bajo dos advocaciones, una la tutela de Prometeo y otra la de Orfeo. La tendencia prometeica, que se cifraría míticamente en el mandato divino que ordenaba al hombre dominar la tierra, vincularía a los primeros mecánicos y magos con aquella revolución científica del Setecientos, la de Bacon, Descartes, Galileo o Newton, que alejaba al hombre de la imagen del niño extasiado frente a la madre naturaleza y le inoculaba el ideario de progreso y dominación que se reposaría en el Siglo de las Luces para afilarse en el XIX y XX con las ambiguas consecuencias que todos conocemos.

Por otro lado, y al mismo tiempo que la lenta y paulatina revolución científica bajaba a la tierra la metáfora del secreto de la naturaleza, se desarrollaba su contrario, esa actitud órfica que, desde la Antigüedad hasta Rilke o Heidegger -y pasando, entre otros, por Rousseau o Goethe-, se concentraba en la idea de desvelamiento y comunión a partir del discurso (la palabra), la actividad poética y la creación artística.

Ambas posturas, claro está, no deben verse de manera monolítica o en un paralelo perfecto e independiente, ya que lo que interesa a Hadot es la irrenunciable impureza que las constituye y, especialmente, su problemática evolución cruzada en el tiempo. Hay que indicar en este sentido que El velo de Isis, que no dejó de ser una especie de work-in-progress filosófico no carente de sana ambición, no se da por satisfecho en tanto que acumulación de sabiduría, y que aquí el pensador, sin hacerlo nunca explícito, está ofreciendo las herramientas conceptuales y metodológicas para tratar un tema que siempre nos concernirá. Es por eso que, guadianescamente al principio y luego como último capítulo del libro, se haga hincapié en el cambio de paradigma que, a partir de finales del siglo XVIII, se produce en nuestra consideración (e imaginación) de la naturaleza, cuando a la curiosidad y al deseo de conocer el secreto que resuelve el problema, le siguen la admiración, la veneración y también la angustia ante una naturaleza que ya sólo refleja el misterio insondable de la existencia.

Hadot no hace entonces sino cerrar el círculo y renovar la cuestión mientras pasea con seguridad por el lado más luminoso de tres de los grandes pensadores de la contemporaneidad. Y es desde el sí al mundo en el que desemboca el pesimismo dionisiaco de Nietzsche, el asombro por que éste simplemente sea -según la aforística wittgensteiniana- y la relectura de Heráclito que acometiera Heidegger para tratar sobre el desvelamiento del Ser -sobre la necesidad de sacarlo del olvido al que lo somete el hombre, la necesidad de desvelarlo-, que Hadot promueve y nos ofrece un camino de acción estética y actitud ética.

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