Crítica de Música

A nadie le amarga un sirope

alejandro sanz

'Sirope'. Fecha: jueves 30 de julio. Lugar: Plaza de Toros. Lleno.

Tiene guasa este Alejandro Sanz llamando Sirope a su nuevo disco y gira. Tanto le hemos troleado con que se pasa generosamente con el almíbar en sus canciones que se ha curado en salud y... si quieres arroz, dos tazas. Así las cosas, la Plaza de Toros de Los Califas aparecía el jueves por entre la calima como una gigantesca tortita que pedía a gritos que la embadurnaran de sirope hasta las trancas. Pero no de cualquier sirope. No servía ese que venden ya envasado y cuyas etiquetas están llenas de ingredientes que averigua tú. Aquí se estilaba el producto casero. Esta vez lo que se adhería pegajoso a nuestros oídos era sirope cocinado por el chef Sanz, de ese que se hace en la hornilla con una cazuela vieja, removiendo con constancia y cuidado hasta que coge su punto y duele de dulce. "Córdoba está guapa", decía Sanz, y el tarro se desparramaba sobre nuestras cabezas.

Fue sonar El silencio de los cuervos y la plaza ya estaba nadando en esa sustancia viscosa que la atrapó como arenas movedizas desde la primera gota. Alejandro asume una nueva gira con el reto de hacer algo distinto, pero sabiendo que debe mantenerse dentro de lo que sus fans de ayer y hoy esperan de él. Por mucho que diga que salió de su zona de confort, el resultado sigue siendo previsible y no especialmente sorprendente. No hay sitio para las salidas de tono, aunque se intenta, y se agradece. Los primeros temas fueron sonando impolutos mientras la banda paseaba a lo loco por el escenario sin respetar su habitual emplazamiento. Pero no se dejen engañar, porque tal anarquía no era sino un guiño provocador con el que el artista añadía unas cucharadas de frescura al jarabe. Todo era un caos coreografiado que transmitió una absoluta carencia de rigidez durante todo el concierto, mezclada con impecables resultados sonoros.

Sanz perpetró un concierto para todos los gustos. Con especial atención a sus últimos trabajos, no podía evitar dedicar minutos al pasado, bien con remixes de temas como Amiga mía, Mi soledad y yo o Y si fuera ella, o con efectistas apariciones "echa sirope" piano en mano y foco en la nuca, que silenciaron el griterío mientras interpretaba la clásica Lo ves. La noche tuvo muchos quiebros inesperados que le acercaron al rock o el funk, al rhythm and blues o al jazz, pequeñas exclamaciones que no interfirieron en el mensaje que sus fans esperaban, pero que al menos nos hicieron salir a ratos del almíbar. Pero poco rato. Porque lo inevitable era acabar regresando una y otra vez al espacio común en el que todas las piezas se dibujaban inclinadas mucho más a lo latino que al sirope de arce norteamericano o al golden syrup británico, por mucho que en el disco hubiera podido o querido parecer otra cosa. Las heridas por caramelo de sirope hirviendo son de las más dolorosas, y Sanz no se va a arriesgar a remover a un ritmo equivocado. La apuesta es clara: hecha sin duda con los ojos puestos en la universalidad de un mensaje que va a calar con pasión en toda América Latina, un mercado bestial que a nadie puede amargar, y menos si vas repartiendo sirope.

Y mientras la banda sabía bien hacia dónde y cuándo escorar, Alejandro fue metiendo sus puyitas flamenkitas hasta cantar Corazón partío con la presencia del genial guitarrista cordobés José Antonio Rodríguez. La acción fue mucho más que un gesto. Se convirtió en un reencuentro, en la evocación del momento en el que Sanz salió disparado hacia la estratosfera, dejando colgadas de sus canciones a varias generaciones de fans. Las mismas que corearon en Córdoba su procesión de temas en un hiperkaraoke que duró hasta la madrugada y que fotografió con sumo realismo el grado de implicación de su público, en su mayoría femenino plural y gran amante del sirope.

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