Cultura

Robert contra la nostalgia

  • Bob Dylan ofrece en su concierto en el Teatro de la Axerquía, lleno, una veintena de temas con protagonismo claro de sus últimas grabaciones, con una puesta en escena sobria.

La estatura mítica de un artista genera problemas a la hora de digerir sus epílogos, de asimilar todo aquello que queda fuera del tramo de vida y de trayectoria en que alcanzó un lugar en algún olimpo, de asimilar unas postrimerías que suelen ser largas y complejas y que en muchos casos revelan un nuevo caudal de ambiciones. Pasa, en distintos grados, con Bob Dylan, con Paul McCartney, con los Rolling Stones. De Dylan está claro que no le apetece parecerse o ajustarse a lo que la gente espera de él. Dylan reniega un poco o bastante de Dylan, del Dylan colosal y alumbrador que queda en otra época o en YouTube. Lo que vemos en el escenario no es una reivindicación de Bob, que no le hace falta, sino una reivindicación/defensa de Robert (Allen Zimmerman), de Duluth, Minnesota, autor de discos grandes, peregrinador de escenarios con su austeridad distante y su voz de nariz. La mayoría anhela ver a Bob vestido de Dylan, perfumado de pasado, cantando lo famoso, pero el que sale es Robert (o Bob disfrazado de Robert) y canta lo último o lo que le da la gana. Robert es la destilación desmitificada de Bob como Allan Stewart Königsberg es el filtrado final, esencial y geriátrico de Woody Allen. Un artista, por otra parte, tiene pleno derecho en todo momento y edad a celebrar frente al público su última creación. A Bob/Robert se le reprocha poca disposición a compartir con la gente su repertorio más relevante o más célebre, pero también habrá quien diga el sábado que Serrat, que hará un concierto antológico, lleva décadas cantando lo mismo y viviendo de lo mismo. Siempre desde nuestra insignificancia hay motivos y momentos para impugnar al que ha alcanzado estos niveles de fama, estos registros de calidad y reconocimiento en lo suyo y estos ceros en la cuenta corriente. En este caso sí cabe reprochar que Bob/Robert vino a dar un concierto llamado Shadows in the night, que es el título de su último disco, y pasó de puntillas por este trabajo, que es una aproximación interesante, agradable, a su manera, a Frank Sinatra. También resulta molesta su pose divina e inaccesible, sus caprichos, su falta de generosidad, sus prohibiciones (entre ellas, la de hacerle fotografías, muy efectiva, como pueden ver hoy en este periódico), su certeza de estar poco menos que a la derecha del Padre. Pero esto es lo que hay, y desde todo el mundo lo siguen convocando, festivales, teatros, gobiernos municipales que quieren repetir y que lo citan a él en vez de a Pitingo. Y ahí va con su petate legendario el altanero Bob/Robert, sin entrevistas, sin imágenes, sin roces, sin simpatías, sin gestos que delaten una posibilidad de cercanía o de fragilidad, ahí va, por los mundos, ajeno a la plebe, superior y enigmático como una sombra de época y un extraño de sí.

Para quien estuviera informado de sus últimas comparecencias españolas el concierto de ayer no pudo suponer una sorpresa. Arrancó con Things have changed, la canción que compuso para la película Jóvenes prodigiosos y que le valió el Oscar y el Globo de Oro, con banda de cinco miembros, Bob/Robert en su altar de noche, en su atmósfera litúrgica y grave (con un secreto fondo de algo que puede ser ironía antinostálgica), sin guitarra (luego agarró la armónica y probó el piano), con traje y sombrero negros, ensayando los primeros versos de la velada ("I'm in the wrong town", estoy en la ciudad equivocada, vaya inicio) en su segunda cita en Córdoba, en esta ocasión en el Teatro de la Axerquía, lleno y junto al cual una muchedumbre había protagonizado una espera de horas.

Siguió con She belongs to me, de Bringing it all back home, uno de sus discos más relevantes, de 1965, concesión por tanto al fan viejuno y generacional, una de las pocas de la nocheentre una selección de temas de las últimas entregas como Workingman's Blues #2 de Modern times, Beyond here lies nothin' de Together through life y Duquesne whistle y Pay in blood de Tempest entre las más destacables, con su descanso largo a la mitad.

Una puesta en escena oscura, más propia de teatro cerrado, una ambientación protectora para que a Bob/Robert no se le vea más de lo imprescindible, cinco focos perimetrales sensualizan el espacio, se apagan y se genera una pequeña dimensión de crepúsculo dulce, Bob/Robert con su voz de cama de hospital, gente de muchas ciudades, cerveza por un tubo, las camisetas a 35 euros.

Hay que decir que discos como Modern times y Tempest del viejo Robert son excelentes, que este concierto fue mejor que el del Fontanar de 2004, que el mundo siempre cambia aunque nadie lo cante pero que es bonito haber crecido y aprendido con las canciones de Bob Dylan, que sigue reinventándose, vía Robert, en sus penúltimos epílogos.

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