Crítica de Flamenco

Danza de vanguardia ligera de flamenco

las tentaciones de poe

Coreografía y baile: Rubén Olmo. Baile: Sara Vázquez. Cante: Antonio Campos. Toque: Pedro Sierra. Violín: Alexis Lefevre. Percusión: Agustín Diassera. Fecha: domingo 5 de julio. Lugar: Gran Teatro. Media entrada.

Rompedor y creativo, de nuevo, Rubén Olmo en el Gran Teatro el pasado domingo metido en un proyecto dramático si los hay, estrenado hace más de medio año, dedicando su genio y alma de bailaor, danzante y coreógrafo flamenco de los más brillantes, nada más y nada menos que al epílogo existencial del atormentado escritor Edgar Allan Poe. Las tentaciones de Poe es el título de la obra, que da pábulo a ocho secuencias o escenas de danza, plasmando el recorrido hasta el agónico final del personaje que acabó sus días en las garras de los delirantes efectos etílicos, donde se precipitaría por la pena de la inesperada pérdida de su amada, para hundirse en la más terrible locura. Y así -confiesa el bailarín-, aprovecha la ocasión para dedicar su esfuerzo a todos los que se ven en situaciones extremas similares por los imponderables que puede depararles la existencia.

De por sí, el baile de Rubén Olmo no repara en exponer estas situaciones límite que le permiten escenificar esas composiciones, y si van dramatizadas parece que mejor, experimentando y siempre arriesgando a cuenta de sus exigentes inquietudes con piruetas transgresoras incluidas. Recordamos al respecto el fatalismo intrínseco de su último trabajo con el Ballet de Andalucía, al menos el que trajo a Córdoba, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, distante por ejemplo de Metáfora, anterior montaje, rebosando colorido y viveza. Pero lo que pretendo resaltar es mi impresión por cómo el público sobredimensiona el drama respecto a la comedia, y esto él lo aprovecha. Y como Las tentaciones de Poe da para ser un drama como pocos, permite al artista exagerar los extremos y los malos tragos que, algunas veces, la vida obliga a apurar. Caso de esta obra.

Pasiones y desiderátum escenificados en los distintos cuadros mencionados, con música de los instrumentistas que le acompañaban, donde aparecen la rebeldía y la violencia -Lecho de muerte-, el amor perdido que las provoca -Amor y desconsuelo-, la evasión imposible -El escritor-, la tenaz idea -Obsesión-, el tormentoso delirio -Alucinación y Destrucción-, la trágica soledad perturbada por la indiferencia de congéneres -La ciudad- y la sosegada calma por fin, al punto de la ya inevitable partida, consolado por el fantasma de su amor perdido -Virginia vuelve-, con Sara Vázquez interpretando al personaje, dando réplica sosegada con su baile al frenético de Olmo.

Suerte de caos escénico el que nos muestra el protagonista, sobre un fondo narrativo a cargo de Antonio Canales, para la tragedia que con la danza iba componiendo y que muchos espectadores recibían sin reprimir sus aplausos. Más contundentes cuando, ataviado con negra bata de cola, respondía al cante y toque por seguiriyas de Tío José de Paula y de Triana, como a la soleá de la Serneta y después por bulerías junto al espléndido grupo de baile invitado que asistió estos días a sus cursos. No nos sirvió más flamenco en casi la hora y media del estreno, excepto el de algunos rasgueos y falsetas de la sonanta, con los demás instrumentos, en un apuntado aire de Levante, una rumba caribeña y otras composiciones ajenas. Todo lo demás fueron danzas para las enérgicas fantasías que sonaron, con carta de libertad para lo que él dispusiera. Lo que en principio pudo extrañar para la programación del Festival de la Guitarra, sobre todo a los que nos hubiera gustado más exhibiciones del flamenco canónico.

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