Crítica de Música

¡Más lobos, Caperucita!

LOS LOBOS + nikki hill

Fecha: 3 de julio. Lugar: Teatro de la Axerquía. Media entrada.

Las paradojas son la sal de los días. Mientras en el Parque de Hornachuelos su junta rectora pedía proteger al lobo y realizar pruebas genéticas en la zona para saber si pervive, y así ayudar a su conservación, en el Teatro de la Axerquía una manada de éstos liaba la traca, hambrientos de ritmo, mostrando intactas sus habilidades grupales en torno al rock and roll.

Pero antes, la sorpresa de la noche había sido una Caperucita delgada y arrolladora llamada Nikki Hill, todo nervio, poderosa garganta, que enfundada en una camiseta de Muddy Waters dejó con la boca abierta al público con su cestita rebosante de una enfebrecida visión del rock and roll, el soul y el rhythm and blues. Lo que pareciera iba a ser un puro trámite telonero que rodase la noche hasta la llegada de los licántropos de Los Ángeles fue cobrando interés, enganchando al público , atrayéndolo hasta los aledaños del escenario con un irresistible magnetismo, haciéndole bailar, participar, cantar y calentando su actitud para lo que restaba de show.

Tras un typical american cambio de backline lleno de pantalones espinilleros, meticuloso y a la vez desinhibido, la maquinaria quedó dispuesta para la fiesta. "Nosotros somos los de abajo, y eso no se va negar, como perros en la noche sin una luna a la que ladrar". Así, con Venganza comenzaba el concierto de estos Lobos que tienen más tablas que Jordi Hurtado, y eso les hace aparecer sobre el escenario impecables y descuidados a la vez, congruentes con su trayectoria, elásticos en sus desarrollos; pareciera que campan a sus anchas por el salón de su rancho, que cada uno va a su bola pendiente solo de su instrumento, pero en realidad son un diésel engrasado que va cogiendo revoluciones con parsimonia hasta que ya no hay quien lo detenga. Dominan los tiempos, alternan las voces, picotean de mil estilos, saltan del inglés al chicano con un repertorio inacabable que apela constantemente a ritmos y melodías que guardábamos sin saberlo en la memoria. Y nos sumergen en la fiesta. No faltaron los sonidos negros, las frescuras caribeñas, las apetecibles piezas de folklore apegadas al rollo hispano, fronterizo, frecuentemente acompañadas de acordeón, y los saltos al lado más rocanrolero. Porque esta banda esgrime orgullosa tres décadas de acusada doble personalidad que le han llevado a internarse desde la tradición y sin resquemores en el rock americano, en el que nada con fluidez como infiltrada de lujo: "Estamos bajo de los puentes y abajo de la sombra. Abajo de tus narices y abajo de la alfombra".

La noche fue a más, a más y a más; se fue viniendo arriba, casi sin que nos diéramos cuenta, y no solo porque el ritmo fuera creciendo en una espiral que atrapó a un público que había ido a mover el esqueleto, también porque el abrazo entre la banda y los asistentes fue subiendo de tono, incluso en los momentos más lentos. "Los besos que me diste mi amor son los que me están matando, ya mis lágrimas se están secando con mi pistola y mi corazón". Difícil resaltar qué canciones avivaron más ese fuego, pero escuchar Serenata norteña, Anselma, la impagable versión de Kiko and the lavender moon, Volver volver, Come on let's go o Ay te dejo en San Antonio fue una gozosa gymkana de ritmos que marcaron el comienzo de un excelente y abrasador fin de semana para el Festival de la Guitarra.

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