Cultura

Toda la luz del alma

Luz Casal ofreció ayer en Córdoba varios conciertos en uno, una velada definida por la riqueza de texturas, tonos y ritmos, como corresponde a su trayectoria y a su perfil artístico, con un preciso acabado musical y una decisiva implicación en la propuesta escenográfica de los recursos lumínicos y el arco cromático, que construyeron el clima anímico adecuado para cada tema y cada momento. La gallega surgió como un impacto de la oscuridad con Almas gemelas, la pieza que da nombre a su último disco, con vestido azul marino, acompañada por las guitarras de Juan Cerro y Jorge F. Ojea, Tino di Geraldo a la batería, el bajo de Peter Oteo y Fran Rubio al piano, y continuó con Dame un beso, del álbum Con otra mirada, las también nuevas Ella y yo y No me cuentes tu vida, rica en gestualidad interpretativa, y la más antigua Besaré el suelo, facturada en un crescendo musical y emocional que hizo que el público que llenaba el Gran Teatro se pusiera en pie. Estaba ya claro a esas alturas que tenía al respetable muy a su favor y que estaba dispuesta a ofrecerle, en forma de canciones, toda la luz, las luces, de su alma.

La gente cantó, bailó, piropeó y botó, y las mujeres incluso gritaron a petición de la artista como introducción de No me importa nada. La participación popular alargó Un nuevo día brillará, que puso fin al primer tramo del concierto.

Se creó entonces una atmósfera singular en el coliseo, de un onirismo rockero lleno de fuerza y misterio: era el prólogo musical a la aparición de la segunda Luz de la noche, con nueva indumentaria más acorde a lo que venía, el pasaje de mayor voltaje, con una gran L presidiendo el escenario y la cantante en su dimensión más enérgica. Ensayó Por qué no vuelves, amor (el tema que encabeza Almas gemelas), Si vas al olvido, su clásico Loca y la arqueológica y simpática Rufino.

En la tercera parte se vistió de dama de la canción y con Fran Rubio regaló Lo eres todo antes de acometer un emblemático final de velada con Piensa en mí, Historia de un amor, Un año de amor y Te dejé marchar, con una incursión en la bossa y un vigoroso medley. Dos horas de experiencia musical entre luces y contraluces, historias y recuerdos, reproches, orgullos, melancolías, una sonrisa caudalosamente joven, una voz que forma parte de nuestras vidas y que sigue indagando en territorios inexplorados.

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