Cultura

La piedra y el espíritu

  • El Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso muestra su historia y sus encantos a los ciudadanos gracias a un programa de visitas guiadas

La sierra interrogada por un desfile de nubes confusas, el caminillo difícil monte arriba con pinceladas que le dan a la secuencia una palpitación de pintura romántica alemana, la última cuesta sublimada por un ejército de cipreses que impregnan el ambiente de algo parecido a murmullos. Belleza, enigma, naturaleza, tiempo, inquietud. Se siente uno Jonathan Harker llegando al castillo de Drácula. Y el monasterio desperezándose a mitad de la mañana, como encerrado en un ritmo propio, antiguo e indescifrable, en su música de siglos en la que armonizan la liturgia y el letargo. Es la primera de las 12 visitas organizadas al Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso hasta el próximo diciembre por la Junta de Andalucía, en colaboración con la Universidad de Córdoba (UCO) y gracias a la buena disposición de la marquesa del Mérito, propietaria de este edificio construido en el siglo XV y declarado Bien de Interés Cultural en 1980.

Una iniciativa que ha generado una gran expectación: casi 8.000 personas solicitaron una de las 300 plazas convocadas. Las 25 seleccionadas para el primer recorrido saludaban su doble suerte: haber sido escogidas y la tregua que dio la lluvia tras un intimidante aguacero que les sorprendió en la puerta del museo de Medina Azahara, de donde partió el autobús. Celia María Valero y José Ignacio Carrillo, alumnos de cuarto de Historia del Arte en la UCO, guían la visita, que arranca con consideraciones históricas: entre ellas, la enorme extensión que tuvo el monasterio, epicentro productivo de esta zona durante siglos, y la riqueza de sus bienes patrimoniales gracias a las donaciones procedentes de los estratos más elevados de la sociedad medieval cordobesa.

Junto a la fachada de la iglesia, que destaca por su arco conopial coronado y las agujas laterales, reclama la atención un muro de piedra que fue reconstruido tras venirse abajo en 1975. No son pocas las labores de restauración y reposición que los propietarios se han visto obligados a hacer, sobre todo en los primeros tiempos (la adquisición se produjo en 1906) y "siempre sin ayuda de las administraciones y con fidelidad a lo que había", señalan los guías. Los marqueses "se han preocupado más por respetar" las esencias estéticas e históricas de este espacio "que por hacerlo suyo" con alteraciones en sus patrones artísticos. En un cuadro, bajo la Virgen de la Antigua o del Rayo, una figura femenina saluda o vigila a los visitantes. Es la marquesa, que aparece junto a su padre.

Fray Lorenzo y Fray Vasco fueron los fundadores de un monasterio antecedido por una iglesia provisional que acogió a los frailes mientras acababa la construcción y el obispo concedía los permisos oportunos. La iglesia actual invita a un viaje en el tiempo, estructura gótica de una nave con techumbre reconstruida, un aire austero y misterioso. Los frailes pasaban aquí hasta ocho horas al día entre rezos y cantos. Todo bajo la tutela espiritual de San Jerónimo, Padre de la Iglesia (vivió entre los siglos IV y V) que tradujo los textos sagrados del hebreo al latín, que fue penitente en el desierto para expiar sus pecados y ordenado sacerdote a los 40 años, cuando marcho a Roma, donde desempeñó altos cargos que le granjearon envidias. Murió en Belén, donde había construido cuatro edificios consagrados a la vida religiosa. La Orden de San Jerónimo nació en el siglo XV en España y Portugal y sigue las reglas de San Agustín en lo que respecta a la oración y la vida en comunidad, la higiene, la obediencia y el amor a los superiores y la resolución de los conflictos entre los hermanos, que alguno habría.

El escrúpulo gótico de la iglesia incorpora infiltraciones barrocas en las capillas, anteriormente rectangulares y reconvertidas en cuadradas. Quedan en ellas restos de policromía original. La tribuna real permitía a los huéspedes del monasterio acceder a los ritos desde la balconada. A izquierda y derecha, arcos distintos: apuntados y de medio punto. Algunas de las soluciones constructivas aportadas con el tiempo han perseguido el fin de otorgar estabilidad al edificio.

La cúpula de la iglesia era barroca con decoración de yeserías, y había un retablo que se vino abajo. Detrás, el archivo; debajo, la cripta. El conjunto se completa con dos sacristías laterales. Lo religioso y lo histórico, lo patrimonial y lo sugerente, el silencio y la imaginación se asocian en un curioso clima emocional que estimula sensiblemente la propia intimidad.

Y que modula hacia otras dimensiones en el claustro. Piedra y cielo, sol y limoneros. El estímulo cromático pugna con la placidez atmosférica. Es el núcleo del convento y se conserva casi intacto con sus dos plantas y sus grandes contrafuertes. Aquí hacían los frailes, cuando no estaban en la iglesia, su vida silenciosa y meditativa, aquí sus siestas y sus lecturas. Arriba estaban los dormitorios y siempre había uno que cuidaba de todos. Bóveda de crucería con arcos apuntados, ménsulas con motivos florales, iconografía de San Jerónimo y una solería que reproduce la original. Es hermoso este claustro gótico que conduce al patio de los novicios, que estaba en ruinas y fue reconstruido con material de acarreo (procedente quizá de Medina Azahara o del acueducto de Valdepuentes) comprado por José María López de Carrizosa y Garvey, abuelo de la marquesa actual. Sobre una pila un cervatillo que reproduce el característico de Medina Azahara (el original está allí y hay una cervatilla compañera en Qatar). El sol caprichoso de otoño araña las paredes blancas y acaricia la torre de la iglesia, restaurada en el XVI.

Desde el claustro se accede también a la sala capitular, bien conservada pero cuyo mobiliario fue víctima de la Desamortización de Mendizábal. Gótico toledano, bóveda original de crucería, grandes ménsulas con motivos de cardo, un ventanal con decoración mudéjar (siglo XVI), azulejos de arista que sorprenden a unos visitantes que evocan la capilla de San Bartolomé de la Facultad de Filosofía y Letras.

El balcón revela un cielo intenso pero algo sucio. El paisaje es de intuiciones, de variedad floral y pequeñas construcciones reales o imaginadas que remiten a ermitas. Un examen de los cuadros, velas y muebles de la sala capitular y de su portada, original con dos arcos superpuestos (lobulado y apuntado) y un león en medio, activa el último tramo de la visita,

Hay algunas salas cerradas y los guías se detienen frente a dos capillas claustrales, en una de las cuales estuvo enterrado Ambrosio de Morales, que vistió el hábito jerónimo. La solería mudéjar es lo que más llama aquí la atención.

El siglo XIX fue también conflictivo en este edificio. Sufrió robos en la Guerra de la Independencia y los 13 últimos frailes tuvieron que abandonarlo en 1843 a causa de la Desamortización. Después hubo una tentativa de convertirlo en hospital para dementes y fue subastado y adquirido por la casa de Guadalcázar, que lo vendió en 1906 al marqués.

A la salida, dejando atrás la fachada de la iglesia, un impacto de bosque, un depósito de infantiles amarillos aéreos en las copas de los árboles, una proximidad de naranjos y limoneros, un giro a la izquierda y la cuesta de los cipreses. Fue una mañana, entre el ocio y la curiosidad, la oportunidad y el aprendizaje, para la reconciliación con la piedra y el espíritu.

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