Cine

Viajar en el tiempo: el cine español de ciencia ficción

  • Dos películas, 'Los cronocrímenes' y '3 días', revitalizan la escasa tradición del cine de este género en España

La ausencia de producción continuada de cine de género es uno de los síntomas más evidentes de la debilidad industrial del cine español contemporáneo. Tan sólo la comedia de hechuras televisivas parece mantenerse a flote gracias a la sinergia con el universo audiovisual y al aprovechamiento comercial del trasvase de rostros populares de la pequeña a la gran pantalla a través de un costumbrismo ramplón.

En lo que respecta a otros géneros tradicionales como el fantástico, el terror o la ciencia ficción, apenas Julio Fernández (Filmax) y su filial Fantastic Factory conforman hoy un foco constante (con decrecientes resultados en taquilla a pesar de su vocación exportadora) de lo que en los años sesenta y setenta se camuflara y comercializara bajo la etiqueta de la serie B en (sub)producciones de bajo presupuesto que fueron dirigidas por Jess Franco, Paul Naschy, Amando de Ossorio, León Klimovsly o Juan Piquer Simón.

Sin apenas hueco o mercado alternativo para los productos de serie B, el cine español de género aspira hoy como mucho a imitar fórmulas de importación a golpe de talonario y una evidente despersonalización e internacionalización de su estética, tendencia que, en buena lógica, ha dejado importantes éxitos de taquilla en los últimos años. Títulos como Abre los ojos y Los otros, de Alejandro Amenábar, Intacto, de Juan Carlos Fresnadillo, Ausentes, de Daniel Calparsoro, El corazón del guerrero y La Caja Kovak, de Daniel Monzón, El espinazo del diablo y El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, o El orfanato, de J. A. Bayona, corroboran esta veta. En esta misma línea de vocación internacional, María Lidón ha insistido en revisitar la iconografía de la ciencia-ficción espacial (Náufragos) o el terror paranormal (Moscow zero) con resultados muy poco satisfactorios.

Sí que resulta más interesante la actualización del esperpento o el tebeo español a través de la hibridación con la ciencia ficción y el cine de Hollywood emprendida por Álex de la Iglesia en Acción mutante, fórmula que encontraría una mejorada y exitosa continuación en la neocastiza El día de la bestia. Una hibridación parecida encontramos en el debut en el largometraje de Javier Fesser: El milagro de P. Tinto parte de la estética iconoclasta del cómic para dibujar un peculiar sainete celtibético tocado por el humor absurdo y protagonizado por una galería de personajes excéntricos y cacharrería espacial de saldo que anunciaban la hipertrofia que pronto iba a atenazar a las aventuras en carne y hueso de Mortadelo y Filemón. Miguel Bardem se apuntaba también a la moda de esta ciencia ficción de aire casposo con La mujer más fea del mundo, fallida fábula paródico-futurista ambientada en una España republicana y mediática.

Autor solitario y único en este panorama renqueante y transfronterizo, Agustí Villaronga ha forjado una trayectoria muy personal en la que se mezclan elementos del fantástico y la ciencia ficción a los que el mallorquín aplica una malsana mirada de extrañamiento donde la crueldad y lo siniestro emergen como temas recurrentes: Tras el cristal, El niño de la luna o El mar así lo atestiguan. Un filme reciente como El habitante incierto parece asumir la deuda con Villaronga.

Junto con Fuera del cuerpo, de Vicente Peñarrocha, 3 días, de F. Javier Gutiérrez, y Los cronocrímenes, del popular cortometrajista Nacho Vigalondo, nos traen interesantes relecturas de viejos asuntos propios de la ciencia-ficción más heterodoxa (los viajes en el tiempo, el fin del mundo) trasladadas a un universo local y a una iconografía no especialmente deudora del mainstream internacional. Más bien al contrario, encontramos en estas tres cintas una extraña fusión de un paisaje eminentemente ibérico (la Guardia Vivil, un cierto tremendismo propio de la España profunda, ya sea del Sur o del Norte) con premisas argumentales que desafían los tópicos genéricos desde una perspectiva realista que se verá pronto desbordada por el mito. Incorporando nuevas estructuras narrativas propias del videojuego, haciendo de las limitaciones presupuestarias un reto para el ingenio visual, y reivindicando una topografía y una tipología locales, estos títulos parecen apuntalar una interesante veta dentro de nuestro cine comercial.

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