Cómics

En busca del arte perdido

White cube. Brecht Vandenbroucke. Fulgencio Pimental y Entrecomics Comics. 64 páginas. 19 euros.

White Cube es el primer álbum del belga Brecht Vandenbroucke (Veurne, 1986), un artista multidisciplinar cuya "heterogénea producción artística comprende los ámbitos del cómic, la ilustración, la escultura, la pintura y el cortometraje", según reza la biografía presente en el sitio web de Fulgencio Pimentel. La editorial riojana, sinónimo de excelencia en la publicación patria de historietas, ha vuelto a aliarse con los valientes francotiradores de Entrecomics Comics para ofrecer a los lectores este álbum esteticista e irreverente, divertido a más no poder, que hace mofa del arte contemporáneo -o, mejor dicho, de la percepción contemporánea del arte- con la sutileza y convicción propias de un verdadero connoiseur.

De los building cuts de Gordon Matta-Clark al arte performativo de Marina Abramovic, pasando por el noise, el pop o el cubismo, Vandenbroucke no deja títere con cabeza en esta colección de historietas mudas de no más de dos páginas cada una. Los protagonistas son dos gemelos calvos que visitan incansablemente museos, exposiciones, festivales y cualquier espacio ocupado por el arte, armados con un espíritu crítico inquebrantable y el sencillo mecanismo de sus pulgares para expresar si algo les gusta o no. Tienen también la continua necesidad de intervenir el arte ajeno, y es que los gemelos poseen una arrolladora vena creativa y muy pocos miramientos.

Como si de una tira clásica se tratase, el humor de White Cube es recurrente, nace del ingenio, pero sobre todo de la repetición de esquemas. El autor exhibe un asombroso dominio de la narrativa y recicla o inventa recursos por doquier, y no menos sobresaliente es el uso del color, que convierte cada página en un espectáculo. White Cube tiene deudas con el arte y la historieta, y no es casualidad que el libro esté dedicado al artista Hannelore Van Dijck y al singularísimo historietista Brecht Evens, de quien ya hemos podido disfrutar esa otra fenomenal y divertida elucubración sobre las miserias del arte contemporáneo titulada Los entusiastas. En dos palabras: muy recomendable.

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