Perfil

De la Vega, la vicepresidenta amortizada

  • La primera mujer que presidió un Consejo de Ministros flaqueó como comunicadora ante la crisis

La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, ha sido la piedra angular de la crisis de Gobierno anunciada ayer por Rodríguez Zapatero. Su salida deja al leonés sin su más leal colaboradora en estos seis años.

De la Vega se marcha del Gobierno estando entre los ministros más valorados en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), superando incluso al propio presidente. Encargada de la coordinación del Gobierno durante el primer mandato de Rodríguez Zapatero, donde aplicó una disciplina férrea -llegó a prohibir a los ministros que hicieran declaraciones no coordinadas en determinados momentos y provocó cierto descontento-, la entrada en el Ejecutivo del presidente del PSOE y ex presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, y del vicesecretario general, José Blanco, dejó sin contenido esta tarea.

Como portavoz del Gobierno, después de un arranque donde marcó un nuevo estilo, muy del gusto del presidente del talante que fue Rodríguez Zapatero en sus primeros años,  De la Vega flaqueó como comunicadora por una tendencia a escurrir el bulto cuando la crisis económica irrumpió en las encuestas. En este sentido, algunas de las reformas acometidas por el Ejecutivo socialista merecieron una labor pedagógica que ella no supo realizar y que, a la postre, acabaron en el debe del propio presidente del Gobierno. Su comparecencia con el ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, tras aprobar el Consejo de Ministros la reforma laboral encendió todas las alarmas al quedarse ambos dos en la epidermis de un texto de mucho calado y repercusión.

En el cara a cara en el segundo escalafón parlamentario en las sesiones de control al Gobierno en el Congreso, la ya  ex número dos de Rodríguez Zapatero triunfó ante el dúo Eduardo Zaplana/Ángel Acebes. De hecho, se convirtió en la pesadilla de dos políticos que, marcados como herederos de José María Aznar, sucumbieron ante sus formas más moderadas y democráticas. Con el espejo retrovisor siempre dispuesto, logró sacarlos del terreno de juego: el primero acabó con un cargo muy bien remunerado en Telefónica y el segundo, sentado en el pozo del olvido en la bancada popular.

Pero De la Vega naufragó cuando se enfrentó a Soraya Sáenz de Santamaría, que, un miércoles tras otro, la llevó al cuerpo a cuerpo en una disputa sin cuartel de la que no salía nada beneficiada. Sus otrora titulares de periódicos se convirtieron en simples chascarrillos.

En las últimas semanas, emprendió una reconquista algo desesperada de los corazones de los periodistas, de los que se había alejado enfrascada, seguramente, en el duro trabajo diario. Pero ya resultaba algo tarde.

La falta de frescura mostrada en varios encuentros le hacía aparecer como una política redactando su testamento político, despidiéndose a su manera aunque dijera que tenía cuerda para rato, que su destino no sería el Consejo de Estado.

En cualquier caso, los elogios que recibió ayer de boca del presidente del Gobierno, que llegó a reconocer no podía explicarle con palabras el agradecimiento que le sentía, resultan, en cualquier caso, merecidos. Por encima de sus errores, de una cierta tendencia a cultivar su imagen por encima de defender la del Gobierno, esta jurista valenciana pasará a la historia política de nuestro país como una gran servidora pública, como la primera mujer que presidió un Consejo de Ministros. Amortizada desde algún tiempo, el desgaste acumulado le ha llegado por ser una trabajadora incansable, algo que nadie -ni tan si quiera el PP- le podrá cuestionar.

Está claro que, en aquella guardería que Pedro Solbes veía en el primer Gobierno de Rodríguez Zapatero en 2004, ella estaba entre el reducido grupo de profesores que ponían orden entre la muchachada zapaterista.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios