DESDE el círculo más cercano de Pedro Sánchez denuncian las presiones a las que ha sido sometido en los últimos meses y tienen razón.

No cuenta con un solo argumento que presentar a los críticos para quitárselos de encima, ni uno. Cada elección ha marcado un récord. En pérdida de votos. Pero en lugar de reflexionar sobre qué falla, tratar de poner remedio a la situación y hacer un esfuerzo conjunto con los secretarios regionales para poner en pie nuevamente el partido, Sánchez ha profundizado las grietas de las relaciones con algunos de esos dirigentes, incluso ha dado muestras de desdén hacia algunos de ellos y sus equipos, y se ha amparado en una especie de chulería al estilo aquí mando yo.

Cualquier persona que tenga una mínima estimación propia, dimite de sus cargos si advierte su incapacidad para llevar a buen puerto la empresa que dirige. Cuando esa persona ocupa un cargo público, está aún más obligada, porque su mal hacer afecta directamente a los ciudadanos. Sánchez sin embargo se ha pertrechado en una secretaría general de la que quieren desalojarlo quienes lo han elegido porque consideran que está haciendo un daño inconmensurable al PSOE, y planta cara a sus compañeros sin tener en cuenta que si le acosan como le acosan es porque mantenerle puede suponer el fin de la historia del partido.

Sánchez daña al PSOE, daña a sus compañeros, daña a España y daña a los españoles. Pretende dañar a Rajoy, pero está destrozando lo que supuestamente más le importa.

Parece que Susana Díaz, al fin, se dispone a dar el paso que le piden sus compañeros, que la consideran la persona más capacitada para hacerse con la situación. Habrá que verlo, la presidenta andaluza ha echado por tierra muchas esperanzas al dar a entender que estaba preparada para la cruzada y echarse atrás cuando había que anunciar que iba dar la batalla.

Esa falta de iniciativa en los demás es lo que hace fuerte a Sánchez.