ALGUNOS lo ven como un demonio, pero Pablo Iglesias tiene más razón que un santo cuando pide a los socialistas que "dejen de marear a los ciudadanos" y aclaren cómo se come eso de bloquear la investidura de Mariano Rajoy y renegar de unas terceras elecciones si no quieren saber nada de la tercera fuerza parlamentaria.

Tienen también más razón que un santo los socialistas cuando acusan a Podemos de haber propiciado la perpetuación de la llama viva de Rajoy al negarle a Pedro Sánchez con la nariz tapada una abstención que nos hubiera evitado la pesadilla en curso.

No le falta tampoco razón a Rajoy cuando asegura que ninguno de sus adversarios está en condiciones de plantear una alternativa sólida o, al menos, seria, que no nos van a arreglar la casa común precisamente los dichosos vecinos que quieren plantar un pedazo tabique para levantar su masía y dejar plantada a la comunidad que, dicen, les gorronea en los pagos de las facturas.

Y también hay que concederle su puntito a Albert Rivera cuando alardea de flexibilidad con sus piruetas entre las dos orillas mirando con desdén al cocodrilo.

No es que todo esto lo suscriba uno. Estos son, en burda síntesis, los respectivos grandes argumentos y cada uno pone luego su saco de matices, que es donde habita el diablo. Uno está mareado, como usted, y decepcionado con estos políticos, nuevos y viejos, incapaces de despegar el ascua de su sardina.

Está visto que este país aún no está preparado para la vida sin mayoría absoluta y montar el puñetero puzzle democrático entre todos, con los afines y con los aborrecibles. Somos mucho menos maduros de lo que nos creemos y el conmigo o contra mí sigue muy vigente so pena de perder el crédito y pasar por oportunista. A nuestros líderes políticos hay que exigirles imaginación y cintura. A este país lo que le sobran son odiadores y lo que le falta es autocrítica. Y ellos, los cuatro, son nuestro reflejo. Ni más ni menos.

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