María Kodama · Escritora y viuda de Borges

"Borges y yo lo pasábamos bomba estudiando"

  • Kodama (Buenos Aires, 1937), con sus rasgos japoneses y su ascendencia uruguaya, habla un suave porteño y no encaja en el perfil de altiva que le dan.

Recorre el mundo apoyando cada acto que se organiza con motivo del 30 aniversario de la muerte de Borges, como la exposición que la Fundación Cajasol muestra ahora en Sevilla. ¿Qué aspecto de la obra de su esposo le gustaría que se resaltara con motivo de esta efeméride?

–Los organizadores y yo misma, cuando soy quien lleva a cabo el homenaje, tienen la libertad de centrarse en la parte de Borges que más les apetece porque esa es la única garantía de éxito de un proyecto, hacer las cosas desde la libertad, el gusto y la preferencia personal. Con mucho amor y respeto he dado conferencias en todas las provincias de Argentina, en Europa y, por supuesto, en Ginebra (Suiza), donde Borges falleció en junio de 1986. He intentado participar y apoyar cada acto desde la libertad.

–Ha mencionado Ginebra, donde Borges vivió sus últimos años y está enterrado. ¿Se ha zanjado al fin la polémica sobre la reivindicación argentina de trasladar a su país natal sus restos mortales?

–En Suiza está su tumba y allí seguirá, muy cerca de la de Calvino y también de la de Ginastera, el célebre compositor argentino. El cementerio de Plainpalais es un jardín bellísimo donde están enterrados los ginebrinos importantes y al que se conoce como el camposanto de los Reyes. Borges solía ironizar sobre esa Argentina de los muertos que van y que vienen... Decía que sus compatriotas no se daban cuenta de que eso trae mala suerte a los cadáveres. La vida no es prepotencia, la vida es respeto por lo que otro quiso. Y les guste o no, yo fui su pareja hasta el final de su vida, y su esposa, pero sólo porque él se empeñó en que nos casáramos porque para mí no había ninguna necesidad. Mis amigos australianos me dicen ahora que fui una adelantada a mi tiempo porque ahora toda la juventud vive de acuerdo a como Borges y yo lo hacíamos.

–En Ginebra hay muchos otros espacios que recuerdan a Borges, como la placa en el empinado casco antiguo que distingue el barrio donde vivieron. De la ciudad a la que dedicó su obra Los conjurados dijo Borges que era, de todas las patrias íntimas que un hombre busca a lo largo de sus viajes, la más propicia a la felicidad. 

–La placa está justo enfrente de la casa que ocupamos y es mejor, porque le da la luz. Borges soñaba con que un día el mundo se pareciera a su admirada Ginebra con su mezcla de tolerancia y respeto. Por eso eligió pasar allí sus últimos días.

–¿En qué ocupaba el tiempo Borges en esa etapa?

–Borges escribió hasta el final, y también hasta el final estudiamos árabe juntos. Contratamos a un profesor egipcio procedente de Alejandría, un señor chiquitito como un bajorrelieve, que nos dio clases. Encontré su anuncio en el periódico local y Borges me dijo: “Aprendamos”. Le llamé a las diez de la noche, que en Ginebra es como hacerlo a las cuatro de la madrugada, y a él le parecía todo muy chocante y dudaba si aceptar. Pero yo no podía revelarle que iba a ser el profesor de Borges porque mi marido no quería modificar su destino. Finalmente el egipcio aceptó y cuando le citamos en un hotel y vio quién iba a ser su alumno se arrancó a llorar porque había leído toda su obra en Alejandría y le admiraba muchísimo. Tuve que advertirle: “Borges está muy enfermo y sabe que va a morir del cáncer hepático. Si él lo saca, hable del tema. Si no, no lo haga. Pero sobre todo no llore”. Pasamos juntos horas maravillosas traduciendo, haciendo dictados en árabe, y el profesor, que era muy amoroso, le explicó a Borges detalles de Las mil y una noches que le aportaron gran felicidad. Borges y yo siempre estudiábamos, a mí estudiar me da paz, así que los dos nos lo pasábamos bomba. 

–¿Cuál es su libro favorito de Borges?

–Si tuviera que salvar una obra suya sería Las ruinas circulares, que me fascinó en mi colegio de Buenos Aires cuando la leí a los diez años, seguramente en las páginas de la revista Sur que fundó Victoria Ocampo y de la que hay buenas muestras en la exposición de la Fundación Cajasol.

–Su marido afirmaba que no leía libros que tuvieran menos de cincuenta años. ¿Le hace caso en esto?

–Sí, no leo cosas nuevas, sigo su consejo. Pero estoy muy contenta porque hay una obra que siempre me fascinó, Prosa del observatorio, de Cortázar. Un amigo me regaló su edición dedicada y con gran alegría me entero de que Alfaguara va a editarla con las fotos originales.

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