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El programa: 'Estudio es tedio'

EL inicio, con los chapurreos en italiano y en portugués (ay, el secreto ibérico), nuestros compañeros pigs de desdichas financieras, era digno del Festival de Eurovisión. Grecia, Portugal e Italia siempre fueron generosos, en votos, con nosotros. Estamos en deuda con ellos. Mejuto Campo Vidal, con su rayada corbata ligeramente discordante para un encuentro muy sobrio en las formas textiles, oscuras, de los candidatos, daba una bienvenida internacional. El árbitro se portó como un Longines. Rajoy, camisa blanca de su confianza, corbata azul (color de templanza, credibilidad). Rubalcaba, corbata azulona con topos blancos de cierta jovialidad, comenzó con cara niño de bueno y a las primeras de cambio se quitó la bata para boxear. El plató no era de Eurovisión. Parecía más bien el de La salud es lo que importa del doctor Bartolomé Beltrán, con dos cirujanos con pintas de forenses (y CSI, en Telecinco). La economía era lo que importaba. ¿Es grave, doctor? Podrían haber intercalado unas imágenes de Angela Merkel y sus operaciones a corazón abierto.

El programa también parecía un concurso. Rajoy iba por cifras; Rubalcaba, por letras. La palabra más larga: recapitalización. Premio de un crédito en el Banco Santander. Rajoy descubrió la palabra insidia. Y un mapa andaluz nuevo.

La cuenta atrás al debate fue de Nochevieja y hubo instantes en los que pareció que nos encontrábamos ante un especial: José Mota, como Rubalcaba; y Flo, como Rajoy. ¿Quieres pruebas? El reiterado despiste del segundo de llamar "Rodr..." a su oponente, como si se hubiera anclado en 2008. Me inclino a interpretar que fueron evidencias de falta de concentración, de exceso de confianza. O lo de Cazalla en Cádiz. El realizador jugó fugazmente con algunas muecas de los protagonistas dignas de sus imitadores del día 31. Fin de ciclo. El parpadeo del socialista era exagerado en su falseada excitación. Los primeros planos ocultaron algunas enumeraciones, el gesto recurrente de ambos, perdidos en un bosque de papeles, sin echar mano a un cachivache que hubiera homenajeado a Steve Jobs. No se pueden pedir peras, ni manzanas (informáticas), a dos presidenciables cincuentones. Rubalcaba llegó a sacar un cartelón estadístico la mar de analógico. Hacía años, gracias al teleprompter, que no veíamos a nadie leyendo un papel en la tele. Rajoy comenzó, y terminó, dirigiéndose a los folios, como si estuviera en el Congreso. O en el evangelio de El día del Señor. Del señor presidente. Rubalcaba comenzó mirando a los ojos a los espectadores. En los primeros momentos se trocaron las impresiones que habían dado en el Salvados.

Rajoy iba por el empate, y su rival, a por la remontada heroica. Al candidato popular le pasó factura su confiado inicio y Rubalcaba se le subió de inmediato a las barbas. Por momentos estábamos en Pressing Catch. Cogedlos. Golpes bajos. Campo Vidal no quería mancharse la camisa. Echamos de menos unas cámaras en el set de los árbitros de baloncesto. Estudio es tedio, podría haberse llamado este programa deportivo con muchas faltas y un remate conciliador. Si no fuera porque estamos muy preocupados, habríamos hecho zapping entre tanto reproche y tanta falta de propuestas. Seguro que algún anunciante de buena gana habría retirado sus spots de los intermedios. De las privadas, no de La 1, claro, herencia ZP. Y gira la noria... Rajoy era la negación, el pretérito, la excesiva prudencia. Rubalcaba era la pregunta, la ironía. A la desesperada. Creo que un extraterrestre tipo V que estuviera recién aterrizado habría dado como ganador a Rubalcaba. Y se relamería pensando en qué va a ser de nosotros.

Rubalcaba era el fiscal de esta serie. O el abogado del diablo; y Rajoy, el auditor. Paula Vázquez, que aprovechó el intermedio para anunciar en Twitter que se pasa a A-3, hubiera encarnado a The good wife. Very good. Un debate que fue más divertido en las redes sociales que tragado así, a plató seco.

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