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La política frustra a un gran equipo

  • Mal comienzo. España se retiró al negarse el régimen de Franco a que la selección soviética, rival en cuartos y luego campeona, entrara en el país

HACÍA más de 40 años que había echado a andar la Copa América, que este año celebra su centenario, cuando Europa se decidió a crear una gran competición continental de selecciones. La Copa de Europa de clubes, nacida de la mano del periódico francés L'Equipe en 1955, era un éxito y la UEFA creó en 1958 la llamada Copa de Europa de Naciones, que se disputaría cada cuatro años y se resolvería en una fase final con cuatro selecciones.

Pero no fue fácil. De entrada, porque varias de las principales selecciones del continente no lo vieron claro y decidieron no participar. Ese camino siguieron Alemania, campeona del mundo en el 54; clásicos como Italia o Inglaterra e incluso la Suecia reciente finalista de su Mundial. Finalmente, con el bloque del Este casi al completo aglutinado en torno a la URSS y otros equipos entre los que destacaban Francia y España -ausente en los dos últimos Mundiales- se llegó a la cifra de 17 participantes y el balón echó a rodar.

Y no puede decirse que España iniciara con buen pie su andadura en el torneo. Es más, la inició de la peor forma posible: retirándose de la competición por motivos digamos que políticos. Tras una eliminatoria solventada sin grandes problemas ante Polonia (7-2 en el cómputo final), el sorteo emparejó a la selección con la Unión Soviética, el rival menos deseado no ya por su nivel futbolístico, en cierto modo una incógnita ya que su primera aparición en un gran torneo llegó en el Mundial de 1958, sino porque no había relaciones de ningún tipo entre los dos países, encastillados como estaban cada uno en su respectivo régimen.

Lo que sucedió después lo ha contado con todo detalle el periodista granadino Ramón Ramos en su libro Que vienen los rusos. Las federaciones dispusieron el doble enfrentamiento para finales de mayo y principios de junio del 60, y todo parecía transcurrir con normalidad hasta que una embajada española se personó en la sede de la UEFA para comunicar que España no recibiría a la selección de la URSS. Franco y su consejo de ministros creían inoportuna la visita, de modo que España propuso jugar los dos partidos en Moscú o la vuelta en terreno neutral. Todo, menos consentir que el demonioruso cruzara la frontera española. Pero los soviéticos no aceptaron, y aquello se saldó, de manera generosa para España, con una multa de la UEFA y el pasaporte de la URSS para la fase final.

Ahí, en esa decisión del régimen, se desvanecieron las esperanzas de una selección comandada por Alfredo di Stéfano y con una generación de futbolistas (Luis Suárez, Gento, Del Sol, Peiró, Garay, unos ya veteranos Ramallets, Segarra y Kubala, entre otros) como no ha habido otra, quizá, hasta la que ha protagonizado los tres grandes éxitos de los últimos años. De todos ellos, sólo cinco -Suárez, Olivella, Del Sol, Rivilla y Pereda, los dos últimos incluidos en la convocatoria para el choque nunca disputado de Moscú- tuvieron la oportunidad de saborear el gran éxito de Madrid cuatro años después… precisamente ante la URSS.

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