De libros

Camarada Mefistófeles

  • Nevsky publica varios cuentos inéditos de Bulgákov que narran la mutación de la Rusia de principios del XX

Salmo y otros cuentos inéditos. Mijáil Bulgákov. Nevsky Prospects. Madrid, 2011. 158 páginas. 17 euros.

Uno de los grandes hallazgos de Bulgákov, aparte el uso del humor grotesco, fue la recuperación del Diablo como personaje vanguardista. Al cabo, los malditos del XIX tuvieron tanto predicamento, no por su maldad trémula y elegante, sino por encarnar la expresión de unas fuerzas ocultas. El Pechorin de Lermontov o el jugador de Dostoievski resumieron esta inquietud de modo cínico o exasperado. El XX, sin embargo, heredero de aquel malestar, añadirá al extrañamiento el juego. Así, El maestro y margarita de Bulgákov, su novela más célebre, es una revisión del Fausto de Goethe. No obstante, las ambiguas promesas de Mefistófeles no atormentan ya la quietud erudita de un viejo sabio. Ahora, el Diablo, un Diablo humorístico y carnal, despliega su abominable influjo, su horrible pandemia, en la Rusia de los años 20. ¿Y cuál es esta enfermedad ignorada? Voland, demonio extravagante, ha traído la imprevisión, el absurdo, quizá el amor, a la era de la Planificación y el sino burocrático.

Nevsky Prospects ha tenido el acierto de agavillar varios cuentos inéditos de Bulgákov; cuentos cuyo vínculo común, por encima o al margen de su ejecución y temática, es la vertiginosa mutación de aquella Rusia de primeros de siglo. No hace mucho, Nevsky editaba El final de Rasputín, libro memorístico del príncipe Yusúpof donde se daba noticia, no sólo de aquella titánica figura, absorta en una mística aldeana y cruenta, sino de los últimos días del zarismo, cuya caída daría pie, de manera dramática, a cuanto Bulgákov novela en su obra. El humor de Bulgákov, en cualquier caso, participa más de Rabelais o Chagall, de ese fondo popular y mágico del folklore, estudiado por Bajtin, que de una acerba remoción política del régimen estalinista. Si bien es cierto que cuentos como Salmos, El holandés errante o Un día denuestra vida acuden a una escritura sincopada y sintética, deudora de las vanguardias, el sello más genuino de Bulgákov es su formidable destreza en los diálogos. Sin duda, esto se debe a su formación teatral, y al gran número de obras que escribió para la escena rusa. No obstante, cualquier escritor sabe de la enorme dificultad que el diálogo entraña; la más importante de las cuales no es otra que otorgar verosimilitud, dar vida y ligereza, a lo que no es sino versión literaria, formulación escrita -nunca transcripción desnuda- de lo dicho.

Sea como fuere, el talento de Bulgákov no sólo es descollante en esta singular pericia. Probablemente, es la ingenuidad, la franqueza, la cristalina humanidad que hay en sus páginas, aquello que mayor asombro ofrece a los lectores. Antes hemos mencionado a Chagall en referencia a Bulgákov, y ello por una razón bastante obvia: en Bulgákov, como en Chagall, como en su admirado Pushkin, como en El Diablo de Tolstoy, las fuerzas mágicas, tal vez malignas, que parecen penetrar el mundo, no han sido negadas por una racionalidad epidérmica e ineficiente. No obstante, la diferencia entre Bulgákov y Dostoievski es la misma que media entre Chagall y Munch: los novios volanderos que habitan su pintura nunca conocerán la angustia desmedida, la soledad oceánica del noruego. Digamos que en Bulgákov no se orilla la tradición, la costumbre y los seculares vínculos, ajenos al raciocinio, que unen al hombre con su entorno. Ése es el error de cualquier racionalidad desmesurada. Y esta gravitación de las sombras, sin incurrir en idealismo alguno, es lo que Bulgákov narra en el mejor de los cuentos recogidos en este volumen. En El fuego del Jan, un viejo señor zarista regresa a la nueva Rusia para contemplar por última vez su palacio confiscado. El desenlace es tan cruento como inútil. Y aun así será la vida, la vida inconsecuente y abnegada de los siervos, la que asome entre las órdenes del comité y el viejo resabio de una tierra feudal, ganada oscuramente con la espada.

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