Cultura

La ordenación del mundo

  • Dos opúsculos del erudito Agustín González de Amezúa, dan noticia de la afición a las flores de Felipe II.

El escritor y editor José Esteban recoge en este curioso volumen, Felipe II y las flores, dos opúsculos del erudito Agustín González de Amezúa, donde se da noticia de la afición a las flores, y a la jardinería en suma, del Rey Prudente, tan denigrado por la historia foránea, y cuya leyenda negra es el lógico fruto del vasto poder que acumuló en sus manos. Si su padre, el César Carlos, escribió en los cristales empañados de Yuste el expresivo lema de non plus ultra, Felipe II será el funcionario insomne que dirige, desde su mesa, abrumado por legajos y despachos, la extensa cordelería de un imperio en cuyos márgenes nunca se ponía el sol. Pero Felipe II es hijo del Renacimiento, no lo olvidemos. Como también lo es, y de qué modo, la ordenación de bosques y rosaledas, de jardines palaciegos y aguas de olor, que acompañaron a aquel orden mayúsculo y severo de su gran obra, el monasterio de San Lorenzo del Escorial.

Así pues, en estas breves piezas de González de Amezúa, piezas de alegre y sutil erudición, se resumen las pruebas del genio renacentista del monarca. Si la obra de Herrera y de Montano en los altos del Guadarrama supone ya una estricta jerarquía vertida en el granito, este pasatiempo, esta secreta pasión del hijo de Carlos V, no hace sino darnos el verídico aire de una época. El Renacimiento fue, ante todo, catalogación e idilio con la Naturaleza; y es a través de las cédulas reales, mediante el inflexible orden del Estado renacentista, como Felipe II construye jardines, encarga flores, escoge arboledas, selecciona semillas y contrata jardineros de Francia, de los Países Bajos y de la ajardinada y belicosa Italia del Quinientos. De igual modo, a su amparo se escribirá el primer estudio sobre esta materia, Agricultura de jardines, obra del clérigo Gregorio de los Ríos. No son pocas las cartas en las que el rey describe a su hija la floresta y el paisaje de las tierras que visita. Y hay también un detalle (la nostalgia que siente, a su paso por Portugal, del canto de los ruiseñores), en el que González de Amezúa cree descubrir la huella sentimental, su frágil y delicada intimidad, en nuestro monarca más adusto.

El gran historiador Fernand Braudel, al hacer el doble retrato de Carlos V y Felipe II, ya desvirtuó la atroz imaginería que acompaña la memoria del Habsburgo. Y este Felipe II y las flores, escueta y limpia joya con sabor antiguo, continúa refutando el mito aciago. No deja de ser una cruel paradoja, sin embargo, que el hombre que amó tanto las flores muriera envuelto en el olor a podre de sus piernas gotosas, teniendo a la vista El jardín de las delicias de El Bosco, y sospechando que un perro negro, su ladrido arcano, le anunciaba la muerte.

'Felipe II y las flores'. Agustín González de Amezúa. Edición y prólogo de José Esteban. Reino de Cordelia. Madrid, 2010. 112 páginas. 7,60 euros.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios