De libros

Tendiendo puentes

ME sorprendí cuando, hace pocos días, me pidieron estas líneas a raíz del primer aniversario de la desaparición de José Manuel Lara. Ya hace un año y José Manuel sigue presente como entonces en nuestros debates y encuentros. Tanto como su opinión, potente en el argumento y contundente en la defensa.

Nuestras vidas transcurren a una velocidad trepidante. Inmersos en este túnel del tiempo que distorsiona la percepción objetiva, unas cosas nos parecen muy lejanas, otras del anteayer. José Manuel nos dejó anteayer, porque su recuerdo continúa vivo. Su huella permanece en los múltiples foros en los que participamos y en las reuniones de amigos que compartíamos. Nos queda su particular estilo, aquel que conjugaba grandes verdades con el lenguaje directo salpicado con algún toque de irreverencia. El estilo de José Manuel que sólo a él se le perdonaba porque formaba parte de su verdad. Aquel que tantas veces invocamos cuando decimos: Aquí José Manuel habría dicho...

Quizás fuera por la mezcla de sangre andaluza y catalana, José Manuel Lara siempre decía a la cara lo que pensaba, fuera quien fuere el interlocutor. Mezcla de pasión y seny, detestaba el inmovilismo tanto como la sinrazón, para construir proyectos políticos de éxito. A él lo que le gustaba era tender puentes. No eran puentes diplomáticos forjados sólo de buenas palabras. Eran puentes racionales, cartesianos, robustos, capaces de resistir los peores embates y facilitar las mejores conexiones. Más que nunca ahora toca recordar a José Manuel cuando reclamaba un ejercicio responsable de la política, aquella que busca acuerdos prácticos y precisos mucho más útiles que las fútiles batallas de tronos. Me refiero a pactar políticas que permitan reducir las dramáticas cifras del paro que ahogan a miles de familias y que es el gran problema social de nuestro país. Fórmulas que permitan aumentar la eficiencia del sector público, huyendo del populismo demagógico y ajustando los presupuestos a las capacidades y recursos disponibles.

A pesar de su racionalismo pragmático, a José Manuel nunca le abandonó una cierta dosis de utopía. La medida justa para que los negocios funcionen, las compañías avancen y las sociedades progresen. La misma pizca de utopía imprescindible en el mundo político para hacer realidad los objetivos compartidos en beneficio de todos y dentro de los límites que nos determina la racionalidad económica.

En memoria de José Manuel, ahora más que nunca, tendamos puentes.

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