De libros

Libros de 2014 a los que merece la pena volver

  • Regalar un libro es regalar emoción y libertad, y por eso nuestros críticos y otros cómplices recuerdan en estas páginas algunas de sus lecturas más gozosas de 2014.

El regreso de maestros escurridizos y geniales -léase Thomas Pynchon, de quien Tusquets publicó este año Al límite- o la consolidación de autores como Javier Mije (La larga noche) o Pilar Adón (Mente animal). 2014 fue también el año en que Marta Sanz confirmó con su nueva versión de La lección de anatomía esa intuición que se tenía desde hace mucho: que era una de las voces más sólidas de la narrativa española actual. El año en que se fueron Gabo o Ana María Matute también dio otros argumentos para la tristeza: la muerte de Ana Santos, la editora de El Gaviero, el sello que saca uno de los títulos más destacados de estos meses, Vuelo doméstico, de Carmen Camacho. Entre las novedades más reseñables también estuvieron la lección de poesía que se marca la canadiense Anne Carson, la sensacional recopilación del teatro completo de Juan Mayorga, la aproximación al cardenal Cisneros del Premio Príncipe de Asturias Joseph Pérez u otra muestra del humor compasivo de George Saunders. Sí, 2014 demostró que la novela negra sigue deparando narradores soberbios: Nic Pizzolatto (True Detective) enseñó músculo en Galveston, editada por Salamandra. Fue un año, en definitiva, en el que los libros siguieron siendo la mejor forma de entender el comportamiento humano, el tiempo en el que vivimos y la experiencia que nos precede. Y seguro que 2015 traerá consigo -que la fiesta no decaiga- la evasión y la emoción de la mejor literatura.

Hija del verbo

Vuelo doméstico. Carmen Camacho. El Gaviero. Almería, 2014. 140 páginas. 16 euros.

La hermosa palabra gaviero remite de inmediato al inmortal personaje de Álvaro Mutis, pero desde hace diez años se asocia igualmente, en los oídos de muchos lectores no acomodaticios, al sello almeriense que fundó Ana Santos Payán, la recordada editora que lo convirtió, junto a su compañero Pedro J. Miguel, en una referencia para los amantes de la poesía y de la buena literatura. El cuidado casi artesanal de los libros y la apuesta por otear el horizonte más allá de los valores consabidos han sido las señas de identidad de un itinerario felizmente vivo tras la muerte, tan temprana, de Ana Gaviera, que no ha podido ver impreso este Vuelo doméstico pero llegó a trabajar en el original junto a su autora, la poeta Carmen Camacho.

Libres de ataduras de género, las prosas aquí reunidas se resisten a ser etiquetadas, pero hay en el conjunto una intención que trasciende las partes, tanto las dos expresas en que se divide el libro -Safari y Vuelta abierta- como las que pueden identificarse, construyendo un sentido, tras una lectura atenta: relatos propiamente dichos, poemas o esbozos líricos, apuntes de la realidad tomados al vuelo o aforismos -minimás, los llama la autora- que Camacho define como "fuegos de palabras". Esa intención, ese sentido aparecen asociados a una mirada insumisa que se proyecta en varios frentes, vinculados a la experiencia personal -inseparable de la condición femenina, de los orígenes rurales, de la vida a la intemperie- o a referentes escogidos, pero la rebeldía que plantean -nada convencional, por ello mismo valiosa- tiene que ver con la imaginación creadora y se expresa, sobre todo, a través del lenguaje.

"Hija del verbo", leemos en uno de los pasajes de la serie de El viejo Windy, emblema de la sabiduría popular que refleja el interés de Camacho por la tradición oral o -su correspondencia urbana- las acuñaciones coloquiales del habla de la calle. Y el verbo es, en efecto, lo que hace de Vuelo doméstico un libro luminoso, repleto de hallazgos, donde la ironía, el sarcasmo o el aguafuerte -estampas duras, dolientes o combativas- conviven con un fondo de ternura que equivale a una profesión de vitalismo y es, a su modo, otra forma de resistencia. / Ignacio F. Garmendia

Cuentos de garra y colmillo

La cámara sangrienta. Angela Carter. Trad. Jesús Gómez Gutiérrez. Ilustr. Alejandra Acosta. Sexto Piso, 2014. 180 págs. 23 euros.

Antes de Wicked, antes de Maléfica, antes -por supuesto- de las distintas adaptaciones televisivas de los cuentos de hadas que nos cuentan las muchas formas de contar un cuento; antes de todo esto, decimos, Ángela Carter enseñó lo mucho que ocultan los cuentos tradicionales, y el tremendo jugo que se les puede sacar a poco que uno atine el ojo y el tiento. En La cámara sangrienta, Carter versionaba algunos de los referentes clásicos del folklore europeo: Barbazul, La Bella y la Bestia, un remoto y terrible relato en torno a Blancanieves (The Snow Child) o distintas versiones de Caperucita, narradas desde un prisma nuevo pero llenas de temblor y desgarro, de amenaza acechante. Las historias de Ángela Carter venían a mostrar que las heroínas de los cuentos podían ser, no sólo ejecutoras y activas, sino también -como lo son muchos héroes tradicionales- asesinas, feroces, insidiosas. La cámara sangrienta incide, también, en elementos y temas que son propiamente femeninos, o incluso pecados que son, bíblica, secularmente, femeninos: la astucia, la curiosidad, la sangre. Tal vez de todos ellos, el cuento que subraya sin ambages estas faltas de las mujeres -y su inevitable castigo- sea Barbazul; precisamente la versión que abre el volumen, la de mayor presencia y la que le da título a la colección que este año ha publicado en español Sexto Piso, en una mesmerizante edición ilustrada por Alejandra Acosta.

La publicación de La cámara sangrienta (en 1979) sirvió para despertarnos, para recordarnos que los mitos son mitos -la frase de Roberto Calasso debería enseñarse como el principio de Arquímides- precisamente porque uno puede permitirse el lujo de volver a ellos una y otra vez, y encontrar en ellos nuevos sesgos; los mitos son mitos porque nunca son una única historia, tan antiguos que las capas y versiones se superponen; los mitos son mitos porque no fueron nunca, pero son siempre. Ángela Carter -buena conocedora de la tradición oral, y de lo no común en los cuentos, responsable también de esa magnífica antología que es The Virago Book of Fairy Tales - era bien consciente de todo esto.

A ella, y a estos cuentos de garra y colmillo, le debemos muchos tener los ojos bien abiertos. / Pilar Vera

La negrura llegó de los pantanos

Galveston. Nic Pizzolatto. Traducción de Mauricio Bach. Salamandra. Barcelona, 2014. 284 páginas. 18 euros.

El éxito de True Detective trajo a España el pasado verano la novela escrita por su creador, Nic Pizzolatto (Nueva Orleans, 1975), que se publicó en EEUU en junio de 2010 pero en la que ningún sello editorial español había reparado hasta entonces. Pizzolatto era un auténtico desconocido hasta que su nombre apareció en los créditos de la serie que encabeza todas las listas del año. Salamandra lo vio claro y apostó por él para inaugurar su nueva colección Black, que luego ha continuado con La entrega, de Dennis Lehane.

Pizzolatto había publicado Galveston cuatro años antes de que la HBO emitiera el primero de los ocho episodios de True Detective, un proyecto en el que el autor llevaba trabajando desde 2012 en compañía del director Cary Fukunaga (otro que se hizo un nombre gracias al plano secuencia que cierra uno de los capítulos). La serie narraba la investigación un asesinato por parte de dos policías. Dicho así no aportaba nada nuevo, pero el producto basaría su fuerza en la manera de contarlo.

Al igual que en True Detective, en Galveston la narración transcurre en dos tiempos diferentes: 1987 y 2008. Son dos momentos distintos de la vida de un matón enfermo que se ve envuelto en un lío de faldas y, como consecuencia de ello, tendrá que cargar y proteger a dos criaturas débiles. Pizzolatto brilla en la descripción del mundo del hampa de Nueva Orleans, de los moteles de carretera que se encuentran los protagonistas narrando con detalle la huida hacia Texas o de la vida de un matón retirado.

De los pantanos que cruzan los protagonistas en esa fuga emerge la misma negrura que se encuentran McConaughey y Harrelson en Carcosa. Es también la negrura que despiden las novelas de James Lee Burke y su detective Dave Robicheaux, quizás éstas con un pelín más de la pausa y un ritmo más lento, acorde a lo que pide tan sórdido escenario, que parece siempre a punto de que llegue el huracán definitivo.

Galveston tiene pulso, nervio y sangre. Bastante sangre. Es además muy adictiva. Puede que le falte una pizca de serenidad en algunos tramos, pero eso se corrige con los años. En Pizzolatto hay escritor para rato. / Fernando Pérez Ávila 

Todo es poesía menos la poesía

Decreación. Anne Carson. Trad. Jeannette L. Clariond. Vaso Roto, Madrid, 2014. 368 páginas. 25 euros.

¿Quién eres? ¿Quién crees que eres? ¿Qué escribes? ¿Cómo te presentarías ante un desconocido? ¿Qué imagen reflejas en el ascensor o en la pantalla del teléfono, día a día? ¿Qué escribes tú? ¿Quién eres tú? ¿Estás seguro? Esos titubeos guían el monumental -la extensión no importa- Decreación, en el que Anne Carson despliega la apuesta nuclear de su escritura: con (casi) todo dicho, el reto lo plantea la forma.

Este escudriño de la identidad y sus acarreos responde a una idea, la de la decreación, acuñada por Simone Weil; las referencia, por acotar las coordenadas del discurso de Carson -y los felices diálogos con sus referentes-, significa. Aquello que se ha creado, afirmaba Weil, la criatura que nos habita, se disuelve dentro de nosotros y regresa a la esencia: a nuestro propio yo. No se trata de destruir, sino de deshacer. La propuesta de Carson, pues, parte de lo que ya se ha establecido y avanza sobre sí misma, trazando un camino que apela a la memoria y al sueño -todas las acepciones resultan válidas-, quizá las materias de las que nos componemos.

"Todo cuanto hemos deseado, se deshila", y Carson exhibe su conciencia de la escritura como acto físico, también visible. No se trata Decreación, en este sentido, de una lectura amable: el mismo reto que Carson se plantea lo comparte con el lector, que se deshace con ella. Los poemas iniciales, apegados a la posible expectativa, se deshilan en formas diversas: ensayos breves, libretos de ópera, guiones para un documental. ¿Quién eres? ¿Quién crees que eres? ¿Qué es la poesía?

Anne Carson trasciende desde la actitud y la mirada, como también Nicanor Parra quisiera. Aborda la muerte y la enfermedad, el amor y el desamor, los recuerdos y las duermevelas, la escritura: deconstruye todo aquello que nos construye. Carson deshace la forma y el discurso y, en su gesto, también el mensaje. Decreación arrasa también con la definición de poesía fijada por el canon: se entiende, pues, como poética más allá de lo vital. Ambicioso y libérrimo, preñado de ironía, cuesta entender que en nuestro país se haya publicado en este año una obra -de poesía, si es que acepta la etiqueta del género- más alta y fundamental que Decreación. / Elena Medel

La escritura y el engaño

La larga noche. Javier Mije. Acantilado. Barcelona, 2014. 160 páginas. 15 euros.

¿Se puede escapar de lo que uno es, de lo que uno siente? El abismo que existe bajo esa pregunta recorre, desde su primera página, La larga noche (Acantilado, 2014), el título con el que Javier Mije regresó al estante de novedades y que, tras los libros de relatos El camino de la oruga y El fabuloso mundo de nada, supuso su estreno en la novela. Son algunos de los temas que exploró en aquellos títulos, que lo colocaron como uno de los talentos más sobresalientes de su generación, los que adquieren ahora un peso definitivo: el desamor y el engaño, la memoria, el daño, la creación y la realidad insospechada. La perplejidad ante el amor.

El encargo de escribir un guión para una película sobre un puñado de héroes anónimos en la resistencia de Madrid durante la Guerra Civil lleva al protagonista, un escritor que renuncia a la vida (gris) de funcionario por la insondable inestabilidad del mundo de las letras, a encontrarse no sólo con un nombre del pasado (vértice de un triángulo amoroso) sino con sus recuerdos: aquellos momentos en que fue feliz, el tiempo en que creyó que lo era pero del que hoy sospecha y los instantes en que servía de simple espectador de la felicidad ajena.

Para el autor, la memoria y la propia capacidad para imaginar otros ánimos sobre el folio en blanco son dos caras de la misma moneda: "La imaginación no es más que un fermento de la experiencia, y es la nostalgia o el dolor de esa experiencia la materia de toda escritura".

Una escritura, al fin, en la que se adivina -a ratos con toneladas de sarcasmo- la paciencia y la precisión de un orfebre, el gusto por el trazo pausado, la búsqueda de un camino alejado de tópicos y la exigencia infinita; hilos necesarios para tejer un relato que parte del gozo de la vida en pareja hasta narrar en toda su negrura las miserias de la convivencia. Sin duda, La larga noche regala algunas de las reflexiones acerca del amor (y el vacío) más bellas que hemos leído en este 2014 que acaba. "Es asombroso que contemos con que otro ser humano permanezca a nuestro lado. Con demasiada naturalidad aceptamos que desde la vastedad de un mundo extraño se nos una, que estreche su camino o se aparte de él para que su transcurrir por el tiempo esté ligado al nuestro". / Patricia Godino

Vivir perdiendo: La comedia

Pastoralia. George Saunders. Trad. Ben Clark. Alfabia. Barcelona, 2014. 247 páginas. 16,90 euros.

Todo el mundo se ríe de lo que reconoce, y ya en función del grado de negrura de su sentido del humor, hasta de lo que le hiere y asusta. Esto lo saben, en lo más hondo, los maravillosos relatos de George Saunders, de quien al calor de la publicación a finales de 2013 de Diez de diciembre, su último y excepcional trabajo, Alfabia reeditó este año Pastoralia, publicado en España hace más de una década, cuando el autor era aún casi un secreto innecesariamente bien guardado.

El libro reúne la deliciosa nouvelle que da título al libro, una comedia melancólica sobre un abnegado y pusilánime padre de familia y una mujer sin estudios y con hijo delincuente que pasan los días haciendo de cavernícolas -más que explotados- extremadamente puteados en un parque temático sobre el Pasado; junto con cinco relatos en los que Saunders se revela como uno de esos escritores capaces de tocarnos de verdad, y lo hace incluso con cierta humildad, contando historias divertidísimas y mordaces sobre pobres diablos que van por ahí con su agujero en el pecho porque no encuentran a nadie que los quiera como se merecen, porque sus familias los arrastran a la infelicidad, porque sus vidas son una lista de agravios y en algún punto del camino olvidaron cómo rebelarse ante tamaña injusticia.

Se comprende que al peculiar filtro de Saunders lo hayan llamado realismo hiperbólico. Porque con su leve tono distópico (sus historias parecen ocurrir en algún futuro, pero uno demasiado próximo, demasiado familiar para tratarse de otro mundo), con sus pequeñas fugas fantásticas (la mansa anciana que muere y resucita en Roblemar, convertida en una demencial, tiránica e hilarante enemiga de la resignación de sus seres queridos), con sus ambientaciones en feroces y absurdos entornos empresariales o en urbanizaciones de clase baja donde las madres trabajadoras ven en la tele Cómo murió mi hijo violentamente mientras un presentador rubio de metro noventa y cinco les dice que se han ganado el cielo con su dolor; con esa distancia cómica lo que hace él, por supuesto, es hablar de todos nosotros, hoy, aquí. Con lucidez, con compasión, sonriendo. Más que la enhorabuena, dan ganas de darle un abrazo. / Francisco Camero

Pynchon no tiene límites

Al límite. Thomas Pynchon. Tusquets. Barcelona, 2014. 496 páginas. 22 euros.

¿Thomas Pynchon existe? ¿Ese nombre y ese apellido pertenecen a un hombre? ¿Es de carne y hueso? Si Thomas Pynchon no es una invención norteamericana, si es verdad que es un tipo que nació en 1937, entonces estamos ante un portento de 77 años, un escritor fuera de lo común. Porque escribir Al límite con esa edad sólo está al alcance de un genio. Si Thomas Pynchon no es la marca de una corporación que ha fabricado algunas de las novelas más influyentes del siglo anterior y de éste (V, El Arcoiris de Gravedad, La Subasta del Lote 49 y Contraluz) y es, en efecto, casi un octogenario, la Academia Sueca lleva mucho tiempo perdido y haciendo el ridículo debatiendo año sí y año también a quién darle el Nobel.

O no. Porque a Pynchon no le hace falta el relumbrón del premio nórdico. Puede que sí la pasta… (Desde luego, si es una corporación la que financia el Proyecto Pynchon el cabreo en su consejo de administración debe ser ya de proporciones bélicas por la pertinaz negativa de los señores académicos.) A sus lectores tampoco. A éstos les hacen falta sus novelas (vale, sí, la pasta sí, pero no existe el Premio Nobel de Lector de Literatura). Y en 2014 han tenido una: Al Límite. Un pasote. Su escenario: Nueva York en la primavera de 2001, a pocos meses de la catástrofe.

Puede que algunos, los más aficionados a la farándula de las letras, consideren el acto de entrega en Estocolmo definitivo para conocer al escritor porque piensan que éste no se negaría a acudir a recibir el premio de manos del rey sueco y por fin revelaría su jeta y con ella su identidad, pues con esta ceremonia no repetiría la ocurrencia de enviar a un cómico a recoger el Nobel en su nombre, como hizo con el National Book Award. Ya provecto, Pynchon no se resistiría a fardar en Estocolmo, a pronunciar un discurso y a ser agasajado y colmado y a proclamar a los cuatro vientos "Señoras y señores, aquí estoy yo ¡Míster Pynchon!". Otros preferiríamos que irrumpiera en el escenario del Palacio de Conciertos de Estocolmo a la manera en que lo hace en Los Simpsons, con una bolsa de papel de supermercado cubriéndole la cabeza. No queremos ver su rostro, queremos leer sus libros. Como este Al límite, escrito por un tío con 77 tacos. / Manuel Barea

Breviario con lluvia

Diario de K. Karmelo C. Iribarren. Renacimiento. Sevilla, 2014. 202 páginas. 16 euros.

Karmelo C. Iribarren cuenta ya con decenas de seguidores y lectores incondicionales, con numerosos adictos, yo entre ellos, a su poesía concisa, limpia, nocturna, melancólica y urbana, cómplices imaginarios de sus viejas hazañas en bares, calles y esquinas, siempre bajo la lluvia, acompañantes de lujo de sus bolos y presentaciones, en tren a ser posible.

Su poemario (ahí tienen La ciudad, también en Renacimiento, para abrir boca) está indisociablemente unido a una suerte de relato autobiográfico, quién sabe con cuánto de realidad confesional y cuánto de mejora (incluso los perdedores necesitan maquillaje), de manera que este diario en aforismos, o estos aforismos en diario, como prefieran, apenas se desmarcan, si acaso se desgajan, de su ya generosa colección de poemas.

El de San Sebastián se sitúa aquí, no muy lejos de su colega Iñaki Uriarte, otro tapado de lujo, en el terreno inmediato del pensamiento esbozado a vuelapluma, aunque su gusto por la brevedad depure aún más la página y la idea para dejarla en el hueso, en el fogonazo de ingenio, en los servicios mínimos de la prosa poética y la filosofía de bolsillo. Verdades breves, sí, pero verdades como puños, y directas al bazo.

Diario de K reúne latigazos de lúcida desolación, apuntes de relatos épicos y románticos que no pasaron nunca de la imaginación de su narrador, pensamientos de actualidad sobre los poderosos, los miserables y los mezquinos, también sobre los propios escritores y el mundo de la literatura, ese mundo del que el autor se resiste a formar parte, aunque tenga ya decenas, centenas de seguidores incondicionales. / Manuel J. Lombardo

La escena afilada, la palabra precisa

Teatro. 1989-2014. Juan Mayorga. Editorial La Uña Rota. Segovia, 2014. 770 páginas. 25 euros.

Si la edición de literatura dramática sigue siendo una cuenta pendiente en España, el sello La Uña Rota dio el pasado mes de mayo un golpe de órdago en la mesa con la publicación de esta suerte de teatro casi completo de Juan Mayorga (Madrid, 1965), un volumen que hace justicia a un vértice esencial del teatro español contemporáneo y que permite hacer de su producción un repertorio presente y futuro. Con un revelador prólogo de Claire Spooner y el impagable ensayo Mi padre lee en voz alta con el que el propio Mayorga cierra el libro, Teatro. 1989-2014 reúne veinte piezas, algunas especialmente difíciles de encontrar hoy (especialmente las que corresponden a la primera etapa de Mayorga como autor, como Siete hombres buenos y la tremenda Jardín quemado), otras directamente inéditas (Angelus Novus, Los yugoslavos y Reikiavik, las dos últimas pendientes de estreno) y, también, las más conocidas y aplaudidas en el escenario, desde Hamelin a La paz perpetua pasando por La tortuga de Darwin, El crítico, El chico de la última fila, Más ceniza, Himmelweg, Cartas de amor a Stalin y la preferida de un servidor: La lengua en pedazos, iluminadora aproximación a la libertad a través del diálogo que mantienen Santa Teresa de Jesús y un inquisidor dostoievskiano con la que Mayorga, además, debutó como director el año pasado. El empeño de La Uña Rota permite así conocer a fondo las claves de un creador único, fértil y necesario: su resultado merecer ser considerado, de largo, uno de los libros inolvidables del año.

La lectura de las obras de Juan Mayorga revela, de entrada, una evidencia: si la puesta en escena de su teatro requiere tanto de una desnudez formal como de una atención más que esmerada en el detalle (recuérdese Hamelin, con su renuncia al aparato escénico y la evocación verbal del mismo, acotaciones incluidas), el texto, como parte de la producción pero también como corpus independiente, comparte las mismas reglas. Cada pieza presenta una impresión general y a la vez una capacidad de síntesis tan extraordinaria que dota a cada palabra de calidad fecundadora. Pocas veces en el último siglo una literatura (pues la de Mayorga es una literatura en sí) ha dicho cosas tan sensatas y precisas sobre el poder, el miedo, la Historia, la soledad y la memoria como la de este libro. Un legado vivo para leer, sí, en voz alta. / Pablo Bujalance

Criaturas salvajes

Mente animal. Pilar Adón. La Bella Varsovia. Córdoba, 2014. 47 páginas. 10 euros.

En la obra de Pilar Adón, la naturaleza no se muestra como un refugio amable: es un espacio inhóspito, un paisaje en el que las ramas se tuercen hacia el lado de la sombra. Incluso la belleza de la tierra brinda a veces al visitante la perplejidad: "Regresan las hojas nómadas. Y pienso: / si la naturaleza es hermosa, ¿por qué yo no?", se interroga la voz de Mente animal, el libro con el que la autora vuelve al mundo rural que abandonaron sus padres y habitaron sus abuelos para reflejar allí el escalofrío y la desazón de la experiencia humana. Adón sabe que en las tardes de cielo limpio también resuena la tormenta, como si en el campo fuera más evidente que el hombre no es sino una criatura salvaje. Un pueblo puede ser el escenario del rencor, del suicidio, de la maledicencia, un enclave marcado por una leyenda oscura: "Usaron las piedras del primitivo puente / y las de la granja del abuelo / que no pudo pagar porque se lo gastó en vino. / Usaron las piedras de la ermita / y todos los niños de la casa nueva / nacieron muertos".

Tras La hija del cazador, la escritora madrileña vuelve a cargar el rifle, y firma uno de los libros más rotundos de 2014, un poemario descarnado y bello en el que a pesar de la crudeza de los ambientes descritos nada parece gratuito o forzado, todo está narrado con una austeridad y una contención admirables. Adón es cada vez más consciente de la plenitud de sus recursos y no necesita recurrir a golpes de efecto: Mente animal es un libro de una intimidad áspera y dolorosa, y sus versos poseen una autenticidad incontestable. / Braulio Ortiz   

La escritura brillante

La lección de anatomía. Marta Sanz. Nueva versión. Prólogo de Rafael Chirbes. Anagrama. Barcelona, 2014. 368 páginas. 19,90 euros.

En un año en que confirmaron su talento escritoras como Mercedes Cebrián, Elena Medel, Cristina Colmena, Elvira Navarro y Pilar Adón, entre otras, esta edición revisada y ampliada de La lección de anatomía de Marta Sanz tiene algo de reivindicación generacional. Publicado inicialmente en 2008 en RBA, la segunda oportunidad que se le ha dado al texto permite valorar, como afirma Rafael Chirbes en el prólogo, por qué este libro fronterizo, entre la autobiografía y el autorretrato, marcó un punto de inflexión en la obra de Sanz, una de las voces más sólidas de la literatura española actual.

La autora, cuya escritura brillante y mirada lúcida nos hace pensar por momentos en la Natalia Ginzburg de Léxico familiar o la Martín Gaite de los ensayos, reconstruye en estas páginas la educación sentimental, social y cultural de una muchacha llamada Marta Sanz a la que disecciona sin piedad ni gazmoñería, convirtiendo al lector en espectador de un teatro anatómico a la manera de los personajes del célebre cuadro de Rembrandt que inspira el título.

¿Es verdad lo que se cuenta o es ficción? La obra no elude los pasajes menos heroicos de una biografía pero deja en el aire, gracias a su compleja estructura, la cuestión de si estamos ante un personaje llamado Marta Sanz o ante una criatura real que se despoja de todas las máscaras conforme avanza por sus recuerdos: los de la infancia, agrupados en Vallar el jardín; la mirada a la adolescencia en Los gusanos de seda, que tiene la Transición como telón de fondo, y el comienzo de la edad madura con su complejo acceso a la vida laboral en la parte final, Desnudo.

Más allá de la capacidad para encontrar el tono justo, de ese fino oído con el que construye una galería de secundarios inolvidables que reconocemos por su modo de hablar, Sanz nos recuerda que nos definimos a nosotros mismos a través de la palabra. Y si en el concepto moral de la madre -el personaje más luminoso del libro y al que está dedicado- no cabe la mentira, en el suyo, nos dice, "mentir es un ingrediente básico". De esa intención picaresca se nutre una narración que en su versión definitiva muestra cuán fértil y moderna es la tradición realista española. / Charo Ramos  

Palabras en la hoguera

Los fuegos de Santo Domingo. Yevgueni Zamiatin. Trad. Rafael Torres. Berenice. Córdoba, 2014. 96 páginas. 16,90 euros.

Es posible que a Zamiatin, pasado casi un siglo desde la publicación de Los fuegos de Santo Domingo (1922), se le pueda aplica las misma frase que él dedicara a la literatura proletaria de su época: "tienen un contenido revolucionario y una forma reaccionaria". A pesar de este importuno gravamen, consustancial al paso del tiempo, en el drama de Zamiatin encontramos no sólo un rasgo de valentía personal, enfrentándose a la corpulenta jerarquía soviética, sino una comprensión del hecho revolucionario que va más allá del desacuerdo puntual o la disparidad doctrinaria. Así, si es inevitable leer Los fuegos de Santo Domingo como una referencia a las purgas de Stalin, también es fácil comprender su asimilación del estalinismo con una nueva e inexcusable fe, donde los herejes correrán igual fortuna que en la España inquisitorial del XVI, retratada aquí con cierto pintoresquismo decimonónico.

Por tanto, la equiparación de Zamiatin, el obvio paralelismo de su pieza teatral, actúa en un doble sentido: si los erasmistas sevillanos son, a juicio del autor, el antecedente de la purga soviética, lo son tanto en el sentido de la eliminación del disidente, como por la identificación de la ortodoxia bolchevique con un nuevo credo, de corte materialista. El procedimiento de supresión y control es muy similar al del Santo Oficio; y la naturaleza del discurso no difiere de la de cualquier otra doctrina, considerada como infalible. El propio Zamiatin padeció los rigores de aquella fiebre religiosa, como antes o después lo harían Chagall, Mayakovski y tantos otros (recordemos que en Nosotros, Zamiatin prefigura las grandes distopías de Huxley y Orwell).

En los apéndices a este volumen se incluyen tanto la carta que Zamiatin dirió a Stalin en 1931, como un artículo clarividente titulado Tengo miedo, que verá la luz en 1921. En él Zamiatin, que lleva años sometido a un escrupuloso y feroz ostracismo por parte de la administración soviética, expresa bien cuál es el precio de tales rigorismos intelectuales, aparte el devastador y abominable precio humano. "Tengo miedo -concluye- de que a la literatura rusa sólo le quede un futuro: su pasado." / Manuel Gregorio González

Voluntad de un contemplativo

Cisneros, el cardenal de España. Joseph Pérez. Taurus, 2014. 368 págs. 20 euros.

De Cisneros la historia nos ha transmitido dos imágenes igualmente poderosas. La del fraile humanista que emprende la edición de la Biblia políglota en el seno de la recién fundada Universidad de Alcalá. Y la del hombre de Estado que asume las mayores responsabilidades de gobierno en los asuntos más delicados. El mismo erudito que colabora con los judeo-conversos en la edición del texto alcalaíno, no duda en emprender los métodos más expeditivos para convertir a los alfaquíes de Granada, transformar sus mezquitas y quemar sus alcoranes. ¿Cómo conciliar -se pregunta Joseph Pérez- el Cisneros de Granada con el de Alcalá?

La respuesta a esta aparente contradicción es el libro que el hispanista francés, Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales, ha dedicado al polifacético personaje, el cardenal de España, en homenaje a la obra homónima del dramaturgo francés Henry de Montherlant. Y es que la historiografía francesa ha querido encontrar en el regente de Castilla un precedente avant la lettre de los grandes dignatarios eclesiásticos de la Francia clásica, Richelieu y Mazarino. Incurso en esta tradición el libro de Pérez busca el perfil del estadista que pone por delante de los intereses particulares el bien común. Lo prueba su lealtad a la Monarquía y al proyecto castellano en la crisis sucesoria de 1504. Una determinación que trata de borrar el recuerdo de las divisiones anteriores, e invoca el pacto tácito entre el rey y su reino.

Sin embargo, el cardenal lleva dentro al fraile. Cisneros desembarca en Orán en 1509 calzado con sus sandalias. El franciscano había ganado la confianza de la reina Isabel por su escrupulosa observancia. Y no a cualquier regla, sino a la muy estricta de los franciscanos recoletos. En esta orden había prendido la oración mental y el amor místico que junto al ideal luliano de la fe única conformaban un proyecto de utopía universal que arraigó profundamente en las convicciones del religioso Francisco Jiménez de Cisneros. Si a esto unimos su vocación misional y su aperturismo a las corrientes espirituales de su tiempo, ya tenemos aquí el ideario de un reformador. Sin incoherencias. El mismo espíritu de renovación que alienta su ideal humanista de formar una élite eclesiástica conocedora de las letras divinas, reaviva el ideal de cruzada contra el infiel que abrirá la senda de la reunificación de la cristiandad. Esta fue la firme decisión de un contemplativo. / Jaime García Bernal

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios