De libros

Las profundidades más hondas

  • Trotta recupera un apasionado ensayo de Jung sobre las "verdades anímicas" que subyacen en las Sagradas Escrituras y aún atañen al hombre moderno.

Respuesta a Job. Carl Gustav Jung. Trad. Rafael Fernández de Maruri. Trotta. Madrid, 2014. 152 páginas. 12 euros

Es este apasionado y apasionante librito uno de los ensayos más famosos de Jung, también aquel que el fundador de la psicología analítica considerara como el único de sus escritos del que no modificaría ni una coma en el caso de que le dieran la opción de retocar su legado. Y eso que incluso el lector desprevenido nota el combate entre el escrúpulo y el atrevimiento que lo funda, y que el propio autor explicita casi al final de sus páginas, cuando confiesa la difícil tarea que los psicólogos habían heredado de los teólogos al enfrentarse con las fuentes del fenómeno religioso: "Yo, y no sin motivo, he esperado a cumplir 76 años antes de atreverme a examinar realmente la naturaleza de esas superrepresentaciones que condicionan nuestro comportamiento ético". El cimiento bajo esta frágil audacia del pensamiento y la escritura -la clave que alienta la temeridad del ilustre anciano suizo que considerándose un profano en cuestiones teológicas se lanzaba a desmenuzar los mitos judeocristianos- se manifiesta sin embargo poderoso, recayendo en un humanismo traumáticamente reverdecido por la descomposición de las pilas de cadáveres y las cenizas flotantes de las explosiones atómicas. Inaugurada la década de los 50 del pasado siglo, a Jung le urgía confrontar al hombre con su propia naturaleza, reflejarlo en el papel de Job, pero también en el ejemplo de Yahvé, cuando era en sus manos de semi-dioses que se acumulaba el poder y el deseo de destrucción, una pulsión fatal que sólo podría refrenarse mediante el amor y la sabiduría.

La meta principal de Jung en Respuesta a Job se concentra entonces en exponer la imagen divina en tanto es experimentada psicológicamente por el hombre moderno, es decir, valorar las "verdades anímicas" de las Sagradas Escrituras -su sentido último que aún nos atañe- pues éstas responden a "declaraciones del alma" que trascienden la psicología personal apuntando a los arquetipos del inconsciente colectivo. Se pretende así calibrar una reacción subjetiva al relato de Job que explique esa inquietud inconsciente que ha ido irrumpiendo en los sueños, visiones y revelaciones de la humanidad desde el origen de los tiempos y que no ha podido verse obturada del todo por la representación de Dios como Summum Bonum que estableció y popularizó el Nuevo Testamento. Había que explicar, como en otra ocasión y más distendidamente expresara el propio Jung, por qué nuestros sueños, tan crueles, drásticos y enigmáticos, siempre se asemejan más a apócrifos de los primeros libros de la Biblia que a los didácticos pasajes del cristianismo evangélico.

Y para esto, Jung regresa a las oscuridades divinas del relato de Job. A ese Dios que antepone a su omnisciencia la dinámica de su omnipotencia, y humilla a su criatura desde la amoralidad de una esencia contradictoria (Yahvé es amable y colérico, justo e injusto) que ninguna consciencia a iluminado. Job, para Jung, es esa consciencia que desafía a Yahvé y le hace recapacitar sobre su bipolaridad: Job, el vencido, ha comprendido la contradicción íntima de Dios, ha rozado con ello la sabiduría, esa Sofía que acompañó a Yahvé en la creación y cuya anamnesis -su recuperación del olvido- activa, guiando a Dios a la autorreflexión. Un proceso que, a fin de cuentas, conlleva un reconocimiento, el de la superioridad moral de la criatura frente al creador, y una obligación, la de recuperar esa ventaja con respecto al ser del hombre. La "respuesta a Job" por parte de Yahvé será hacerse hombre, sentir su padecimiento hasta llegar al sacrificio, a la cruz, y equipararse en desamparo a Job. Yahvé, desde Adán -su imagen- a Cristo -Dios mismo (en el fondo una inesperada fusión de Job y Yahvé)-, no habría hecho sino intentar perfeccionarse; tarea siempre boicoteada por el más desapercibido de sus hijos, Satán, y que desemboca en la encarnación, que luego el Espíritu Santo se encarga de propagar al resto de hombres, sellada una nueva alianza ya definitiva.

Pero la polisemia del título esconde, como dijimos al principio, otra contestación, la del propio Jung, quien, interpretando la venida de Cristo como una consecuencia directa de la derrota moral de Yahvé frente a Job, recupera la complejidad identitaria de Dios -entre el amor y la cólera- en tanto clave de nuestros desasosiegos inconscientes. Jung responde así a todos los "Jobs" que han sido, son y serán, como otro San Juan que completara el evangelio del amor con el del temor, con el Apocalipsis, con la intención de hacernos comprender un mensaje: que, más allá o acá de la fe, Dios es eso que irrumpe con violencia en nuestra voluntad, lo que, agazapado, altera y trastorna nuestra subjetividad, nuestra planificación racional y diurna. A veces para bien, a veces para mal.

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