Córdoba

Cuando el río se desborda

  • La ciudad ha padecido desde antiguo las anegaciones provocadas por la subida del nivel del río con una intensidad de daños que ha sido variable a lo largo del tiempo

La riada de esta semana ha sido la primera que han podido vivir -y sufrir- en directo varias generaciones de cordobeses. Algunos, los más mayores, conservan aún en la memoria el recuerdo de la última, ocurrida hace casi medio siglo y que, como suele suceder en este tipo de fenómenos, fue todo un acontecimiento social que, al igual que ahora, congregó en el entorno de la Ribera a centenares de cordobeses que inmortalizaron un hecho que en Córdoba no sucedía desde 1917.

Las inundaciones provocadas por el Guadalquivir ocurren aquí desde que el río pasa por estas tierras. Lo que sucede es que no siempre ha quedado constancia de estos desastres naturales. El río lleva relativamente poco tiempo protegido por murallones, por lo que las anteriores riadas entraban en la ciudad provocando situaciones comunes como la presencia de barcas por la actual calle Lineros, una de las principales de Córdoba, para la evacuación de víctimas y para el abastecimiento de los damnificados.

Las consecuencias generales, además, solía provocar daños en el Puente Romano -lo que ha causado que quede en él poco de la etapa fundacional- así como la anegación instantánea de zonas como el Campo de la Verdad o El Arenal y la Fuensanta, entonces con una cota más baja a la actual.

La primera riada que ha pasado a la historia con una fecha concreta es la que sucedió en 1010, en pleno periodo califal. La siguiente registrada por las crónicas fue la de 1481, donde estuvo lloviendo mes y medio sin parar, causando -sin embalses, eso sí- una situación parecida a la actual, cuando la tierra no absorbe más agua y toda la lluvia pasa directamente a engrosar el caudal de ríos y arroyos. En aquel año, el 27 de enero, llegó el agua hasta las gradas de la parroquia de San Nicolás y San Eulogio de la Axerquía, un templo abandonado a finales del siglo XIX a causa de los daños causados precisamente por el río y del que actualmente se conservan sólo sus muros perimetrales, sirviendo su interior como aparcamiento privado. El agua entró en el Molino de Martos y arrancó su tejado y las barcas navegaban sin problemas por el entorno de la Plaza del Potro.

En 1544 se volvió a vivir en Córdoba un dilatado periodo de lluvias, lo que ocasionó, como era de esperar, que el Guadalquivir subiera de nivel inundando con facilidad la parte baja de la calle de la Feria.

Más virulenta que éstas fue la riada de 1554, como recoge Luis María Ramírez de las Casas-Deza en sus Anales de la Ciudad de Córdoba. Cuenta el cronista que "vino tal arriada que tapó los arcos del puente y llegó el agua a la carrera de la Fuensanta y andaban los barcos por el Potro; y por el lado del Campo de la Verdad llegó hasta el Viso [Cuesta de los Visos], y rompiendo por donde estaba la ermita de San Julián [junto a El Arenal] un brazo del río volvía a juntarse con él por el molino de Santa Catalina, por lo que es de las crecidas mayores de que hay memoria".

Medio siglo más tarde, en 1604, se volvió a repetir el fenómeno, derribando algunas casas cercanas al cauce "y en el río se cogieron peces tan grandes que pasaban de la arroba, no se dice de qué especie, pero es de creer que serían de la mar que subirían favorecidos por la corriente". Curiosa interpretación.

Entre los meses de enero y marzo de 1618 no dejó de llover lo que causó una inundación en los lugares habituales. Lo mismo ocurrió en 1626, ocasionando que los arcos del Puente Romano llegaran a estar tapados de agua casi en su totalidad. Los testigos dejaron escrito que las barcas llegaban hasta las Cinco Calles, el punto donde se cruzan Lineros, Don Rodrigo, Carlos Rubio, Mucho Trigo y Badanas.

En el mismo año en que el corregidor Ronquillo Briceño comenzó la construcción de la plaza de la Corredera, la ciudad se vio azotada por un prolongado periodo de fuertes precipitaciones que causaron nada menos que cinco avenidas consecutivas del Guadalquivir. Arrasaron la parte de la Posada de la Herradura que da a la Ribera, cubrió de agua todos los molinos del río, se llevó por delante numerosas viviendas e, incluso, los edificios más fuertes se vieron también dañados por tan alto nivel de las aguas. Una vez que las aguas recobraron su nivel habitual, en enero de 1624, la ciudad se vio castigada por un periodo de crisis. Hubo carestía de los productos más necesarios y las zonas que quedaron encharcadas hicieron que se propagara una epidemia de tabardillos que duró prácticamente el resto del año.

El 20 de noviembre de 1691 volvieron a subir las aguas del Guadalquivir y en febrero del año siguiente se volvió a repetir el fenómeno hasta el punto de que el agua llegó a entrar en la sacristía de San Nicolás de la Ajerquía y se llevó por delante lo que quedaba de la ermita de San Julián, junto al actual recinto ferial.

En mayo de 1697 creció de nuevo el río con las consecuencias de rigor y, curiosamente, al año siguiente se vivió un periodo de sequía que afectó gravemente los campos. Para remediar esta calamidad, la ciudad trajo en rogativas desde su santuario serrano a la Virgen de Villaviciosa y se depositó en la parroquia del Salvador, un templo desaparecido situado detrás del actual Ayuntamiento, más o menos a la altura de la taberna El Gallo. "Aquella noche y todo el día no dejó de llover", cuenta Casas-Deza. Éste fue el inicio de un temporal que acabó con la inundación de barrios que hasta ahora no se habían visto dañados por el agua, o al menos no lo recogieron las crónicas, como es el caso de San Lorenzo o el Campo de San Antón. En el convento de San Juan de Dios [donde estuvo el Matadero Municipal]. Pasado el temporal, el Cabildo de la Catedral sembró cipreses, arrayanes y rosales en el Patio de los Naranjos.

Ya en el siglo XVIII, los periodos prolongados de lluvia causaron el desbordamiento del Guadalquivir en 1708 y en el otoño de 1739. El 4 de diciembre el agua cubrió los molinos se llevó por delante el puente de Palma y se cortaron numerosos caminos. Esta adversidad meteorológica se complicó con un huracán que en los primeros días de diciembre arrancó los álamos de la Fuensanta, un almezo de San Francisco que se cree tenía más de 400 años y varios cipreses del Patio de los Naranjos.

La capital volvió a ser castigada con otra riada en 1751, aunque sus consecuencias no fueron tan graves como en anteriores ocasiones.

En 1821 se volvió a repetir este fenómeno meteorológico. Fue el 26 de diciembre y es la primera que registra víctimas mortales, según las crónicas, que hasta entonces habían dado más importancia a las pérdidas materiales que a las humanas. La parroquia de San Nicolás de la Ajerquía se vio inundada de nuevo, lo mismo que el Campo de la Verdad, poblado en su mayor parte por chozos y viviendas de escasa calidad para quienes vivían de trabajar en el campo.

También en fechas inmediatas a la Navidad, aunque en 1860, el Guadalquivir volvió a desbordarse. La crecida ocurrió en la noche del 26 de diciembre, precisamente, y la prensa de la época nos ha dejado que los vecinos del Campo de la Verdad fueron evacuados en la madrugada tanto en barcas, que por aquel entonces eran frecuentes en el río, como en carretas "lo que daba lugar a escenas dolorosas". Las aguas arrastraban árboles, objetos y multitud de objetos, como muestra de los daños causados.

Las riadas sufridas hasta este momento tenían un catálogo parecido de desperfectos. En cambio, la de los primeros días de diciembre de 1876 afectó por primera vez a una infraestructura novedosa como era en aquel momento el ferrocarril. Un tren que salió de Córdoba con destino Madrid quedó interceptado por las aguas a la altura de Alcolea. A la vista de los hechos, el maquinista intentó regresar a la capital dando marcha atrás, pero las aguas ya habían cubierto las vías. Al quedarse incomunicado en el kilómetro 437 fue necesario evacuar a todos los pasajeros.

Además, en la ciudad se contabilizaron otros daños, como el desplome de un muro del convento de Santa Inés, abandonado desde la Desamortización, así como de algunas casas en la calle Alcántara o Marqués del Villar.

En la inundación de 1917, que tapó el Campo de la Verdad, falleció un chaval montillano de 24 años que intentó cruzar sin la debida cautela el arroyo de la Miel, el servicio ferroviario sufrió numerosos retrasos, el servicio telegráfico quedó suspendido y el Asilo de Campo Madre de Dios se habilitó para dar refugio a los vecinos del Campo de la Verdad que habían perdido sus escasas propiedades. La ciudad quedó a oscuras porque el precario suministro eléctrico también se vio afectado y el nivel del Guadalquivir subió hasta la calle Cardenal González.

La siguiente vez que el río volvió a salirse de su cauce fue el 17 de febrero de 1963, la última ocasión antes de la actual. En aquel momento la lámina de agua del Guadalquivir subió siete metros por encima de su nivel ordinario. En la capital se comprobó que el muro construido años antes por el Ministerio de Obras Públicas para proteger el Campo de Verdad había sido realmente eficaz. Gracias a este murallón salvaron su vida las 10.000 personas que por aquel entonces poblaban ya el barrio construido por el obispo fray Albino. Pero esto no evitó que el agua derrumbara 150 viviendas y que cerca de 200 quedaran en estado de ruina inminente. En el Zumbacón se produjo una víctima mortal, un bebé de 15 días, al hundirse la chabola en que vivía.

Esta riada fue la primera en la que el Guadalquivir sumó al agua de la lluvia la proveniente del desembalse de los pantanos.

La autoridades señalaron que ésta fue la peor catástrofe sufrida por la ciudad en los últimos cincuenta años. La zona damnificada alcanzaba nada menos que los 200 kilómetros cuadrados. Uno de los puntos donde se congregó un mayor número de curiosos, aparte lógicamente del paseo de la Ribera, fue en el antiguo estadio El Arcángel, inaugurado en 1945 y que al estar construido en una cota inferior a la de la calle provocó que el agua lo inundara, dejando al aire sólo los centímetros superiores de las porterías.

Los daños fueron fue fuertes en la provincia. Nada más que en Castro del Río se contabilizaron más de 100 millones de pesetas en pérdidas, y en Iznájar quedaron incomunicadas más de 5.000 personas. Priego quedó sin suministro de gasolina, Cañete de las Torres quedó aislado en medio del agua y en Villafranca, además de quedar incomunicados, perdieron también las comunicaciones telegráficas y telefónicas. Un drama.

Cuando las aguas comenzaron a bajar, se vivió un susto considerable en el Campo de la Verdad, donde se derrumbaron 14 metros lineales de la barrera defensiva que había protegido al barrio de la riada. Pero no tuvo mayores consecuencias.

Una vez serenada la situación, un informe señaló que en toda la provincia habían sido 1.066 las viviendas destruidas por las inundaciones, 2.825 las desalojadas y 1.493 las dañadas con posibilidad de reparación.

A estos daños materiales hay que sumar los humanos, con 1.868 familias desalojadas en la provincia. Auxilio Social repartió, según la prensa de la época, 10.400 comidas calientes al día. Esta riada dejó, tanto en la capital como en la provincia, una huella que aún muchos recuerdan.

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