GEOGRAFÍA HUMANA · RAFAEL GARCÍA CONTRERAS

"En el antifranquismo, no hubo más partido que el Partido Comunista"

  • "Hace falta reivindicar el papel que tuvieron los obreros, en especial en la Westin, frente al régimen; fue una escuela política", afirma el ex senador · Publica en sus memorias, 'Susurros de libertad', la crónica del viaje entre la Guerra Civil, la pelea contra el dictador y la llegada de la democracia

Rafael García Contreras vino al mundo a principios del año 1936, cuando media España afilaba la navaja contra la otra media. Hijo de la represión, fue comunista sin ser fraile, por la vía obrera, sección Westin, empresa de la que fue portavoz sindical en los años del ajuste. Es un señor dialogante, que aboga desde sus ideas comunistas por la dignidad colectiva. Ahora hace memoria en un libro, Susurros de libertad.

-¿Escribiendo sus memorias ha preferido olvidarse de algo?

-En el proceso de contar uno su vida, por falsa modestia, uno se calla cosas que pueden sonar a presunción y otras que, desde mis valores, no hieran susceptibilidades. Prefiero contar las cosas sin agregar ni quitar pero sin herir susceptibilidades.

-¿Se tiene la tentación del ajuste de cuentas ante el papel?

-Con odios no se construye el futuro, tampoco con olvidos. He procurado que salga lo menos posible eso que tengo en el pecho, pero es que forma parte de mi cultura, mi manera de ver la vida, mi comportamiento. Nadie está en la posesión de la verdad absoluta. Mi verdad termina donde empieza la tuya. He ido a lo concreto, a contar una vida que se parece mucho a la de muchos españoles que padecimos la guerra, la miseria, la cárcel, la represión, la tortura. Cuando ahora voy al cine, me identifico con el Lorenzo de Los girasoles ciegos. El miedo permanente, los registros. Todo eso lo he padecido yo. Y lo he contado por los amigos, por mi propia compañera, que me han animado. Y se puede leer.

-La mayoría de españoles evitaron esas privaciones. ¿No le hubiera gustado una vida más cómoda?

-Mi vida ha estado marcada. Con seis meses, la primera marca (el inicio de la Guerra Civil). Con el fusilamiento de mi padre, la segunda. Yo estaba orillado. En la escuela, sin tener por qué, me siguen marcando. Qué puede pensar un niño de ocho años. Me empujaron a esta vida. Sin guerra, sin fusilamientos, hubiera sido uno más. No he tenido más remedio que coger el remo y remar.

-Usted ha pasado media vida siendo clandestino. ¿Se quedan aspectos de esa forma de actuar?

-Generan formas de conducta. Quien tuvo y retuvo guardó hasta la vejez. Pero pronto se rompen aspectos de la clandestinidad, antes de que muere Franco. Cuando el PCE decide romper con las células de tres militantes a las asambleas obreras, para romper la legalidad, y se llega a un atravemiento infantil. En una asamblea en Villarrubia, junto al canal, me llevaron a una charla con la gente del partido. Cuando vi la gente, me temblaron las puertas. Era a la luz del día y podía llegar la Guardia Civil. Podíamos haber llevado a la ruina a muchas familias.

-¿Y la clandestinidad generaba lazos más profundos?

-Darle un abrazo a un comunista en la calle era algo muy importante en aquellas fechas. Ampliábamos la familia y las amistades cada vez se afiliaba alguien al partido. Yo notaba que era querido.

-La memoria se ha convertido en un debate nacional y el PCE fue el más generoso en su día.

-Y no sé si hay que revisarlo. Se hizo lo que había que hacer. Ahora hay camaradas que creen que la reconciliación nacional fue un paso excesivo sin entender lo que suponía. El partido apostó después por IU -decía que lo importante era hacer el cuadro no quien lo firmara, avanzar desde la izquierda- y era correcto. Si se cambiara esa forma de actuar, no me gustaría. Hay que seguir siendo generoso. Está implícito en ser comunista, de izquierdas, solidario. Debe ser una norma de identidad. Ser de izquierdas significa, lo primero, ser generoso, cambiar el mundo demostrando que es necesario cambiar uno mismo.

-La izquierda ilustrada del Juan XXIII se llevó la fama del antifranquismo. Pero rara vez se habla de la Westin.

-Y fue una escuela política. Suele ocurrir. Cenemesa y todo lo que vino después fue muy importante. Los profesionales liberales tuvieron un papel destacado que no debe desdeñarse. El Juan dio un salto gigantesco en ese sentido. Hace falta sacar a la luz la aportación a la lucha revolucionaria del movimiento obrero y el factor político del sindicato estando presente en todas las luchas. Cada convenio era algo más, cada plante era algo más que el plante. Se iba contra el enemigo común, la dictadura. Hay un debe en ello, sin desdeñar a la intelectualidad, que hay que reivindicar.

-¿Cómo aguanta un inocente en la cárcel?

-Desde las ideas de un revolucionario, de un solidario dispuesto a sacrificarse, estar detrás de una puerta de chapa es preguntarse qué hecho yo. Cuando me daban las palizas en el cuartel, sólo pensaba que quería que el mundo fuera mejor, que tuviera derechos humanos. A mi me juzgaron por rebelión militar, a mí que no hice ni la mili por ser hijo de viuda, quienes se rebelaron contra las instituciones. Fuimos capaces de darle la vuelta trayendo la democracia a este país.

-La vida diaria supongo que tendría mucha importancia.

-Daba mucha fuerza. Mucha. A nosotros nos detienen en Córdoba y nos trasladan a Madrid para ser juzgados por el tristemente célebre Tribunal Especial de Actividades Extremistas contra el Comunismo y la Masonería. A los que tenían menos de 24 años, nos llevaron a Cáceres, donde no había presos políticos. A raíz de una serie de redadas, nos separan a los jóvenes de los veteranos. Quizá pretendían que no nos contaminaran los históricos de largas condenas. Craso error. Los más revolucionarios, los más jóvenes, estábamos juntos. Allí hubo un ambiente de combate y de ilusión. La cárcel era una universidad, tenía todo el día para la lectura y la formación, y genera hábitos de reuniones y conocimientos. Había gente de toda España trabajando en común y la cárcel junta y une. Nosotros reivindicábamos siempre, hasta en los remites de las cartas, nuestra condición de presos políticos. Reivindicamos la conciencia, nos obligaban a ir a misa y reclamábamos la libertad del creyente. La cárcel era parte de la lucha con el agravante de estar entre rejas. Hicimos un plante y perdimos la redención de condena, nos alargaron la pena.

-Cómo se llevó la impaciencia ante la muerte del franquismo con Franco aún vivo.

-Hay un paréntesis en el que sentíamos que el dictador está muerte, que las libertades no podían tardar. Por muchas razones, aquello no podía durar. España era una excepción y el fascismo había sido derrotado. Este país tenía que parecerse a toda la Europa occidental debido a las presiones diarias. La creación y actividad de Comisiones Obreras, las huelgas de Asturias, los movimientos obreros de Barcelona, los estudiantes de Madrid. Todo ello crea un clima. En Córdoba, los 30 de abril y los 1 de mayo había que correr y las reuniones eran cada vez más multitudinarias.

-¿Recuerda su primer mitin ya en democracia?

-Perfectamente. Fue en mi pueblo, en Pedro Abad. Yo no iba a hablar, tenía que presentar a Ildefonso Jiménez, que era candidato. Ni me habían anunciado como orador al Gobierno Civil. Y la dirección del PCE pedía que se aceptaran las reglas. El mitin fue en la plataforma de un tractor. Terminó Ildefonso y empezó todo el mundo a decir Rafael, amigo, el pueblo está contigo. Y ni reglas, ni nada. Dije lo que había que decir. Detrás del mitin había una granja de cerdos y yo creía que les estaban retorciendo las orejas, para quechillaban no se nos oyera. Dije que me importaban muy poco esos cerdos y los otros.

-¿Y su primera jornada electoral?

-Ilusión y desencanto. Cuando disfrutamos de verdad fue en las primeras municipales, cuando consiguió la alcaldía mi compañero y amigo Julio Anguita. Y en mi pueblo Miguel García. Aquí no había más partido que el Partido Comunista. Teníamos unas ideas que no eran correctas sobre nuestra presencia social. Y es que le hicimos la campaña al PSOE. En el mitin, le decíamos a la gente que si nos veían con rabo y cuernos que, al menos, votaran a gente de izquierdas. Del PSOE conocíamos a tres o cuatro, y en los pueblos a nadie. Las sedes eran todas del partido, del PCE.

-¿Ustedes preveían el triunfo de Anguita? Era una situación totalmente nueva.

-Había sensaciones. En las anteriores generales, barrio a barrio, Julio daba mítines cada vez con más gente. Explicaba con claridad y valentía los elementos y las políticas. Además, los socialistas se equivocaron de candidato. Si presentan a Martínez Bjorkman, otro gallo hubiera cantado. La persona que presentaron no tenía presencia niguna en los barrios, entre la gente. Julio era Julio, el partido, todos los que estábamos dando la cara.

-Ese personaje tuvo una proyección nacional

-Sí, desde la Alcaldía. Tuvo una relevancia tremenda. A través del partido, en sus congresos y reuniones, y a través de los medios de comunicación: en La Clave, con Balbín, tuvo una participación importante. La gente busca el salvador y, entonces, se produce un ambiente difícil con las situaciones de (Santiago) Carrillo y Gerardo (Iglesias). Los andaluces del PCE pensábamos que se necesitaba a una persona que nos pusise donde teníamos que estar. Julio no quería aceptar, entre otras cosas, por las presiones. Él nos echa la culpa a los delegados andaluces de tener que irse a Madrid. Y acertamos. Después vinieron las luchas, los disconformes y el puñetero infarto.

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