cruz conde 12

Félix Ruiz CARDADOR

El enfermo real que se cree imaginario

Demografía. Los datos del INE alertan de la decadencia de la sociedad cordobesa y o se lucha por conquistar el futuro o el futuro nos acabará conquistando a palos a nosotros.

PONGAN por caso que existiese una enferma que se llamase Carlota, o Carla, o Carolina. Pongan por caso que los síntomas de una grave enfermedad comenzasen a aflorar en su cuerpo: que perdiese peso de forma inexplicable y malsana durante largo tiempo, que sintiese dolores de cabeza frecuentes, que su piel se volviese blanca como un folio. Pongan por caso que esa mujer decidiese obviar los síntomas, que en vez de pedir corriendo cita con el médico optase por vestirse de faralaes y largarse a la Feria. O que se volviese un poco tarumba, y, en vez de salir pitando para Urgencias, se sentase en plan pachorrón en el salón de su casa y se dedicase a gritar incoherencias con voces extrañas y a emprender una guerra de palmetazos y patadas entre sus propios brazos y sus propias piernas. Pongan por caso, en fin, que Carlota, o Carla, o Carolina, no fuese una mujer sino que fuese una ciudad, o una provincia, y se llamase Córdoba. Pónganlo por caso y verán que no es tan disparatado, pues los datos certifican que esta tierra amenaza con convertirse en un enfermo real y grave pero que, al contrario que en la obra de Jean-Baptiste Poquelin Moliere, persiste en sentirse un enfermo imaginario.

Los últimos datos del INE sobre demografía, proyecciones que siempre hay que tomar en serio, corroboran tal sensación de debilidad y patología, pero supongo que aquí esta semana, tras la festividad del Arcángel, nadie hablará de ello. Avanzan estas estadísticas que de aquí a 15 años habrá 45.000 cordobeses menos que ahora, con una tasa de natalidad en franca decadencia y un flujo migratorio incapaz de mantener el volumen poblacional. Se deduce por ello que existirá una sociedad mucho más envejecida que hoy y también atomizada, menos rica, en la que se adivina palpable su escasa evolución empresarial. Un lugar, por ello, cada vez más alejado de las dinámicas de vanguardia de Occidente e incapaz de ofrecer alternativas a sus propios hijos. Datos del INE que se acompañaron esta semana, por cierto, con otros más cortoplacistas, los de Analistas Económicos, que también certifican que Córdoba se mantiene en la seda de leve crecimiento de su PIB pero lejos del ritmo de sus pares andaluzas. Cada vez más convertida, algo que aquí ya se dijo hasta la saciedad, en un ejemplo claro de esa España interior y levítica que mira al turismo como única deidad mientras pierde la batalla frente a las zonas periféricas y las grandes metrópolis.

Lo bueno de los datos del INE está sin embargo en que no son una carta de defunción, sino sólo un listado de los síntomas. Quiere decirse que la proyección sólo se cumpliría de mantenerse las circunstancias actuales, por lo que todavía se podría hacer algo. Aunque lo primero para ir poniendo remedio a la enfermedad pasa de forma inevitable porque el paciente se tome en serio su patología y se deje de farras y locuras. Y cuando hablo de enfermo no me refiero sólo a nuestros dudosos políticos, que al fin y al cabo no son sino las puntas más visibles de una tupida cabellera humana, sino de una sociedad que debe de tomar las riendas de destino e impedir que las administraciones nacional y autonómica la sigan manteniendo como un lugar olvidado en cuanto al respaldo presupuestario. Una sociedad que o se torna exigente, participativa, tecnológica, culta y emprendedora o estará abocada -ya comienza a estarlo- a despertar soliviantada de su molicie y a acostumbrarse a decirle adiós en los andenes, como ya comienza a ocurrir, a sus hijos más queridos.

Muchos son los puntos en los que Córdoba puede apoyarse para conseguir ese dinamismo civil, porque se presupone que en su sociedad hay instrumentos. Una Universidad, por ejemplo, que debe ganar en autonomía y ha de ser clave; o una patronal y unos sindicatos que antes o después habrán de salir de sus actuales dinámicas perniciosas, tan plegadas al poder, tan paniaguadas. También la cultura, la cultura real, la que no vive de la subvención amiga o del dedazo, tendrá que alzar su voz. Y en general tendremos que alzarla todos los que queremos dejar a nuestros hijos o nuestros nietos un lugar no sólo para que los de fuera lo disfruten sino para que los de dentro puedan vivirlo y trabajarlo. No niego que uno mira alrededor y se encuentra un paraje desolado, con sus principales estructuras civiles adocenadas bajo el peso de la superestructura política que todo lo anquilosa, pero la enfermedad de Córdoba, ni lo duden, es real y tiene remedio, pero hay que ponerse en marcha. Porque o conquistamos el futuro desde ya o el futuro nos acabará conquistando a palos a nosotros.

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