Aromas y sabores

Llevar el vino en la sangre

  • Tradición. Cualquiera que estudie y trabaje mucho puede convertirse en experto en vinos, incluso en un buen vitivinicultor Pero quien nace entre viñas y barricas lleva el vino en la sangre.

EL mundo del vino es el único negocio donde el cliente quiere ver quién está detrás del producto. ¿Conoce a alguien que esté interesado en saber la vida del ingeniero que diseñó el motor de su coche? ¿No? Tal vez ese deseo tenga que ver con que el bodeguero se dedica a dar placer a sus clientes. El vino es un ser vivo que produce sensaciones.

Pero en el vino, la aristocracia existe. No me refiero a vinos con nombres de marqueses y condes, lo sean o no quienes lo producen, sino a las once familias que integran el selecto Primum Familiae Vini, la verdadera aristocracia mundial del vino. Fue Miguel Torres Riera y el francés Robert Drouhin quienes se decidieron a establecer, en los años 90 del pasado siglo, una suerte de club que acogiera a las familias más influyentes dedicadas a este negocio. Lo bautizaron en latín, Primum Familiae Vini (PFV), las primeras sagas del vino, tanto en su sentido histórico como de mercado. Entre ellos, dos españoles: Torres y Vega Sicilia. En total, las once bodegas reunidas suman 2.048 años de existencia. Las otras nueve son Antinori (Italia), Symington (Oporto, Portugal), los herederos del Barón Philippe de Rothschild (Médoc, Francia), Egon Müller (Mosele, Alemania), Schardhof (Alemania), la familia Perrin (Ródano, Francia), Tenuta San Guido (Toscana, Italia) y el champagne Pol Roger. Todos llevan el vino en la sangre y la convicción de que la familia es la mejor garantía para sobrevivir al tiempo.

Una botella de vino es lo más parecido a una cápsula del tiempo que ha inventado el hombre. En su interior se encierra, resumido y concentrado, un ciclo completo de la Naturaleza: la memoria y el gusto de la tierra, el aroma de las raíces, el sabor de la lluvia y hasta los vaivenes del viento sobre las cepas. Vida y vid comparten mucho más que tres letras. Quienes entienden el vino saben que los compases de las viñas son siempre más largos que nuestras propias existencias. Como dijo Pablo Álvarez de Vega Sicilia, "crear una bodega lleva toda una vida... y eso si te coge joven. Mantenemos nuestro compromiso con la cultura del esfuerzo, la paciencia y la dedicación", señala el actual responsable de Vega Sicilia, fiel al espíritu de Eloy Lecanda, fundador de la bodega en 1864. "Es la familia propietaria quien marca la filosofía. Estamos especializados en este mundo, que requiere un trabajo lento", explica Álvarez, que asumió las riendas de la empresa con 28 años.

"Una familia unida es casi imbatible", apunta Paul Symington, portugués de pura cepa con herencia británica en las venas y director general de Symington Family State (1882). "He aprendido que hay que trabajar mucho en el campo, pero que también es fundamental dedicar tiempo a algo que no se ve, a cuidar las relaciones familiares para mantener nuestro equilibrio y sentimiento de unidad". El consejo de administración de su bodega está compuesto por diez personas. Todas, de apellido Symington. "Las nuestras son reuniones felices. Solo uno de los diez consejeros no ha trabajado nunca en ella. Todos sabemos de qué va este negocio", sonríe. El padre de Paul Symington le apartó diez cajas de Porto Vintage 1953, un tesoro, el día que nació. Él acaba de hacer lo mismo con su primer nieto. Es una tradición familiar.

Albiera Antinori, primogénita del marqués Piero Antinori e integrante de la vigesimoséptima generación de una estirpe única de vinateros toscanos, representa a la bodega más antigua, fundada nada menos que en 1385. Pertenecer a una de las diez empresas más antiguas del mundo, junto a los sopladores de vidrio de Murano y Venecia o los cerrajeros Torrini de Florencia, proporciona a Albiera Antinori una cierta manera de estar en la vida. "Tenemos unas espaldas sólidas y cierta seguridad. Buscamos no cambiar para que las cosas sigan como hasta ahora". Para que se hagan una idea, Albiera, Allegra y Alessia Antinori, las hijas del marqués, dirigen un emporio agrícola que se extiende entre Siena y Florencia, en la Toscana, con presencia también en Umbría, y que se compone de seis bodegas, entre ellas Tenuta Monteloro, la finca donde pasaba sus vacaciones la nobleza florentina, con el poeta Dante Alighieri y su amada Beatrice Portinari a la cabeza. Venden 20 millones de botellas al año.

Proceder de una familia dedicada al champagne desde 1849 tiene sus servidumbres. Como que el día de tu bautizo te metan en la boca una cucharilla llena de burbujas. "Debió ser la primera vez que probé el champagne de la familia, pero, la verdad, no me acuerdo...", me contaba un día en Vinexpo Burdeos, entre risas, Hubert de Billy, de una de las casas más prestigiosas de la Champagne. "Sí, sí. En casa siempre hemos tomado nuestro vino. Desde los 5 años. No mucho ni a menudo. Pero sí. También recuerdo que siempre que salía una botella con olor a corcho estábamos obligados a olerla y a probarla. ¡Esa es la verdadera educación!", sostiene el director comercial de la bodega. El que disfrutaba enormemente con ellas era Churchill. Tal es así, que bautizaron su Cuvée Prestige con el nombre del político británico.

Hace unos días, Mireia Torres Maczassek (hija de Miguel Torres), actual presidenta de la asociación, y su familia acogieron en el Penedès, por tercera vez en su historia, a unos 60 integrantes de estos singulares clanes. Ellos son auténticos resistentes, supervivientes que han logrado blindar su futuro de puertas adentro ante ese mundo de fondos de inversiones, sociedades, fusiones y opas hostiles tan deslumbrantes como efímeras. "Aquí encuentro a personas que viven las mismas situaciones que nosotros en otras partes del mundo. Nos entendemos solo con mirarnos. Eso me reconforta mucho", explica Mireia Torres.

Como dice Albiera Antinori, "es difícil no amar el vino porque lo hemos visto siempre en nuestra vida, a nuestro lado".

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