Córdoba

De batalla en el tajo contra un calor salvaje

  • El deber manda y muchos son los trabajadores que no tienen más remedio que enfrentarse a las altísimas temperaturas en plena calle

No son ni las 11:00 y las calles de Córdoba ya amenazan con acabar ardiendo. Es la crónica de un asfixiante calor anunciado, de una alerta roja por altísimas temperatura profetizada la noche anterior por boca de los informativos y al alba por la de los periódicos. Parece que esa profecía de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) se va a cumplir.

El mercurio pasa ya de los 33 grados y Daniel Romero apila unas cajas sobre una carretilla en pleno centro de Córdoba. Las ha bajado de su furgoneta, la de Transportes Urgentes Romero. "Hoy me espera una buena jornada de calor", lamenta. "Lo malo es que no puedo poner el aire acondicionado en la furgoneta por motivos de salud, porque me monto sudando al día unas 40 veces después de ir de aquí para allá desde donde aparco hasta el lugar en el que tengo que dejar las cajas", insiste. Daniel es un ejemplo de esas personas que no tienen más remedio que desafiar al sol para poder realizar sus trabajos en las mejores condiciones posibles en días como estos. El deber obliga. "Esta tarde, con la que está cayendo, habrá poca gente en la calle; yo tendré que seguir con mi tarea", destaca.

Las 12:00. El mercurio ya alcanza casi los 35 grados. Auxiliadora Duarte despacha zumos "de naranjas del Valle del Guadalquivir" en un pequeño puesto de la firma Liquo. "Desde que ha empezado este calor se ve menos gente por la calle; por la mañana suelen salir más niños, pero por la tarde hay poco", relata. "Nada mejor que un buen zumo para combatir el calor, para hidratarse", añade. Ella, como Daniel, está obligada a pelearse con el sol en las horas más crueles del astro rey. En su caso, tan sólo con una pequeña gorra y resguardándose bajo un pequeño tejadillo del puesto de zumos.

Son las 12:30, el termómetro se acerca peligrosamente a los 36 grados. Ricardo Medina corta un seto en una plazoleta, junto a otro jardinero municipal, Juan Ortiz. "En días tan calurosos, intentamos primero trabajar en las zonas donde más pega el sol a primera hora de la mañana, aunque a veces eso es imposible porque imagínate que te toca ir a cortar césped a un descampado", comenta Ricardo. "Eso sí, el agua y el sombrero de paja no pueden faltar; y en el caso de mi compañero, incluso cremita", bromea.

El mercurio pasa ya de los 37 grados mientras las agujas del reloj reposan en las 13:00. Antonio Rodríguez y Miguel Castro beben agua en una fuente tras bajarse de unos arnés con los que trabajan a unos metros del lugar de avituallamiento. Están pintando un bloque en plena lucha cuerpo a cuerpo contra el sol. "A partir de esta hora, el calor es horroroso, sobre todo por estas calles tan pequeñas en las que parece que se concentran las altas temperaturas. Sientes que te falta el aire", refiere Antonio. "La mejor manera que tenemos para combatirlo es bebiendo mucha agua y llevando ropa corta y clara", destaca el pintor.

Apenas un cuarto de hora después, cuando el termómetro ya coquetea con casi los 38 grados, Rafael Díaz, saca escombros de un edificio en el que trabaja con otros tres albañiles. Uno de ellos, tras asegurar que la faena le ha provocado una "sed de desierto", aprovecha un pequeño descanso para beber agua directamente de una goma enganchada a un grifo. "Trabajar con tanto calor es un poco cansado, es lógico, pero no hay más remedio", relata Rafael. "Bueno, sea como sea, trabajar con estas condiciones de calor siempre será mejor que hacerlo en la Campiña segando al sol; así sí que es difícil resguardarse del sol", insiste el albañil.

Las manecillas del reloj queman inexorablemente minutos hasta situarse casi en las dos de la tarde. El mercurio, casi al mismo ritmo, va cumpliendo la profecía de alerta roja encaramándose por encima de los 38 grados. Antonio Salmoral sale de su taxi y lo primero que hace es apurar una pequeña botella de agua que lleva en la mano. Le pide a un compañero, Manuel Moyano, que se la llene. Manuel saca un gran botijo del maletero de su vehículo. "Llevo cuarenta años en el taxi y el botijo siempre ha ido conmigo y no sólo para mí sino también para mis compañeros ", relata antes de levantarlo para beber. "Esta es la mejor fórmula para combatir estas calores", anota. Unas calores que para el taxista se traducen en que "por la tarde baja bastante el servicio, dado que quien no tiene necesidad de ir al médico, a las estaciones de autobús o tren, o a cualquier otro lugar no suele salir de su casa", cuenta. "No obstante -relata- yo he llevado un 1.500 con los asientos de skay, porque antes los asientos no eran de tela, sino de skay, y aunque ese material quemaba a quien se sentaba en él, se soportaba".

Las manecillas ya han superado con creces las dos de la tarde y el mercurio le guiña un ojo a los 40 grados. Samuel Abril le sirve unos vasos de agua fría a un abuelo y su nieto. El camarero de la Tortuga asegura que el calor le está espantando los clientes conforme va avanzando el día. A los que repostan en su establecimiento les recomienda un buen zumo. Como Auxiliadora, Samuel insiste en que nada mejor que un buen zumo para engañar al asfixiante calor.

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