Córdoba

La rebeldía de un excelso Finito

Plaza de toros de Los Califas

Ganadería: Seis toros de Núñez del Cuvillo, justos de presentación y desiguales de juego. Mejor los jugados en tercer y quinto lugar. El cuarto tuvo un juego excepcional en la muleta pero terminó rajado.  TOREROS: Finito de Córdoba,  (negro y oro). Ovación con saludos y ovación con saludos tras tres aviso. Morante de la Puebla,  (corinto y oro). Silencio y oreja. Alejandro Talavante, (azul marino y oro). Oreja y palma de despedida.INCIDENCIAS: Plaza de Toros de los Califas. Tercer festejo de la feria de Nuestra Señora de la Salud. Dos tercios de entrada en tarde primaveral. Entre las cuadrillas destacaron Javier Ambel, Pepe Luis Trujillo de la cuadrilla de Talavante. 

 

Transcurría la tarde en un tono plano. Pesaba en el ambiente el pobre resultado de la corrida del viernes. El ambiente estaba bastante enrarecido. Tanto es así, que el primer toro fue protestado de salida, algo inusual en Córdoba. Ni el saludo capotero de Finito a su primero tuvo la repercusión de debió de tener. Las cosas de esta Córdoba en ocasiones incompresible. El torito de color melocotón acudió al caballo con alegría. Al llegar al peto claudicó. Es el toro  de nuestro tiempo. Finito tomó la muleta y realizó una faena bella. Retazos de buen gusto y preñada de una torería de otra época. Una estocada trasera y dos golpes de cruceta terminaron con la vida del astado de peluche. Morante anduvo a medias tintas con el segundo. Otro torete de capa jabonera que se apagó pronto. La tarde continuaba plana. El público seguía extraño, raro, sin romperse. Talavante vive un momento magnifico. Inédito con el capote se encontró con un animal, perfectamente lidiado por Trujillo, que le permitió desplegar su particular tauromaquia anárquica y de improvisación. 

 

Salió el cuarto.  Un toro de muy justa presentación. Un toro bien hecho y de bonitas hechuras a pesar de su justeza. Finito se rompió a la verónica. Meció el capote y enjaretó unos bellos lances a la verónica rematados con una hermosa larga cambiada por bajo. El animal acudió presto a la montura en el primer puyazo. En el segundo salió repuchado. Galopó en banderillas, lidiado con justeza por Antonio Manuel Punta. El público seguía frío, eso sí, por poco tiempo. Los cimientos de Los Califas iban a crujir una vez más en sus 50 años de historia. Finito cuajó la faena de la feria. Una labor completa de principio a fin. El toreo fundamental, el que de verdad hacer vibrar al público fue brotando de las muñecas del torero cordobés. Los muletazos fueron excelsos, sublimes, rotundos. El toreo fundamental se fue haciendo presente y los naturales resultaron ejemplares. Adelantando el engaño, tocando con suavidad para tirar del toro hasta más allá de la cadera. La faena tocaba la cima. Todo apuntaba a un suceso único. A una faena para el recuerdo, para la historia de Los Califas y, por qué no decirlo, para la historia del toreo. Pero surgió lo inesperado. 

 

El demonio de la soberbia aparición por Los Califas cuando nadie lo había invocado. El público enardecido por la duración y rotundidad de la faena, comenzó a pedir el indulto del animal, provocado por un torero en un éxtasis pleno. La presidencia no consideró tal petición, puesto que el toro buscó las tablas en la postrimería de la obra. Juan Serrano desoyó al palco. Comenzó un reto absurdo entre palco y torero. Juan Serrano continuó toreando un toro muy venido a menos, pero seguía los vuelos de la muleta del torero. Los avisos fueron cayendo uno tras de otro. ¿Por qué motivo no sonaron los metales cada vez que asomó el pañuelo en el palco? El caso es que el tiempo marcado por el reglamento había pasado. Todo se cumplió. 

 

El reto continuó de forma incomprensible. Juan Serrano en lugar de retirarse preparó al toro y lo despacho de una estocada a pesar de las advertencias de los alguacilillos y delegado gubernativo. Desacato doble. Curiosamente por no querer matar al toro, y otro posterior por matarlo, hecho inusual en la historia del toreo. El escándalo estaba servido. Lo que pudo ser un triunfo rotundo e histórico, quedo en la nada. El demonio de la soberbia se había salido con la suya. ¿Que motivó a Juan Serrano a cambiar una faena de rabo y convertirse en triunfador de la feria, a sembrar un escándalo a los 24  años de su alternativa? La autoridad no debe de ser jamás ninguneada y menos aún desobedecida. No hay que olvidar que vela por la fiesta, sus valores y el toreo. Desobedecerla es faltar el respeto a la fiesta. Lo demás, no importó.

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