Córdoba

La parábola del botijo y los toreros

  • Morante utilizó el botijo antes de iniciar la faena, sabedor de que había viento, mientras que Paquirri usó su botella de plástico. El botijo distingue a la tauromaquia de la pantomima

ESTA cosa extraña que llamamos corrida de toros es como una novela con asesino y falsos sospechosos de Agatha Christie. Incluso sin que nos describan el asesinato, el lector atento puede hacer sus cábalas, descartar al mayordomo y darse cuenta de que se ha fumado porque hay colillas. Y el lector de toros, el espectador atento, pudo ayer apreciar la diferencia entre la actitud de unos toreros y otros, incluso antes de que torearan. El primero en hacer recaer las sospechas sobre él fue el tal Paquirri. Había dicho que quería volver a torear pero ya ante la faena de muleta de su primer toro quedaron en entredicho sus palabras. Hacía mucho viento y roció su muleta con agua para que pesase más y facilitarle así su supuesta labor ante el astado. Para ello utilizó una botella de plástico, de esas de mineralización débil y solo 0,8 gramos en sodio. Ahí, el espectador atento ya vislumbró que algunas esencias se habían perdido y no merece la pena detenerse en comentar el simulacro de tauromaquia que practicó con ese toro y con el segundo suyo. Por contra, Morante eligió rozar su muleta con agua que salía de un chorrito fino, fresquísima, procedente de un botijo, una vasija de barro poroso, de vientre abultado, y dos aberturas, una llamada boca y otra, la que sirve para beber, pitón (¡qué casualidad!). Además, Morante utilizó el botijo antes de iniciar la faena, sabedor, porque tonto no es, de que había viento. Paquirri usó su botella de plástico o PET -es decir, de politereftalato de etileno- cuando ya se había puesto delante del toro, porque no todo el mundo es tan listo como Morante. A Manzanares no acerté a ver si llevaba botijo o plástico, pero por su manera de mostrar respeto por la tauromaquia debía llevar botijo, no cabe duda. Es la parábola del botijo, ayer escrita con letras de oro sobre la tarde ventosa. El botijo distingue la tauromaquia de la pantomima.

Un comentario aparte merece la música. Soy partidario de que no haya pasodobles en las faenas porque tergiversan lo que ocurre y uniforman lo que cada torero, todos distintos, hacen con los toros. Pero es una opinión que no estoy dispuesto a imponer y ni siquiera a defender. Ahora bien, no me queda claro quien ha impuesto en Córdoba que después de arrastrar a cada toro suene inmediatamente un pasodoble. El autor de la orden será seguramente el Espíritu Santo o Goebbels, los dos únicos con poder suficiente para que el público soberano no pueda expresar su opinión con aplausos, pitos o bronca a los toreros. La música lo impide. Debe ser una consigna, la del ruido y la furia musical para evitar que los espectadores se expresen y así acallar la protesta y convertir la plaza en una fiesta permanente. Decía Ortega que en España todo lo ha hecho el pueblo, y lo que el pueblo no ha hecho se ha quedado sin hacer. Y eso en la tauromaquia iba a misa. Ni durante el franquismo la llamada autoridad competente se atrevió a silenciar la opinión, los pitos, la bronca del público de toros. Y Curro Romero podría dar fe de ello. Seguramente es que el responsable de la consigna de acallar al público a base de ruido y furia musical ha leído a William Faulkner, al menos su evocación literaria de Macbeth, cuando Shakespeare escribe "es un cuento, relatado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin significado alguno", que es como se pretende al parecer dejar la opinión del espectador de toros.

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