Puerta de los califas

Y El Puri bajó de los cielos

  • Los tres novilleros deben haberse ido con la sensación de que con un toro que ha sido travieso en la guardería se aprende más que con 100 de los educados en colegios de pago

ANDABA la tarde enseñándonos eso que ahora llamamos tauromaquia y que consiste esencialmente en unos toros que dicen miau en vez de mu. Los tres novilleros mostraban sus bien aprendidas dotes para darle pases a unos novillos que salían a la plaza buscando guerra y que al poco ponían cara de aburridos. ¿Hay toros aburridos? Pues sí, hay toros que los educaron desde la guardería para aburrir y ya de mayores se empeñan en que la tarde transcurra como si se estuviese retransmitiendo por televisión una partida de mini golf entre jubilados alemanes. Y a esos toros que aburren los toreros de hoy les dan un pase acá y otro acullá y quedan la mar de bien retratados con los móviles, la droga del siglo XXI. Pero he aquí que sin que sepamos por qué, los tres últimos toros, traviesos alumnos en su guardería, decidieron no aburrir y pasar del mini golf a la esgrima, un deporte elegante pero en el que cualquier descuido te cuesta un disgusto. Y a partir de ese momento se acabó de un plumazo la sensación de que los novilleros sabían más que los toros. A partir de entonces los toros, bien por mansedumbre o por exceso de picante, les pidieron los papeles a los toreros como la guardia civil se los pedía a El Vaquilla cuando le lograba dar el alto. Y no hacía falta ser un entendido para saber que en los tres últimos toros había ingredientes que la paella taurina desgraciadamente no siempre nos ofrece ya: picante, emoción, incertidumbre... A decir verdad, la cosa no era para tanto, el plato tampoco estaba para participar en Master Chef. En otras palabras, que aquello era un "león come gamba"; es decir, que había mimbres para una tarde original, pero faltaban cocineros con estrellas Michelín. A aquellos novillos les habían tocado tres novilleros, ya saben, gente joven que hace 30 años salía con la taleguilla rota y que hoy día no. Y los tres deben haberse ido con la sensación de que con un toro que ha sido travieso en la guardería se aprende más que con 100 de los educados en colegios de pago. Ayer, si no lo habían hecho antes, conocieron la ley de la calle, la de que una faena no está escrita de antemano. Unos la solventaron mejor que otros, y el dictado de las orejas no sirve en esta ocasión para calibrar quién resolverá en el futuro los tipos de problemas que anuncian los toros complicados, los de castigados de cara a la pared. Porque esos toros es que ya no se llevan. Por eso, un torero de los de antes, El Puri, vestido de corto, con su sombrero cordobés gris a juego, viendo que el novillero cordobés Lagartijo, a pesar de sus esfuerzos y su predisposición, no estaba entendiendo cómo enfrentarse al novillo, bajo del cielo de su tendido alto en el que estaba tan tranquilamente sentado y, cual un profeta, al llegar cerca del callejón le gritó al novillero que hiciese el favor de sacar al toro a los medios que es donde se iba a poder producir una faena para recordar. El Puri estaba desesperado y, después de sus gritos y aspavientos, los que no se habían enterado, comprendieron que ese tipo de toros, picantes, problemáticos, eran los que se toreaban antiguamente. Los de hoy, léase los tres primeros, ya se sabe, suelen aburrirse jugando al minigolf.

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