Javier Luque. Administrador de la librería Luque

"Nadie nos ayudará: si nos salvamos sólo podrá ser por nosotros mismos"

  • El último eslabón de una histórica familia de libreros reflexiona sobre la historia del negocio, sobre el pasado familiar y sobre el futuro incierto de un sector que pasa por sus peores horas.

EL apellido Luque huele en Córdoba a libros y a ilustración gracias a la librería de tal nombre, que fundó el impresor Rogelio Luque allá por 1919. El establecimiento ha sufrido diversas transformaciones y no pocos avatares, y también varias mudanzas, pero pese a todo ahí sigue, en su nuevo emplazamiento de la calle Jesús y María, abriendo una puerta a la cultura y al mundo libresco cuando todo parece alinearse en su contra. Luque no es hoy una empresa familiar, sino una sociedad formada por uno de los descendientes de los fundadores y varios veteranos empleados de la librería, pero aún así conserva las esencias de un negocio que pertenece a la historia de Córdoba, a su acervo. Esta misma semana la Junta, con motivo del 28F, ha reconocido la labor de esta empresa y de varias generaciones de una misma familia. Con Javier Luque, actual administrador del establecimiento, hablamos del ayer de Luque y del mañana de un sector de libro sobre el que se ciernen negros nubarrones.

-Hace cinco años la librería Luque estuvo al borde de la desaparición, pero al final sobrevivió. Ahora, la Junta reconoce su larguísima trayectoria en defensa de la cultura. Supongo que será un importante estímulo en tiempos muy difíciles para el sector.

-Claro, un premio siempre supone un aliento, y más en un caso como éste que simboliza el reconocimiento de toda una trayectoria. Yo lo entiendo como una distinción a todos los que han hecho posible que este negocio se mantenga a través de las décadas. A mis abuelos que fundaron la librería, por supuesto, y a mi tío y a mi padre, que continuaron esa labor. Pero no sólo a ellos, sino también a los empleados que han pasado por los distintos establecimientos y, por supuesto, a los clientes. Su fidelidad es la que ha permitido que el negocio haya pervivido a pesar de las cambiantes circunstancias sociales y económicas que se han dado en todos estos años.

-Y el centenario se aproxima...

-Sí, ya vamos por 95 años en los que la librería ha estado relacionada con el apellido Luque, desde que mi abuelo Rogelio la fundase en 1919, aunque el establecimiento ha ido adaptando su estructura societaria a cada una de las épocas, como en aquel tiempo en el que lo llevaba mi abuela y se llamaba Viuda de Luque Sociedad en Comandita. El último cambio profundo se produjo en 2009, a los 90 años de su creación, cuando se liquidó la sociedad familiar y se cerró el local de la calle Cruz Conde. Yo solo no podía seguir adelante, porque no tenía la experiencia precisa, así que lo que hicimos fue crear una sociedad conjunta entre varios empleados y yo mismo. Así se ha conseguido mantener el nombre de Luque, la marca, y también la atención especializada de personas que llevan muchas décadas dedicados a este negocio, que por sus características es muy singular.

-Cuando se anunció en cierre, en 2009, se produjo una revolución en las redes sociales de gente que pedía que Luque siguiese viva. ¿Os sorprendió o sabíais del cariño de la ciudad hacia su librería más clásica?

-Claro que nos sorprendió, máxime cuando surgió a posteriori de que ya se hubiese decidido el cierre. Y que la gente reconozca una labor siempre se agradece. Aquel apoyo fue muy importante pues nos ayudó a lanzar el nuevo proyecto en un momento económico muy complicado en general y para nuestro sector en particular. Aunque la reacción de la gente, claro, también tiene algo de irónico, algo que quedó muy bien reflejado en un artículo de prensa que se titulaba algo así como 'Ahora resulta que todos íbamos a la Luque'. Evidentemente, si el público hubiese acudido a comprar no se hubiese llegado a una situación tan extrema como el cierre; con nuestra librería ocurrió lo mismo que luego ha sucedido con Fuentes Guerra: que la gente sintió nostalgia. Córdoba es una ciudad conservadora en no pocos aspectos y eso de que nos cambien lo tradicional nos suele trastocar un poco. De ahí creo yo que vino aquel movimiento.

-Hablaba de una crisis general, a la que se une una crisis estructural del mercado editorial. Los cierres se suceden y el futuro del libro convencional no está muy claro. Tiempos duros, ¿no?

-Sí, porque en el tema de los libros se une la fuerte crisis económica con otra crisis que va mucho más allá y que es propia del sector. Algunos creen que el problema son los libros electrónicos, los e-book, pero en realidad el problema no está ahí, sino que va mucho más allá. Lo que se ha producido es un cambio de paradigma que ha provocado que el acceso a la cultura y al ocio sea muy diferente a como era antes. Es decir, antes si querías un disco te ibas a una tienda, si querías un libro a una librería y se querías ver una película te ibas al cine. Pero eso, ya digo, era antes, porque ahora con internet todo eso se puede hacer desde casa, y además gratis. El modelo de una librería como la nuestra, situada en un local amplio y en pleno centro y con varios trabajadores, se encuentra muy cuestionado por sus costes debido a que la demanda ha bajado y porque para los lectores jóvenes, que son digitales nativos, esto carece de sentido. A nosotros nos queda el cliente tradicional, que por desgracia no se renueva. Y no me refiero con lo de la demanda sólo a la del comprador al uso, sino también a las compras institucionales que se hacían para las bibliotecas y los centros escolares, las cuales han desaparecido por completo. El sector del libro vive bajo lo que podríamos denominar como una tormenta perfecta, y sólo tenemos pequeñas alegrías cuando alguna novela juvenil se pone de moda y nuevos lectores se pasan por la librería. A uno le gustaría pensar que de ahí pueden salir buenos lectores para el mañana.

-¿Cree que existe futuro para el librero de toda la vida?

-Siempre es incierto, pero aún así hay que confiar en los libreros pues a lo largo de su historia han demostrado que tienen una gran capacidad para reinventarse y para resistir. Nosotros estamos muy pendientes de las nuevas tecnologías tanto en la gestión interna como en la venta y queremos ser partícipes de esta nueva situación. Hay que confiar en que al final podremos adaptarnos y seguir siendo transmisores de conocimientos, pues en el fondo esa es nuestra misión sea en formato tradicional o lo sea en digital. A mí estas dificultades me motivan, de verdad, se convierten en un estímulo. En cierto modo esa incertidumbre me resulta apasionante.

-¿Cómo es el lector cordobés?

-No hay un perfil claro, sino que el cliente que viene por aquí es muy diverso, muy heterogéneo. Tenemos libros de muy diferente tipología y eso hace que venga gente en busca de cosas muy distintas. No hay un perfil único, aunque, como siempre, las novedades literarias son las que arrastran a un público más amplio. También el ensayo tiene sus fieles, en especial los libros relacionados con los temas históricos. Por último, un cliente nuevo que tenemos en la actual ubicación de Jesús y María son los turistas. Los visitantes de fuera se dejan caer por aquí a menudo y eso nos ha llevado a reforzar esas secciones que les son más interesantes.

-La Librería Luque no podría entenderse sin Pilar Sarasola, su abuela, uno de los grandes personajes femeninos del siglo XX cordobés, y eso que era asturiana.

-Mi abuela Pilar era una mujer extraordinaria. A mi abuelo, que era un librepensador, lo mataron en la Guerra y ella tuvo el coraje de salir adelante sola mientras se hacia cargo de sus hijos. Mi abuela negociaba con los proveedores y viajaba a donde hiciese falta para buscar libros, y además se atrevía a reivindicar el nombre de mi abuelo poniéndole al negocio el nombre de Viuda de Luque. No debía de ser muy habitual ver en los años 40 a una mujer con ese empuje y esa ejemplaridad. Algo de eso, de esa capacidad de resistencia y de saber adaptarse a las circunstancias, ha quedado grabado hondo en el espíritu de la librería Luque.

-Y de su abuelo Rogelio, ¿qué recuerdo queda tantas décadas después de su muerte?

-La huella de mi abuelo quedó grabada en la familia, porque era un hombre con muchos registros: impresor, editor, librero, y que también conocía el esperantismo, que era algo más o menos usual en aquella época. Yo lo considero un librepensador, uno de esos intelectuales españoles rodeados de libros a los que la guerra civil se llevó por delante. Una generación completa se vio afectada y se produjo un terrible corte generacional que me parece a mí que todavía estamos pagando. La muerte o el exilio de aquella intelectualidad supuso sin duda que se retrasase mucho la llegada del progreso a este país.

-Usted estudió Derecho, pero acabó de librero. ¿Carambolas o la llamada de la sangre?

-Bueno, terminé aquí de rebote, por una serie de casualidades. Estudié Derecho, y la persona que estaba destinada a seguir con la librería era mi hermano, que había estudiado empresariales. Murió muy joven, sin embargo, y esa posibilidad no pudo ser. Yo me incorporé al negocio familiar en 2000, cuando ya ejercía como procurador. Por esas fechas, sin embargo, me impliqué en la informatización de la librería y compatibilizaba ambas cosas. Por la mañana estaba en los juzgados y por la tarde con los libros. Era de locos, así que al final me tuve que decidir y opté por esto. Es curioso, porque el caso de mi padre es muy similar al mío. También él estudió Derecho.

-Algo tendrán los libros que tiran tanto. ¿Corre tinta por el ADN de su genealogía?

-Tanto no, pero es verdad que cuando te crías entre libros algo queda muy dentro de uno. Y también existe una responsabilidad social, una conciencia de que hay varias familias que dependen de este negocio, lo que también te condiciona a la hora de tomar ciertas decisiones.

-Y usted, que pasa por Las Tendillas a diario, ¿qué espera de esta ciudad?

-Ahora mismo poco, porque no hay nada que te haga pensar que la ciudad va a despegar. Cuando lo de 2016 sí hubo un momento en el que parecía que la ciudad avanzaba hacia algún lugar, pero quedó en lo quedó. Observo con insatisfacción que cada cual hace la guerra por su cuenta y que las administraciones apenas son capaces de ponerse de acuerdo en nada. La sensación es que cada cual mira por lo suyo mientras que los intereses de Córdoba quedan en un segundo término. Mi opinión es que aquí en Córdoba no podemos esperar nada de nadie: si nos salvamos habrá de ser por nosotros mismos. Yo en la librería lo tengo claro, si salimos de ésta será gracias a nuestro acierto y a nuestros esfuerzos. Nadie vendrá a ayudarnos.

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