Córdoba

Cuando comer se convierte en un dilema

  • Las intolerancias alimentarias afectan cada año a un mayor número de ciudadanos, que deben ajustar su gusto a una nueva dieta y su bolsillo a los precios que cuestan los productos adaptados

Que uno o varios miembros de una misma familia padezcan intolerancia a algún alimento se ha convertido no sólo en un problema médico, sino también en un trastorno a la hora de realizar la compra y, además, en un quebradero de cabeza desde el punto de vista económico, ya que la adquisición de estos productos concretos supone un gasto extra. La razón no es otra que su precio, que está muy por encima de lo que cuesta un artículo de los denominados habituales. Así, en los últimos años ha aumentado sensiblemente, por ejemplo, la cifra de ciudadanos (sobre todo jóvenes) que padecen celiaquía, que consiste en manifestar una intolerancia permanente al gluten del trigo, cebada, centeno y avena. Aproximadamente uno de cada cien niños españoles sufre este fenómeno que se presenta en individuos genéticamente predispuestos y se caracteriza por una reacción inflamatoria en la mucosa del intestino delgado que dificulta la absorción de nutrientes.

Las familias con uno de sus miembros celíaco se ven obligadas a la compra de productos sin gluten que, si bien cada día son más comunes en los supermercados, su precio sigue siendo muy alto, lo que provoca que la cesta de la compra se dispare para estas personas. Todo ello en productos de los denominados básicos, como el pan o la pasta, que incluso cuestan el doble en muchos casos que la oferta con gluten.

Lo mismo ocurre con las personas intolerantes a la lactosa, que se presenta cuando el intestino delgado no produce suficiente cantidad de la encima llamada lactasa (la encargada de digerir la lactosa). La ingesta de alimentos con este tipo de azúcar que se encuentra en la leche y otros productos lácteos puede provocar dolor abdominal, espasmos, hinchazón abdominal, gases, diarreas o vómitos.

La solución para estos enfermos es evitar los productos que contengan esos alérgenos. Es decir, su medicina es una correcta alimentación. Sin embargo, estas familias no reciben ayudas de las administraciones públicas -ni a nivel estatal, autonómico ni local- para asumir el gasto que supone cumplir con la dieta adecuada para el miembro afectado.

El mundo de los celíacos puede parecer a priori complicado y en los primeros momentos del diagnóstico las familias necesitan mucha información. A ello está enfocada la Asociación de Celíacos de Córdoba (Aceco), a la que pertenece Esther, madre de un niño que padece esta enfermedad. Ahora tiene diez años y fue diagnosticado con dos y medio pero "no dieron con la tecla" en un principio y a causa de esta tardanza el pequeño hasta dejó de andar. "Esto es la suerte del pediatra que te toque, que lo vea rápidamente o no, porque hay muchos padres a los que están mareando mucho tiempo", aunque "es cierto que es una enfermedad que cada vez más gente conoce" y por tanto se piensa más en ella a la hora de evaluar ciertos síntomas. En los niños esta alergia al gluten se descubre porque muestran señales como colitis, vientre inflamado, pierden peso o no ganan altura.

Esther explica que hay dos dificultades principales a la hora de afrontar el día a día con celiaquía. Por una parte, destaca el precio de los productos sin gluten, y "hay que pensar que hay familias en las que no sólo hay un miembro afectado, sino dos o tres". Por ejemplo, ella se gasta a diario 2,65 euros en pan para su hijo, "un dineral" en comparación con el normal. Por otra parte, resalta la vertiente social de esta enfermedad con la que "no sales a la calle porque en casa uno lo tiene perfectamente controlado". Es decir, los mayores handicaps son "lo que cuesta la cesta de la compra" y la dificultad que estas personas se encuentran cuando salen a restaurantes, casas de amigos o cumpleaños en el caso de niños.

Esta madre señala que a la hora de planificar una salida hay dos opciones: llevarte directamente el tupper del celíaco o ir a un restaurante que ofrezca platos sin gluten (que se pueden encontrar en múltiples aplicaciones móviles y páginas web especializadas). También está la posibilidad de ir a otro establecimiento y advertir al camarero "de que quieres un filete a la plancha y patatas fritas, pero fritas aparte y en aceite limpio porque eres celíaco". "Vas con buena fe porque sino no puedes salir", de forma que "el que sale tiene que confiar en el personal del restaurante o bar". En su caso, nunca ha tenido una mala experiencia en este aspecto, "pero es verdad que el celíaco sale poco". "Yo he salido muchas veces durante muchos años con el tupper de mi hijo", apunta.

Cada vez son más los establecimientos que introducen platos aptos para celíacos en sus cartas, incluso los de comida rápida como McDonalds o Telepizza. Por otra parte, las cadenas de supermercados también ofrecen una mayor gama de productos de este tipo, como Mercadona, que tiene 850 productos sin gluten, Carrefour o Deza. Es decir, "como cada vez somos más los que consumimos, la oferta aumenta", incide.

Uno de los mayores logros de las asociaciones de celíacos fue que los comedores escolares estuvieran obligados a dar de comer a alumnos que padecen esta enfermedad. En la mayoría de los casos este servicio funciona con normalidad, pero hasta Aceco han llegado padres alertando de que en sus centros daban a sus hijos una comida distinta a la de los demás, por ejemplo, dos días de lentejas cuando los demás comen macarrones. "La alternativa correcta sería dar macarrones sin gluten", asevera Esther.

Jesús Lachica y su hijo también son celíacos y su mayor problemática llega a la hora de comer fuera. Es cierto que "hoy en día en el supermercado hay mucha oferta de productos sin gluten", sin embargo la cesta de la compra se infla "muchísimo" al tratarse de alimentos específicos. Por ejemplo, resalta que un paquete de harina normal cuesta un euro y sin gluten cuatro, y lo mismo ocurre con todo. Jesús, que durante un tiempo regentó una tienda de productos específicos para alérgicos, destaca el caso del pan, que es "más caro y más pequeño, una barrita de 60 gramos cuesta un euro casi y una normal grande unos 50 céntimos".

A las familias con algún miembro con alergia al gluten les da como consejo "que tengan paciencia y no se preocupen porque hoy en día hay una gran variedad de productos". Además, les recomienda "hacer las cosas en casa, por ejemplo el pan, que se puede congelar, y así se abarata la cesta".

También deben tener paciencia y mucha prudencia los intolerantes a la lactosa. El hijo de Raquel, Enrique, que tiene nueve años y desde pequeño tenía dolores abdominales de forma puntual. El pasado año cogió "una serie de gastroenteritis y empezó a tener mucho cansancio y dolor permanente de barriga". Entonces la pediatra lo derivó a Gastroenterología infantil de Reina Sofía, donde dieron con la intolerancia -que en su caso es incurable- al segundo diagnóstico.

La adaptación a la dieta fue bien pero las complicaciones llegan a la hora de ir al supermercado. Raquel manifiesta que tiene "que mirar todas las etiquetas porque mi hijo incluso no tolera trazas de lactosa ni de leche". Además, no todos los productos se pueden comprar en un solo sitio, por lo que estas familias se ven obligadas a hacer un tour por diferentes tiendas.

Esta madre explica que los precios son más caros sobre todo en alimentos como galletas, queso y productos de bollería, "o si quieres comprar algún postre especial". Por ejemplo, una tableta de chocolate te puede costar más de tres euros.

Salir a un restaurante también es "bastante complicado" para Raquel y su familia. Primero porque en las cartas de la mayoría de los establecimientos no pone los ingredientes y segundo porque casi todo lleva lactosa: "Mi hijo sabe que cuando salimos a la calle come huevos fritos con patatas y por ahora está feliz con eso", asegura. Pero a veces incluso es complicado conseguir este simple plato. Esta madre recuerda que la pasada Navidad fueron a un establecimiento "y no tenían nada que pudiera comer mi hijo, así que ellos mismos tuvieron que pedir al restaurante de enfrente un plato de huevos con patatas porque no había ni eso".

Por otra parte, hay locales en los que la comida es precocinada, lo que significa que "ni ellos saben los ingredientes que tiene", lo que hace imposible comer allí. Como positivo señala que ya hay restaurantes "con carta específica de alérgenos" y cada vez son más los que la instauran debido a la demanda que tienen.

La lactosa está presente en decenas de alimentos que alguien poco ducho en la materia no podría imaginar. No se trata sólo de evitar los lácteos ya que hamburguesas, embutidos, empanadas y hasta los frutos secos, entre otros, contienen ese elemento. Otra de las comidas más atractivas, la pizza, también es un punto de conflicto para la dieta de estos alérgicos. Raquel ya ha optado por hacer la masa en casa o comprar una específica que no lleva lactosa. Al principio resulta difícil pero "el niño acaba adaptándose, no le queda otra porque sino sabe las consecuencias, que son los dolores de barriga", concluye.

A sus 29 años, Virginia Kimpe está viviendo ahora ese reajuste en su dieta. El pasado año empezó a tener problemas de estómago, le hicieron las pruebas y le detectaron un 60% de intolerancia a la lactosa. Esto significa que hay unos alimentos que la contienen que puede ingerir y otros que no pero ella no lo sabe, así que "cualquier cosa puede ser una bomba, me lo como y puede que me siente mal". Por ejemplo, apunta que "a lo mejor me tomo un vaso de leche y no pasa nada, pero si tomo un segundo ya he llegado al 100% y no puedo tomar más lactosa".

Este diagnóstico ha supuesto para ella "tener que cambiar mi alimentación totalmente" pero también ha mejorado físicamente "porque antes no sabía lo que me pasaba, y ahora lo voy controlando poco a poco".

Victoria coincide en los problemas que tienen para salir a algún restaurante y a la hora de hacer la compra los intolerantes a la lactosa ya que "te sale todo más caro y tienes que leer las etiquetas muy bien porque casi todos los alimentos tienen lactosa, así que hay que tener mucho cuidado con lo que compras". De modo que esta alergia "te limita bastante a la hora de comprar". Por otra parte, en los precios "se nota mucho" hasta el punto de que "algunos alimentos salen casi el doble". Por ejemplo, "si un cartón de leche cuesta 80 céntimos, a mí me cuesta 1,50 euros", señala.

Y a la hora de salir a la calle "en los restaurantes no se preocupan de quien tiene o no intolerancia a la lactosa, por lo que soy yo la que tiene que elegir y vigilar lo que como y lo que no".

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