Sebastián de la Obra. Director de la Casa de Sefarad

"Séneca, Averroes y Maimónides no pueden ser solo estatuas"

  • Ante la cercanía del 700 aniversario de la Sinagoga, el documentalista aboga por una reconstrucción de nuestra identidad al margen del oportunismo.

SEBASTIÁN de la Obra es un hombre afable, que transmite una serenidad que no se corresponde con el frenético ritmo de vida al que le condenan las decenas de proyectos en los que acostumbra a embarcarse. Pasa las mañanas en el Parlamento de Andalucía, donde ostenta la jefatura de Documentación de la Junta, y por las tardes regresa a Córdoba, ciudad en la que reside desde hace años -es natural de Úbeda- y donde dirige la Casa de Sefarad, museo privado dedicado a la recuperación y divulgación de la huella judía. Actualmente dedica el tiempo que le queda a la investigación sobre las mujeres más emblemáticas del judaísmo, tema sobre el que versará además el programa de actividades con el que la Casa de Sefarad celebrará las XV Jornadas Europeas de la Cultura Judía a partir del 15 de septiembre. Este año, la cita parece multiplicar su importancia al coincidir con el 700 aniversario de la construcción de la pequeña Sinagoga cordobesa.

-Se acerca el 700 aniversario de la Sinagoga de Córdoba y todas las instituciones se están sumando a la celebración. Este interés por la herencia sefardí en Córdoba, ¿es sincero o anecdótico?

-Tengo cierta desconfianza. Me alegro de este resurgir de la identidad judeoespañola en Córdoba, pero no sé si el origen está en un verdadero convencimiento de que la huella judía es un elemento patrimonial, cultural, turístico, social y económico de un valor incalculable, o si hay un punto de frivolidad. Esto es como las olas: solo funcionan cuando hay viento, por tanto no puedes plantear la vida siempre sobre ellas. Tengo dudas sobre si es pura propaganda o la verdadera socialización de una parte de nuestra memoria, si las instituciones están apostando por un elemento patrimonial para beneficio de la ciudad o si lo que están haciendo es competir entre ellas.

-¿Cree que los cordobeses sabemos todo lo que tenemos de judíos?

-Ni los cordobeses, ni los hispanos. Solo hay que hacer una pequeña encuesta a las puertas de la Casa de Sefarad. Las preguntas que hacen aquí no las hacen en cualquier otro museo: "¿esto qué es?", "¿qué significa Sefarad?"... La inmensa mayoría de la gente carece de ese poso de memoria, y cuando lo tienen está estereotipado y por tanto clasificado. Y una vez clasificado es difícil pensarlo en su complejidad.

-¿Cómo se enfrenta la labor divulgativa partiendo de esa carencia?

-Con una línea de didáctica comunicativa. En esta casa se trabaja sobre el concepto de las huellas, igual que un detective. A veces es difícil reconocerlas porque están olvidadas, manipuladas o borradas, pero establecemos los recorridos precisos para que el público logre reconocerse en ellas. Para que se pongan frente a la huella y digan: yo creo que tengo algo de esto. En la música, en la gastronomía, en las costumbres. Abrimos una ventana.

-Generan muchas sorpresas, supongo.

-En el público de origen judío lo que genera es una especie de emoción, o de nostalgia, porque en sus vidas cotidianas no está presente su memoria judeoespañola. Cuando llegan aquí se emocionan, lloran… A algunos los ayudamos a buscar su genealogía a partir del apellido. Pero el público mayoritario es otro: el que en un ejercicio de voluntad curioso decide entrar al museo. Con ellos jugamos a restaurar huellas y que las identifiquen y valoren. Partimos de figuras como Maimónides, que están presentes en estatuas e institutos de investigación biomédica, pero cuyo alcance es desconocido por la mayoría de la gente de la ciudad, por mucho que rotulen cosas con su nombre. También les hablamos de la Inquisición. No se puede entender la historia de España sin entender los 400 años en los que la Inquisición estuvo aquí.

-Su sala de la Inquisición tiene poco que ver con los museos que tradicionalmente se le dedican.

-Porque no tenemos instrumentos de tortura, y nunca hablamos de aquellos aparatos morbosos, sino del papel que cumplió la institución desde el punto de vista político y cultural. La Inquisición moderna fue el mayor aparato de control que ha existido en la historia europea. Entraba en tu pensamiento, en tu fe, en tu cama… Se dedicaba no solo a la aniquilación de las personas sino al control de lo que se pensaba, decía y escribía. Hay elementos que se han asociado al carácter de lo hispano que nacen en la Inquisición: este es un país de envidia y de sospecha. Las secuelas de la Guerra Civil no son las únicas que tenemos: aquí ha habido 500 años de guerra civil permanente, en la que la mitad del país tenía la obligación de sospechar de la otra mitad. Y cuando se instala la sospecha, su producto es la difamación, la envidia. También los celos.

-Este año las jornadas se dedican a las mujeres de Sefarad. ¿Qué papel tiene la mujer en la tradición judía?

-El judaísmo como corriente de pensamiento religioso es un monoteísmo estrictamente patriarcal, como todos. Los términos en hebreo para identificar a la mujer son "hija de" o "esposa de". Cierto es que en la tradición bíblica si que existen una serie de prototipos de mujer, algunas de ellas muy curiosas: las cuatro matriarcas, por ejemplo, o Lilith, la primera mujer, origen iconográfico del feminismo, que aparece solo en la primera versión del Génesis. Lilith fue creada igual a Adán y se negó a aceptar determinadas actitudes a las que él la forzaba. Desapareció, claro, la figura de Lilith, que se convirtió en un elemento mitológico o empezó a entenderse como símbolo de la mujer demonio. Hay muchas mujeres en la historia del judaísmo que han podido pasar desapercibidas. Queremos incidir en eso en las jornadas, en que hubo mujeres comerciantes, médicas, poetas, místicas, víctimas, resistentes… La función es inventariar, poner nombres y apellidos.

-Se ha mantenido al margen de la polémica sobre la gestión de la Mezquita-Catedral, pero ¿qué opina sobre el cuestionamiento de su nombre?

-Córdoba es de las pocas ciudades en el mundo en el que el simple nombre de un elemento identifica al lugar en sí. Si dices Córdoba piensas en Mezquita, si dices Mezquita estás hablando de Córdoba. Eso es un privilegio. No se me escapa que las mezquitas son un elemento de poder, pero mi elogio a la Mezquita no lo obtiene su significado como templo, sino el resultado histórico de que una ciudad asuma un elemento arquitectónico como identitario. Desde ese punto de vista tengo clarísimo de que debe llamarse la Mezquita de Córdoba, al margen de que pueda ser un templo católico. Y eso no es una afrenta. Quien lo viva como tal es que tiene la cabeza muy estrecha, con muchos prejuicios y muchos bloqueos, porque durante siglos a nadie le ha costado trabajo decir "Mezquita" y ello no significaba ni islamismo ni anticatolicismo. Simplemente identificaba un elemento patrimonial que has hecho tuyo. ¿En qué otra ciudad tiene sentido decir "voy a misa de 8 a la Mezquita"? Es algo tan singular que no debe verse con vergüenza, sino lo contrario. Esa expresión no se entendería en otro lugar del mundo. Así que hace mal desde el uso de la inteligencia quien pone obstáculos y borra la palabra del folleto y del callejero. Hacen daño a la ciudad y generan una tensión innecesaria. Una cosa es la militancia religiosa y otra el reconocimiento de la identidad y la memoria.

-Muchos de ellos se abanderan además con el mito de la ciudad tolerante e intercultural que fue Córdoba en épocas pasadas.

-Están todo el día con lo de las tres culturas, y necesitarían algunas más para presumir de la ciudad de las 24 culturas. Pero no creen en ninguna de ellas.

-¿Es muy idealista creer en la posibilidad de un templo ecuménico?

-No creo que se deba entrar en cómo reza cada cual, ni en dónde deben de rezar. No me gusta cuando se eleva a categoría de máxima algo que tiene que ver con la intimidad. La propia expresión templo ecuménico es contradictoria: el concepto ecuménico, de convivencia, no tiene nada que ver con el rezo. Así que voy en la línea de las místicas que defendían que la oración debía ser interior, una comunicación íntima y secreta con tu dios, sin mediadores y sin necesidad de rezar para que te vean. Desde esa perspectiva no creo en un templo ecuménico, pero sí en el concepto de diálogo en plano de igualdad con otra cultura y religión. Toda la ciudad podría ser un espacio ecuménico sin la necesidad de convertir un elemento patrimonial en un elemento de discusión.

-¿Qué tiene Córdoba como recipiente de la huella sefardí que no tengan otras ciudades?

-La magnitud del espacio urbano, la dimensión cultural de la huella que han dejado aquí filósofos, médicos, pensadores, traductores, comerciantes, sederos, joyeros, y todas las huellas en la gastronomía y en los oficios que dan identidad a esta ciudad, como la platería o la curtiduría.

-Tradiciones que hemos apropiado como propias.

-Exacto. Las hemos asumido como parte de la identidad colectiva. Igual que la Mezquita, que no es musulmana sino cordobesa. Pues con la platería pasa lo mismo. Pero igual que el origen de ña Mezquita está en el poder islámico, el de la platería, el cuero o gran parte de la tradición médica cordobesa está en nuestros judíos.

-Pero se trata de una herencia sedimentada, que no se percibe si no se conoce. No como sucede con, por ejemplo, un edificio.

-Es un patrimonio intangible, por eso cuesta tanto trabajo. Porque nuestra cultura se asocia a lo que puedes ver y tocar. Las ciudades tienen que descubrir su patrimonio intangible: Séneca, Averroes y Maimóndes no pueden ser solo una estatua. Forman parte de la identidad de esta ciudad, y lo judío de Córdoba no puede ser solo la Calle Judíos y la Sinagoga, porque lo judío de Córdoba es la historia de cómo durante siglos han pasado por aquí los sefardíes, bien o mal, mintiendo, disimulando u ocultándose.

-¿Qué papel tienen los centros educativos y los planes de estudio en la visibilización de ese patrimonio intangible?

-Estamos a años luz. No hay apuesta. Esto requiere un esfuerzo tanto organizativo y administrativo como intelectual, de conocimiento. Y ese esfuerzo no se hace. El sistema educativo está demasiado preocupado en el mantenimiento de los centros -que falta le hace- y en la administración de los recursos económicos para que los docentes puedan seguir viviendo de su trabajo, como para preocuparse de la construcción de una identidad andaluza no excluyente, sino orgullosa y conocedora de su propia memoria. No, no se ha hecho ningún esfuerzo. Se limitan a celebrar acontecimientos.

-Sacar banderas al balcón coincidiendo con efemérides, como la que llega ahora.

-Efectivamente: la muerte de Blas Infante, el 700 aniversario de la Sinagoga, la culminación de la Mezquita como declaración de Patrimonio Histórico. Estamos dando saltos de acontecimiento en acontecimiento, es una cultura de espectáculo continuo. En otros lugares del planeta la gente ha tenido que conocer incluso lo que se negaban a conocer. Qué menos que nosotros, que nuestro patrimonio es casi siempre espectacular y floreciente, hagamos lo propio.

-¿Con qué espíritu hay que afrontar entonces el 700 aniversario de la Sinagoga?

-Dos claves. En primer lugar, que las administraciones no compitan entre ellas, porque están todas en bancarrota y competir estando así requiere una llamada de atención. Las administraciones que gestionan lo público tienen que convertir este aniversario en un ejercicio de transparencia y de reconocimiento de nuestra memoria. Ahora que se acercan las elecciones, cada administración va a querer aparecer en las fotos a toda costa. Pero la apuesta debe ser que la Sinagoga pase a formar parte del patrimonio de la ciudad al margen de los recorridos turísticos. La otra clave es tomar conciencia de que estamos celebrando el aniversario de nuestra Sinagoga, de todos. Que igual que la Mezquita y las iglesias fernandinas es de todos. Empecemos a reconstruir nuestra identidad con todas las extremidades que forman parte de ella. He escuchado decir barbaridades, como que el aniversario de la Sinagoga deberían celebrarlo solo los judíos…

-Quizá eso vaya en el carácter cordobés.

-En ese sentido, esta ciudad es para salir huyendo. Es muy difícil y te tienes que crear una capa protectora. Pero estoy prendado de ella. Cada día que pasa pienso que es una ciudad excelente para huir. Es una ciudad de tribus, y yo me niego a pertenecer a ninguna. Soy un ermitaño. Para algo soy bibliotecario.

-Porque vivir entre libros es también una forma de huir.

-Sin lugar a dudas. La vida no es otra cosa que eso: una huida. Pero la huida siempre tiene que ser digna. Y el conocimiento es una fuente de sufrimiento. Cuando uno es consciente de determinadas cosas, lo que hace es huir. Y este mundo -los libros- para mí es el más libre que hay.

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