Córdoba

"Se han cometido muchos crímenes con la ciudad que ya son irreversibles"

  • El autor es un gran difusor del patrimonio local, una labor que realiza principalmente a través de sus libros, con los que intenta inculcar al público infantil su amor por Córdoba

JOSÉ Manuel Ballesteros (Cabra, 1952) dejó la enseñanza hace más de 20 años para dedicarse por completo a la literatura. Fruto de ese trabajo ha publicado obras de poesía, narrativa y teatro como Paisajes en otoño,Poemas del amor y del silencio, El viaje definitivo, Érase una vez la revolución (1789 ó así), Juan Sinmiedo y la conocida saga Aventuras de Pepe, con la que muestra el patrimonio de Córdoba a los niños. Gran conocedor del patrimonio cordobés -ha colaborado en el Catálogo histórico artístico de Córdoba y su provincia-, se confiesa un enamorado de esta ciudad, de la que conoce los rincones más bellos y a la que considera su alma, su razón de ser y su sentido a la hora de escribir.

-¿Le da la literatura más satisfacciones que ser profesor?

-En el año 83 pedí la excedencia porque dejé de creer en la Logse, y ahora se están viendo los resultados. Lo dejé y la verdad es que ahora puedo comparar; en el estado actual de las cosas me satisface más escribir que dar clase en esas condiciones. A muchos maestros de ahora los considero mitad héroes mitad santos.

-Ha publicado poesía, teatro y narrativa tanto para adultos como para niños. ¿Por qué público se decanta?

-Quizás porque me gustan mucho los niños, donde mejor me siento es en la literatura infantil. En realidad cada idea te pide una forma, viene con una mezcla de sensaciones, sentimientos.

-¿Qué le aporta la literatura infantil? ¿Por qué le gusta escribir para los niños?

-Porque uno de los rasgos de mi carácter es la paternidad, me hubiera gustado tener muchos hijos. Los niños son muy agradecidos y dicen la verdad, además se entregan de una forma muy limpia, muy clara y transparente y eso me da mucho cobijo, me alivia en el alma.

-¿Está desprestigiada la literatura infantil?

-Sí. Se ha puesto de moda, se le ha visto la rentabilidad pero no todo el mundo tiene esas maneras para escribirla. En la literatura infantil a veces se considera a los niños como bobos cuando en realidad son como un adulto en pequeño. Ellos detectan en seguida si hay calidad en el texto o se está cayendo en la ñoñería.

-¿Cómo está en Córdoba la literatura infantil?

-Muy bien, fundamentalmente tenemos muy buenas escritoras.

-Tiene una amplia trayectoria como escritor pero sobre todo es conocido por ser el padre de Pepe. ¿Qué satisfacciones le ha traído este personaje?

-Muchas porque ya es como si fuera un hijo. De entrada me ha traído el Premio Nacional de Literatura Infantil de Everest y como consecuencia la propuesta de ediciones El Almendro para contarle a los niños a través de aventuras cosas de Córdoba. Es literatura y pedagogía, son libros muy bien aceptados en los colegios y de hecho el primero está traducido al inglés.

-¿Quedan más aventuras de Pepe?

-Sí, muchas. Tengo pendientes aventuras de Pepe en el Parque Zoológico y en el Alcázar de los Reyes Cristianos.

-¿Cuál es el secreto de este éxito?

-La técnica, porque la literatura infantil es para lectores. Los libros para niños necesitan una adaptación pero tiene que cumplir de una manera rigurosa las pautas de todo relato.

-¿Qué le dicen los niños cuando se encuentran con usted en firmas de libros o presentaciones?

-Son muy agradecidos cuando uno los trata también con consideración. Se quieren hacer fotos conmigo, que les dedique el libro, me comentan lo que han leído, preguntan sobre nuevas aventuras, me hablan de ideas que ellos tienen...

-Tal y como está la situación económica y social en Córdoba, ¿tendrá Pepe que emigrar?

-No, sigo haciendo acto de auto afirmación de nuestra tierra y creo que tenemos que quedarnos. Si emigro será porque una editorial de fuera me publique pero yo quiero trabajar aquí. Está muy bien eso de emigrar y hablar de Andalucía desde Madrid y utilizarla para promocionarse pero yo defiendo que cada uno tiene que vivir en la realidad la idea que tiene.

-¿Cree que los niños cordobeses tienen carencia de conocimientos de su ciudad?

-En general sí, es lo que observé al empezar a trabajar la serie, que tenían muy poco conocimiento y por tanto muy poco respeto y amor, porque se ama aquello que se conoce. Las nuevas generaciones que tienen de cinco a diez años parece que están más concienciadas pero las generaciones de los 20 a 25 cuidan muy poco de Córdoba.

-¿Y los adultos?

-Creo que la conocen por sectores, por ejemplo los que están metidos en la Semana Santa, los del mundo del toro... Yo llevo unos 17 años paseando por Córdoba con un amigo un día a la semana durante todo el año, conociéndola de arriba a abajo. Así es como se puede amar. La prueba está en que nuestra ciudad está muy maltratada. Si los cordobeses la amáramos y la defendiéramos no permitiríamos que hicieran con ella lo que en algunos casos han hecho, por ejemplo con el Puente Romano o poniendo tanto granito, como si hubieran puesto una lápida sobre el suelo. Han matado la estructura urbanística. Si hiciéramos con la Mezquita una restauración como la que se ha hecho con el Puente Romano, quitáramos las columnas de Alhakén II y pusiéramos otras, ya no sería la Mezquita. Del Puente Romano quitaron adoquines que pisaron Lorca, Machado, tantos piconeros, tantos viajeros. Otro caso es el puente de Miraflores, que supone como un tachón en el paisaje. Se han cometido y se están cometiendo muchos crímenes con la ciudad que ya son irreversibles.

-¿Valoramos nuestro patrimonio?

-No lo creo. La prueba está en que permitimos que hagan con él lo que en algunos casos hacen. Espero que la ciudad vaya tomando conciencia de que si perdemos nuestras raíces, nuestra identidad, perdemos nuestra esencia. Sevilla, o los sevillanos, no hubiera permitido que se hubieran hecho cosas como las que se han hecho aquí.

-¿Tenemos que aprender de los sevillanos en ese aspecto?

-Tenemos que aprender de nosotros mismos, volver hacia nosotros mismos, conocer lo que tenemos, amarlo y por lo tanto defenderlo, potenciarlo y transmitirlo a la siguiente generación. Nosotros ahora somos depositarios de algo que nos ha legado la gente anterior y por eso no podemos destruirlo. Nunca hay que confundir restaurar con quitar. Es como si digo que voy a restaurar Las Meninas de Velázquez y les pongo pantalones vaqueros, entonces ya no son Las Meninas de Velázquez. Tenemos que aprender de la herencia milenaria que tenemos y no destruirla por no sé qué manía de modernismo o política o todo a la vez.

-¿Tiene Córdoba la proyección que se merece?

-La va teniendo. Quizás no nos estamos dando cuenta del florecimiento de todo tipo que estamos teniendo en Córdoba. Todo el mundo hace algo o tiene un proyecto para pintar, para escribir, para flamenco, toros, teatro, música... Hay mucho en cuanto a tradiciones, caballos, vino... Lo que pasa es que es lo cotidiano y no somos plenamente conscientes. Ojalá lo valoremos sobre la marcha y no nos pase como con el grupo Cántico.

-¿Le gustan las fiestas de mayo o cree que están perdiendo su esencia?

-En general me gustan todas las fiestas porque son manifestaciones del alma del pueblo. Son señas de identidad. Lo que pasa es que se están desvirtuando y eso tiene sus raíces en la mayor o menor calidad de la cultura. Las fiestas en general se están convirtiendo en botellones. Me dio el viernes de Cruces por pasar a las 22:00 por el Bailío y eso era imposible; la gente tirada por el suelo, botellas... Aquello no era una Cruz de Mayo. Eso no es cultura. Y a la Feria no suelo ir por esos ambientes, porque no se viven las tradiciones, no se vive la cultura. Aún así hay un alma que se mantiene, por ejemplo en la Feria con el paseo de caballos, las casetas tradicionales o los trajes de flamenca. A pesar de todo tengo confianza en que las raíces de nuestro alma popular están profundas y esto va a ser una etapa que pase.

-En sus libros habla de la ecología y el medio ambiente. ¿Cuidamos los cordobeses de nuestro entorno?

-En general regular y no hay nada más que ver como están los parques, los excrementos de los perros, las botellas tiradas, los monumentos pintarrajeados y sobre todo hacerlo porque no están de acuerdo con eso, como pasa con la estatua de Manolete en Santa Marina. No sé por qué un señor tiene que pintar algo porque no está de acuerdo con los toros, es como si yo no estoy de acuerdo con la religión y pinto el Cristo de Velázquez. Eso es un atentado contra la cultura. En eso debería estar más presente la escuela y por supuesto también el castigo, la ley.

-Nació en Cabra pero muestra su admiración por Córdoba en sus palabras. ¿Qué le queda de su tierra natal?

-Me quedan las raíces. Nací pero me vine a estudiar aquí y me quedé. De allí tengo la esencia. Gracias a Cabra tengo desarrollada una sensibilidad por el paisaje, porque es como un oasis en medio de la aridez de la campiña. Aparte el fondo de lo que escribo, la descripción de mis paisajes, el tratamiento del color, viene de lo que he vivido allí. Esas casas con sus huertos, el clima dulcificado por la sierra... Por desgracia también al pueblo lo han matado y una de las razones por las que casi no voy es porque quiero conservar esa imagen que yo viví y no la que me he encontrado cuando algunas veces he ido, un pueblo muy diluido en lo anodino, que ha perdido un poco sus señas de identidad, sus huertas, sus paisajes... Por lo menos yo he conocido lo otro, las nuevas generaciones se han encontrado con esto.

-¿Cuándo surge su amor por Córdoba?

-Poco a poco, pero sobre todo cuando me meto en ella. Córdoba es una ciudad muy curiosa, una ciudad que no se muestra, sin embargo si uno la busca se entrega completamente y regala los mejores momentos, los mejores rincones, los más bellos cambios de luz, una simple pared de cal por donde asoma una buganvilla. Es una ciudad muy delicada, sutil, llena de sensibilidad, pero hay que buscarla. Yo la he ido amando y me he ido entregando a ella como buen amante a medida que la he ido conociendo. Para mí Córdoba es mi alma, mi razón de ser, mi sentido a la hora de escribir y de pasear porque ella me acoge, me acuna, me recibe, me reconoce por donde yo vaya y me cobija.

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