Córdoba

Una vida para dos (IV): El trasplante

  • La doctora Requena y el doctor Anglada dirigen la extracción e injerto del riñón de Consuelo, un éxito que sirve de broche a esta historia de amor.

En el capítulo III La tensión y el temor al fracaso se entremezclan con la alegría que supone ver cerca la luz del túnel en la víspera de la operación, donde Juan y Consuelo ofrecen muestras muy visibles de su amor y su complicidad

Las horas previas en la habitación -la 1441 del módulo C de la cuarta planta- son interminables. La angustia y el temor al fracaso revolotean una y otra vez en el pensamiento de Juan Herencia y Consuelo Mantas, que dan cientos de vueltas en la cama y dejan escapar una infinidad de suspiros al vacío. Apenas median palabra, tan sólo tímidas miradas que prácticamente se pierden en la oscuridad. También los padres de ella, que están en Villa del Río, no han conseguido pegar ojo en toda la noche. Les golpea una preocupación que apaciguan con el "todo irá bien". En apenas unas horas Consuelo bajará al quirófano para poner el broche de oro a una historia que los había mantenido en jaque durante 15 años para entregar el riñón con el que va a salvar la vida de su marido, sin duda alguna el gesto más solidario y la mayor muestra de amor que se puede imaginar en una pareja. Tras esas horas de insomnio, el miedo se diluye como un azucarillo en el café con los primeros rayos solares que entran por la ventana. La luz ilumina el cuarto y allí sólo caben ya los nervios, pero la tremenda preocupación que habían sufrido horas antes se torna por momentos en confianza. "No es posible que fallen, dicen que son los mejores", le espeta Consuelo a Juan refiriéndose al equipo médico del Hospital Reina Sofía. El reloj marca las 08:00, la hora en la que está previsto que la bajen a la bahía para el inicio de la operación. El trasplante se demora más de lo esperado y no es hasta las 09:30 cuando los celadores llegan a por Consuelo, la primera en bajar al quirófano. La despedida se rubrica con un cálido abrazo y un beso que se traducen en un sincero y no dicho te quiero. "Todo va a salir bien", repiten. 

Mientras Consuelo y Juan apuran los últimos minutos antes de la operación, la jefa de Urología, la doctora María José Requena, lo dispone todo y se cerciora de que ellos son los pacientes que han de pasar por el quirófano. Revisa la documentación y ve que todo es correcto. Su obsesión es que "nada se salga de la normalidad" pese a tratarse de un caso muy complejo. No se muestra nerviosa y su estado es más que tranquilizador para el equipo que estará junto a ella en las dos operaciones, la extracción del riñón y el implante. El doctor Francisco Anglada, su pareja profesional en infinidad de ocasiones, también muestra un temple admirable, que contagia a los otros facultativos que entrarán al quirófano 8: Roque Cano, urólogo residente y cirujano junto a Requena y Anglada; Manuel Leva, urólogo responsable del trabajo de banco y, por tanto, de la conservación del órgano entre una y otra intervención; y la anestesista Teresa de la Cuesta. El doctor Anglada analiza el proceso, que, "al tratarse de donante vivo, hace que la responsabilidad moral del cirujano sea muy alta".

Con todo perfectamente dispuesto en la zona de operaciones, Consuelo llega en camilla al quirófano pasadas las 09:30. El vacío que deja en la habitación es absoluto. Juan, solo y taciturno, mira lo que se dejó Consuelo al marcharse, sus zapatillas y la botella de agua que le había valido para afrontar la congoja vivida desde que llegó al hospital. Su principal apoyo, su bastón, se encuentra a sólo unos minutos de regalarle la vida y evitar que tenga que estar enganchado a la máquina de diálisis. La alegría de saber lo mucho que le ama su esposa no es suficiente para combatir del miedo al fracaso. Sus ojos brillan, pero no terminan de rompen a llorar. Juan aguanta y prefiere que esto sólo ocurra en su intimidad.

Son los momentos más duros. Ni Juan ni ninguno de los familiares que aguardan en la sala de espera tienen noticia alguna de lo que sucede en el quirófano. La tensión es máxima. Los únicos que respiran tranquilos son los cirujanos que se encuentran al frente de la operación, que están firmando una de sus mejores intervenciones en lo que va de año [2011]. Aunque los dos están en perfecto estado, el riñón elegido es el izquierdo, ya que, al tener los vasos más largos, es el que mejor facilita el injerto. La extracción se lleva a cabo por laparoscopia, un procedimiento que conlleva una invasión mínima y que se vale de tres o cuatro pequeñas incisiones y una algo mayor que es por donde se extrae el riñón.

La normalidad -al gusto de la doctora Requena- impera en el primer acto de la jornada y después de menos de dos horas desde el inicio, en torno a las 13:00, concluye la operación. El éxito es rotundo, el riñón que conserva Consuelo funciona sin problemas y el que entrega a su marido se mantiene en líquido de perfusión a unos cinco grados de temperatura. Pronto, en minutos, los familiares son conscientes de cómo ha ido todo. La alegría desborda a los familiares y amigos que se han trasladado al Reina Sofía para estar junto a Juan y Consuelo y ser testigos del heroico gesto de ella hacia él. Aunque la vida del órgano extraído fuera del cuerpo es de 30 horas, apenas si está un par de ellas en el banco que el doctor Leva mima con celo.

Juan, muy inquieto hasta que le aseguran que su mujer "está bien", pasa al mismo quirófano, el 8, donde el equipo de la doctora Requena ha concluido la primera de las intervenciones. La complicidad entre Requena y Anglada es más que notable y se palpa. Sólo les basta un gesto -y a veces ni eso- para saber qué hay que hacer en cada momento de la operación. El implante se hace por el método convencional -no por laparoscopia- y se extiende de las 13:55 a las 16:00. El resultado es "de 10", coinciden los cirujanos. Los vasos de Juan, arteria y vena, han casado a la perfección con el riñón de Consuelo en una demostración más de que la compatibilidad de ambos va más allá de todo. Anglada, Requena y Cano liberan la entrada de sangre al riñón y la sangre fluye llenando de vida al órgano, que abandona el aspecto blanquecino que ha tenido durante su estancia en el banco para destacar ahora por su turgencia y su tono rosáceo. Parece como una especie de agradecimiento, el más íntimo, que el organismo de Juan brinda al regalo de Consuelo.

La euforia y las lágrimas de alegría explotan una vez que la familia ve cumplido el segundo trámite, el definitivo. Hay abrazos y ganas de saltarse toda norma hospitalaria para abrazar a los suyos y festejar el feliz desenlace de esta preciosa historia de amor. "Todo ha salido mejor que bien", manifiesta el doctor Anglada, sereno a la vez que contento y, sobre todo, muy tranquilizador.

Unidos para siempre por una pareja de riñones -ella, el derecho, y él, el izquierdo-, Consuelo y Juan abandonan la zona de reanimación para regresar a la planta. Ella, victoriosa y con una sonrisa que no se borra a pesar del cansancio, regresa a la 1441, la misma habitación en la que habían estado muchas horas presos del miedo. Él, por su parte, ha de recuperarse en la cámara de trasplante, un espacio donde no hay contacto con pacientes ni familiares, sólo con el personal sanitario. Aunque separados por un par de tabiques, ambos coinciden en que este día, el 14 de diciembre de 2011, es ya el más importante de sus vidas y que lo celebrarán como el día en el que se rubricó su segundo "sí, quiero".    

mañana. Último capítulo: De vuelta a casa.

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