Cuento de septiembre

Los propósitos encaminan los días hasta que las encrucijadas de lo ordinario alteran el derrotero de las intenciones

La alarma del reloj ha tenido que sonar dos veces esta mañana, cuando hace pocas semanas se despertaba antes que el teléfono diera los buenos días con el tono elegido a propósito. Acostumbrado a un cuidado y completo desayuno, no ha tenido tiempo de reponer las provisiones y se apaña con lo que encuentra. Duda si afeitarse o no ya que, al no hacerlo habitualmente durante los días de vacaciones, le cuesta renunciar a esa barba un tanto heterodoxa ante su compostura ordinaria. Conducir por la ciudad se le hace más complicado porque, durante los últimos días, los desplazamientos solo han sido en bicicleta. Cuando enciende el ordenador en el trabajo no recuerda la contraseña de acceso y tiene que utilizar una nueva que le abre las carpetas con los asuntos pendientes. Primer día de septiembre después de las vacaciones regladas. En las vísperas del retorno, como ejercicio de aclimatación, ha pensado en no pocas tareas, proyectos e ideas que le procuran ilusión y buenas expectativas, aunque el curso de los días pueda arrinconarlos con las urgencias que se hacen importantes. Le cuesta compartir las máximas de ocasión, así como leer los libros de autoayuda, y esa de que ha de primar lo importante sobre lo urgente es fácil de desmontar porque él suele convertir lo alternativo -una cosa o la otra- en consecutivo o simultáneo: lo urgente casi siempre es importante. Por eso, completó el ejercicio de los buenos propósitos -tan propio de los cambios tras las pausas del almanaque- con el de cavilar por qué y para qué es necesario adoptarlos. A la primera cuestión, de carácter fundamental, se respondió argumentando que los propósitos -buenos o malos- son elementos sustantivos de la voluntad y rigen el sentido del vivir. Y para la segunda, de naturaleza más instrumental, no tuvo que buscar otra explicación distinta a la que se infiere como consecuencia de lo antedicho. Esto es, los propósitos encaminan los días hasta que las encrucijadas de lo ordinario, o de lo inalcanzable, cierran el paso o alteran el derrotero de las intenciones. No le dio muchas más vueltas a la disquisición porque quiso apurar las últimas jornadas antes de acabar las vacaciones. Incluso pensó que estas, en pocos años, serían menos convencionales y el primer día de septiembre no señalaría tanto un cambio de ciclo. Sin embargo, esta tarde, cuando la agenda pida atención, no renunciará a anotar los tiempos y los plazos para que se afirmen, o no desvanezcan, las expectativas.

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