Andalucía

BREXIT VS. GIBREXIT

  • El miércoles empieza la negociación que redefinirá el conflicto de la Verja

  • La necesidad de un tráfico fluido entra en contradicción con el deseo de Londres de controlar sus fronteras

Quedan tres días para que la primera ministra británica, Theresa May, comunique al Consejo Europeo que el Reino Unido se marcha del club. Y con él arrastrará a Gibraltar. Empezará unas semanas después una negociación de al menos dos años en la que se concretarán las futuras relaciones entre los británicos y los europeos y los términos de la salida. Pero una -la del Reino Unido- y otra -la de Gibraltar- aunque vayan de la mano, están en contradicción desde su propio origen. Porque en la misma raíz del euroescepticismo británico está el interés del Reino Unido por controlar sus fronteras. En hacerlas menos permeables. Y una de esas fronteras es la que separa al Peñón de La Línea, donde la falta de fluidez es sinónimo de tragedia. A uno y otro lado de la Verja.

El analista Peter Wilding, director del centro de estudios British Influence, escribió el 15 de mayo en un blog de EurActiv una entrada que tituló Stumbling toward the Brexit. Britain, a referendum, and an ever-closer reckoning, (Dando tumbos hacia el Brexit. Gran Bretaña, un referéndum y un ajuste de cuentas cada vez más cercano). Nadie intuía entonces que aquella decisión de unir en un acrónimo Britain (Gran Bretaña) y exit (salida) para definir el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea alumbraría la palabra más repetida, la más querida y odiada, la más deseada, pero también temida, de la historia reciente de la política europea. Había nacido el Brexit.

En la comarca el divorcio no es sólo una cuestión económica, sino de relaciones personalesEl Gobierno Rajoy ultima medidas para paliar el impacto, pero aún no ha elaborado ni una

En todo el mundo el vocablo es sinónimo de incertidumbre. Nadie sabe cómo va a terminar la separación, qué consecuencias tendrá para la empresa, para el deporte, la cultura o la economía. Pero en el Campo de Gibraltar, además de eso, la palabra adquirió de inmediato una dimensión muy especial. En primer lugar porque es la que va redefinir las relaciones entre sus siete poblaciones -especialmente, La Línea de la Concepción- y esa vecina, la octava, con la que mantiene desde hace trescientos años una relación de amor-odio porque vive a la sombra de la bandera británica.

En segundo, porque entre esas siete poblaciones y la octava existen vínculos personales y familiares fortísimos, labrados durante generaciones, que convierten el Brexit en una cuestión personal, no en una simple negociación de normativas y reglamentos.

Tanto se contradicen el Brexit y el Gibrexit que, en realidad, nacieron en fechas diferentes. El 23 de junio ambos celebraron un referéndum para que los ciudadanos de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte decidieran si seguían en la UE o no. Ganó la opción de irse por un estrecho margen (51,9% frente al 48,1%). Sólo las regiones de Escocia, Londres e Irlanda del Norte votaron por seguir en el club de los Veintiocho. Gibraltar fue incluida dentro de la región Sudoeste de Inglaterra, de la cual formó parte como área de votación. El resultado en la Roca fue abrumador. El 95,9% de los gibraltareños expresaron en las urnas su deseo de continuar en la UE. No existe otro territorio británico que mostrara de una forma tan contundente su afinidad por la instituciones europeas. Esto tiene una explicación clara. La UE se fundamenta en el libre movimiento de bienes, servicios, capital y personas. Y es exactamente de eso de lo que depende la economía gibraltareña.

Cuando las autoridades españolas intentaron presionar dificultando el paso por la Verja -la principal ventana al mundo de los habitantes de esa pequeña península al final de Andalucía- la UE salió en auxilio de Gibraltar obligando a España incluso a hacer reformas en la Aduana para facilitar el paso. Por eso en un primer momento las autoridades gibraltareñas se resistieron a la idea de dejar Europa.

"Gibraltar podría seguir en la UE si Inglaterra se va", dijo el ministro principal, Fabián Picardo, en una entrevista a Europa Sur en los días previos al referéndum. Su Gobierno indagó, buscó opciones para no tener que marcharse. El Brexit ya estaba decidido, pero no el Gibrexit. El Peñón quería quedarse -consideraba lo contrario un desastre para su economía-, aunque desde un primer momento se negó en rotundo a hacerlo por la vía que le planteó España: la cosoberanía.

Madrid le propuso al Gobierno británico (le propone todavía, en realidad) un estatuto personal para los habitantes del Peñón que les permita adquirir la doble nacionalidad; el mantenimiento de las instituciones de autogobierno de Gibraltar en el amplio régimen de autonomía y que tendría fácil encaje en la Constitución española, la continuidad de un régimen fiscal particular en Gibraltar siempre y cuando sea compatible con el ordenamiento comunitario y el desmantelamiento de la Verja que separa Gibraltar del resto de la Península Ibérica y que levantó el Reino Unido en 1909.

En enero de este año, el propio Picardo, durante el discurso de Año Nuevo, asumió públicamente que si el Reino Unido iba a marcharse, Gibraltar también lo haría. Habló entonces de "capear el temporal", de buscar nuevas alianzas con Marruecos, China y EEUU, pero sobre todo de estrechar aún más los lazos con Londres, su principal cliente.

Obvió en aquel discurso los vínculos con España. El conflicto de la Verja. Porque ahí es realmente donde se encuentra el problema. Ahí están todas las dudas. Primero porque la lucha antiterrorista ha llevado a los Veintisiete a una modificación del código de fronteras Schengen para introducir controles obligatorios a todos los viajeros, incluidos los ciudadanos europeos que crucen las fronteras exteriores de la UE, entre ellas la que separa a La Línea de Gibraltar. Segundo porque Gibraltar pasará en al menos dos años a convertirse en un territorio dependiente de un país tercero -una de las dos fronteras terrestres de los británicos con la UE, junto a la que separa las dos Irlandas- y, por tanto, España no tendrá obligación de mantener la fluidez y Gibraltar tendrá que buscar amparo en otros organismos internacionales si se siente atacada por donde más le duele.

Pero la Verja no duele sólo a Gibraltar. Unas 30.000 personas cruzan cada día la Aduana y, aproximadamente un tercio son españoles que tienen alguna relación laboral con el Peñón. Son gente que tiene allí su trabajo -en la industria del juego on line son mayoría- o que realiza tareas remuneradas puntuales. También pequeñas empresas de la comarca que prestan servicios allí o que mantienen algún tipo de relación comercial en el Peñón. Todo eso es lo que está en duda ahora. Hasta el momento el Gobierno de España no ha llevado a cabo ninguna medida para contrarrestar la incidencia del Brexit en el Campo de Gibraltar. El Ejecutivo sí está trabajando en la puesta en marcha de una propuesta presentada por la Mancomunidad de Municipios en octubre del pasado año para establecer un régimen fiscal especial en la comarca, además de un plan de empleo, programas de formación y la ejecución de infraestructuras pendientes, desde la Algeciras-Bobadilla a la conexión metropolitana. Muchas empresas radicadas en Gibraltar están abriendo ya delegaciones en la comarca en previsión de lo que pueda pasar.

Todos los expertos apuntan a que España sería el aliado ideal de Reino Unido en la negociación del Brexit si no fuera por Gibraltar. Los vínculos comerciales y turísticos entre Londres y Madrid convierten a éste en el primer interesado en que aquel obtenga un buen acuerdo en su salida. La amistad entre España y el Reino Unido ayudaría a que el primero redujera sus cifras del paro, el gran reto del Gobierno de Mariano Rajoy.

Pero para eso tienen que superar el problema que surge cuando hablan del Peñón, uno de los grandes obstáculos en la negociación que se desencadenará el miércoles. España quiere que, antes de que la salida se produzca, el Reino Unido se siente a negociar. El Gobierno de Rajoy ha advertido que todo lo que afecte a Gibraltar tendrá que aprobarse con su consentimiento, que el Reino Unido debe buscar acuerdos bilaterales. La partida está a punto de empezar. Y nadie sabe quién tiene mejores cartas.

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